Con cierto retraso comprendo el significado de su pregunta. ¿De qué estará hablando? Oh!.. ¡¿Lo dice en serio?! Siento una ola de calor que rápidamente cambia por otra – la del frio. No estoy sorprendida, más bien estoy enfadada con él.
-Déjame en paz –exijo –. ¿Estás loco? No hice nada. Ni siquiera he probado el alcohol en mi vida, y mucho menos emborracharme o drogarme… ¡Suéltame ahora!
El chico me detiene, pone sus manos sobre mis hombros, me sacude con tal fuerza, que mi cabeza cae hacia atrás.
-¿Qué te sucede entonces? –pregunta con cierta frialdad –. ¡Si estas casi ciega! ¿Te dieron alguna sustancia? ¿Quién y cuándo? Estabas sola en casa después del colegio.
-¡Eran unas gotas, imbécil! –explico.
Intento patearlo con un pie, pero eso me duele a mí mucho más que a él. Golpeo mi rodilla contra su muslo robusto y suelto un grito. Sus músculos parecen estar hechos de piedra.
-Suéltame –exijo yo.
-¿Qué tipo de gotas eran?
Él no afloja su agarre. Ni siquiera piensa en quitarme sus manos de encima. Mi golpe para él es como el pinchazo de un mosquito: apenas se siente.
-Gotas para los ojos –explico yo –. Una compañera de clase me hizo una broma pesada. ¿Entiendes? Cambió el frasco con mis gotas habituales por el otro.
-Tienes una buena vista –dice –. No usas gafas.
- Es que paso mucho tiempo estudiando, leyendo libros. ¿Alguna vez pasaste un par de noches sin dormir? Los ojos se vuelven secos. Necesito gotas para aliviar la irritación y sequedad. Sino siento como me arden los párpados.
- ¿Y te las cambiaron?
- Si, por otro tipo de medicamento. El que se usa por los oftalmólogos para examinar el fondo de un ojo. Por eso las pupilas se me quedaron dilatadas.
Ya no me siento enfadada, sino más bien amargada. No entiendo ¿por qué Inga me hizo esto?
- Aquí está tu bolso, entrometida –ella se reía agarrando mi bolso con dos dedos con un evidente desprecio –. ¿En serio creíste que alguien te robaría esta baratija?
Ahora entiendo que era ella quien ocultó mi bolso para poder cambiar el frasco de gotas para los ojos. El padre de Inga es oftalmólogo. Por eso no es ningún problema para ella encontrar un medicamento adecuado y jugarme una mala broma. Noté demasiado tarde qué aquellas gotas no eran mías. Al salir de casa sentí la sequedad en los ojos y decidí ponerme las gotas. Eso me causó un efecto tan horrible que entendí lo que había pasado. Mis párpados ardían por la falta de sueño. Estaba segura de que las gotas ayudarían, pero al final empeoré. Enseguida mis pupilas se dilataron. Yo estaba en shock. Casi me caí en los escalones y me puse a llorar, sin poder moverme.
"Entrometida". Inga solía llamarme así porque yo solía ser la primera en dar las respuestas correctas a las preguntas de los profesores. Ella siembre se burlaba de mi ropa sencilla y de mi teléfono móvil de un modelo muy pasado de moda. Era la reina de nuestra clase. Quizás incluso la reina de todo el colegio. Otras chicas imitaban su estilo, y los chicos la seguían con miradas de admiración. Si alguien se atrevía a fastidiar a Inga, en seguida se convertía en un paria. Y ella se irritaba con todos aquellos que mantenían su propia opinión y no adulaban a Inga. Por eso no se dio una amistad entre nosotras. Nos convertimos en unas enemigas.
Poco me importaban sus insinuaciones indirectas y sus burlas. Yo quería estudiar y planear mi futuro, porque al año planeaba entrar a una universidad.
Pero las cosas se ponían de mal en peor. Entre los estudiantes del colegio se extendió un rumor estúpido. Decían que el novio de Inga decidió dejarla e invitarme a mí al baile de primavera. Por supuesto, no era cierto. Ni siquiera hablé con él. Hace un año él se ha transferido de su anterior colegio al nuestro y estudiaba en la clase paralela. Inga se enfadó conmigo por culpa de aquel chisme. Sus otros enemigos dejaron de existir para ella. Se ensayó conmigo intentando convertirme en el blanco de sus incesantes insultos.
Pero esta vez la chiquilla cruzó una línea roja. No me dolían sus estúpidos insultos. No me avergonzaba de mi viejo teléfono, ni me preocupaba por mi humilde ropa. Sé que algún día podré comprarme todo lo mejor. Ganaré mucho dinero con mi propio esfuerzo. Ayudaré a mis padres y hermana.
Pero esas gotas... Inga hizo algo realmente muy malo. Todavía no sabía cuál sería mi reacción, pero definitivamente no iba a quedarme callada. Sino la próxima vez ella me hará algo aun peor.
-Vámonos –dice el chico, sacándome de mis recuerdos.
-¿A dónde?
-Al baile –responde él sin duda alguna.
-Te estás burlando de mí –enérgicamente sacudo mi cabeza –. Yo no puedo ver nada. Además, no tengo pareja. En este estado no podría bailar sola, sin compañía. Así que ¿para qué voy a ir? Si tanto quieres ayudarme, podrías ayudarme a subir a mi apartamento.
Digo todo esto y enseguida me muerdo el labio. ¡¿Qué estoy haciendo?! Estoy invitando a un hombre desconocido a mi casa mientras mis padres no están. Esto es algo muy peligroso. Es una locura. ¿Acaso perdí la cabeza junto con la vista?