Una razón para amarte

Capítulo 59.

Ben.

El teléfono de Clarice sonó y ella se excusó de la oficina, dándonos la oportunidad de discutir el milagro que habíamos presenciado. Fox, Cipher y yo intercambiamos miradas, aun intentando asimilar lo que había ocurrido.

—¿Cómo es posible? —preguntó Fox, rompiendo el silencio—. ¿Qué tipo de hipnosis puede hacer algo así?

Cipher asintió, todavía atónito.

—No he visto nada parecido. ¿Qué crees que realmente pasó?

Me apoyé en el borde del escritorio, intentando ordenar mis pensamientos. Lo que habíamos presenciado no se parecía a nada que se pudiera explicar. Era algo más, algo que desafiaba la lógica y la comprensión. En ese momento recordé aquella piedra, la que me ayudó a encontrar a Stella en aquel pueblo con el caballo rosa.

—No lo sé, pero debemos escucharla atentamente —dije, tratando de mantener la calma—. Clarice sabe algo que nosotros ni imaginamos.

—¿Es algo más que hipnosis? ¿Algo... sobrenatural como en la famosa serie? —preguntó Fox, visiblemente perturbado.

Antes de que pudiera responder, Clarice regresó a la oficina con una expresión aún más seria que antes. Nos miró a cada uno, notando nuestras caras de desconcierto.

—Sé que tenéis muchas preguntas —dijo ella, volviendo a su lugar—. Y prometo que las responderé, pero por ahora, necesitamos mantenernos enfocados en algo mucho más importante. Smith ha secuestrado a David.

—¿Quién es David? —preguntó Fox desconcertado.

—Smith... o como dijo Stella, William Macewen —dijo Madame Clarice, sin prestar atención a la exclamación de Fox—, ha secuestrado al niño. Tenemos que averiguar todo sobre él e ir allí inmediatamente, antes de que Stella haga una estupidez.

—¿Qué sabes de Macewen? —preguntó Fox, quien parecía no entender nada, a diferencia de Cipher, que rápidamente empezó a buscar información en internet.

Mientras tanto, yo brevemente conté a Fox quiénes eran David y Stella.

—Macewen es un psiquiatra conocido por sus teorías poco ortodoxas sobre la mente humana —respondió Cipher—. Ha estado trabajando en experimentos que fueron prohibidos y, tras una denuncia, tuvo que renunciar a su práctica como psiquiatra, aunque su clínica sigue funcionando.

—David, por alguna razón, es clave en sus investigaciones —añadí.

Fox frunció el ceño, tratando de asimilar la información.

—¿Cómo podemos detenerlo? —preguntó.

—Sé que el niño está con él —dijo Clarice, cerrando los ojos—. Está en un castillo, o algo parecido.

—¡Su clínica! —exclamó Cipher, enseñándonos una foto—. Macewen es el dueño del lugar donde va a celebrar la próxima reunión de la Logia.

Nos miramos, entendiendo la urgencia de la situación.

—Tenemos que dividirnos —dije, tomando el liderazgo—. Fox, busca un alojamiento cerca de este castillo, yo me encargaré de los vuelos hasta allí, Cipher, encuentra a la persona que denunció a Macewen para obtener más información. Necesitamos saber a qué nos enfrentamos.

—Tenemos poco tiempo, solo dos días. Smith piensa hacer algo terrible en esta reunión —dijo Clarice y, deteniéndose por un momento, añadió—. Stella intentará salvar al niño, tenemos que pararla.

—De acuerdo —respondí con determinación—. No dejaremos que Stella caiga en sus manos. Voy a llamar a Fernando.

—Sí, nos ayudará —acentuó Clarice.

Con un plan en mente y un propósito claro, nos pusimos en marcha. La cuenta atrás había comenzado, y sabíamos que no podíamos permitirnos ningún error. El destino de David, y quizás de muchos más, dependía de nuestra rapidez y eficacia.

Cuando finalmente aterrizamos en el aeropuerto de Edimburgo, Madame Clarice estaba tan débil que no podía caminar y tuvo que pedir una silla de ruedas para pasar la aduana.

—Ben, toma rápidamente un taxi y ve al hotel. Necesitamos retener a Stella mientras esperamos el equipaje y pasamos por la aduana. Nos encontraremos allí —dijo Clarice.

Hice precisamente eso. Pasé rápidamente por el control de pasaportes, tomé el primer taxi y me dirigí al hotel. Pero en el camino nos metimos en un atasco, así que cuando nos acercábamos al hotel, vi a Stella entrando a la clínica de Smith. Clarice tenía razón otra vez. ¡Esta idiota decidió hacerlo sola, sin siquiera saber a qué se enfrentaba!

Rápidamente pagué al taxista, salté del auto y casi corrí hacia el guardia de seguridad.

—¿Adónde vas? —preguntó él amenazadoramente, lo cual era bastante raro para una clínica.

—Voy a por esa chica —dije sin pensar.

—¿Cuál? —preguntó.

—Esa que entró ahora. —Rápidamente intenté inventar una historia creíble—. Se equivocó y me dio de más, cincuenta libras.

Me miró como si estuviera loco.

—Verás, soy taxista. No soy rico, pero honrado. Si alguien se equivoca en pagar o se olvida alguna cosa en mi taxi, lo devuelvo. Déjame pasar —intenté parecer un paleto natural mientras intentaba apartarlo.

El guardia me miró con escepticismo, pero mi tono urgente y mi expresión convincente parecieron funcionar.

—Está bien —dijo finalmente—, pero no te demores.

Agradecí al guardia y entré rápidamente en la clínica. Me moví con determinación cuando vi a Stella. Estaba al final de un pasillo, hablando con una recepcionista. Me acerqué rápidamente y tomé su brazo.

—Stella, vámonos ahora —dije en voz baja pero firme.

Ella se volvió, sorprendida, y al reconocerme, sus ojos se llenaron de alivio y confusión.

—¿Ben? ¿Qué haces aquí? —preguntó.

—No hay tiempo para explicar —respondí, tirando suavemente de ella hacia la salida—. Vámonos, porque el guardia nos está mirando. Le dije que soy taxista y debo devolverte dinero.

Stella asintió, comprendiendo la urgencia en mi voz. Caminamos rápidamente hacia la esquina del edificio, mientras le explicaba que tenemos que tener un plan para actuar.

—Stella, ¿qué estabas pensando? —dije una vez que estuvimos a una distancia segura—. Podrían haberte atrapado. Menos mal que llegué a tiempo.




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