De repente se oye un silbido. Fuerte, agudo. Y luego algo seexplota fuertemente en el aire.
Me doy la vuelta en la dirección del sonido y veo un montón de chispas brillantes.
Llegó la medianoche. Comienzan los fuegos artificiales.
Los chicos salen volando a la calle, corren para ver un espectáculo incomparable. Ahora entiendo que Ángel eligió el mejor lugar para ver el show, porque desde aquí se abre la vista más completa, y al mismo tiempo nos encontramos lejos de la multitud. Los fragmentos de las frases, las exclamaciones de ánimo, las carcajadas de risa a veces llegan a nuestros oídos, pero estamos tan lejos de los demás que nadie viola nuestra privacidad.
Los fuegos artificiales son asombrosos. Este año todo me parece genial y fenomenal. Mis ojos se abren de alegría. ¡Ah, claro! ¡Por fin puedo ver otra vez! Los fuegos brillantes de todos los colores crean unos dibujos exquisitos, y puedo ver perfectamente cada uno de ellos. Destellos brillantes iluminan el cielo nocturno con luces de neón. Cascadas de chispas se esparcen en diferentes direcciones, iluminando la espesa oscuridad de la noche.
Desvío mi mirada hacia un lado, y en la penumbra puedo distinguir un cartel pegado en la entrada al colegio. El cartel que dice: "Baile de primavera". Luego miro a los chicos, a los profesores. Me doy cuenta de que haya recuperado mi vista. Las siluetas ya no se ven borrosas. Y si no puedo distinguir bien las caras de mis compañeros de colegio, es porque se encuentran muy lejos de mí.
Mi corazón late salvajemente. La sangre se precipita a mis mejillas.
Si me doy la vuelta, veré a Ángel. Conoceré su secreto.
-No –dice él, como si pudiera leer mis pensamientos.
-¿De qué hablas?
-No te des la vuelta.
Sus grandes manos caen sobre mis hombros, me aprietan, no me permiten dar la vuelta. Me aprietan suavemente, pero con fuerza, frustrando cualquier intento mío de desobedecer.
-¡Quiero verte! –exijo.
-Ya viste todo lo que puedo mostrar.
No es cierto –digo impetuosamente–. ¿Acaso tienes miedo? ¿Eres tan cobarde? ¿Por qué soy la única quién no puede mirarte a la cara? ¡No se me ocurre ninguna explicación!
-Es para tu protección.
-¿Algo me amenaza? –estoy molesta–. ¿Por qué no me lo dices sin rodeos?
Siento su aliento caliente en mi nuca. Se me pone piel de gallina por el presentimiento de un peligro.
- Yo estoy a tu lado –firmemente dice él.
No lo puedo comprender. ¿Es una respuesta a mi pregunta sobre la amenaza? ¿O quiere decirme algo completamente diferente?
Me siento perdida.
-Aunque no me veas, siempre estaré detrás de ti –asegura firmemente Ángel.
Su voz baja y profunda literalmente me envuelve, me enreda con una telaraña de acero.
-Pero yo… –trago la saliva–. Quiero verte. No te escondas detrás de mí, no te huyas a un lado. Déjame verte con esta luz.
-No –exhala Ángel bruscamente–. Así será más fácil.
-Te equivocas –sacudo la cabeza e intento dar la vuelta; pero fue un intento en vano.
Me gustaría decirle muchas cosas, pero me muerdo la lengua a tiempo y mentalmente me doy una fuerte palmada en la nuca. ¡Un poco más, y le voy a pedir que se quede conmigo por más tiempo! Y es algo que no me puedo permitir.
¿Quizás tiene una novia y tiene prisa por estar con ella? ¿Tal vez en realidad no le intereso? Supongamos que me ayudó por lástima. Es tan estúpido y humillante aferrarse al chico que quiere a otra. Es mejor que se vaya a dónde quiere ir.
-Una sola noche –dice Ángel algo distante; parece que no es a mí a quién se dirige–. El tiempo aún no ha terminado.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que puedo llevarte al fin del mundo.
Una tela densa de repente cubre mi cara, una venda tapa mis ojos, siento como un nudo aprieta mi nuca.
Puedo oler su olor. Es picante. Agrio. Lo recordaré hasta el final de mis días, por lo rápido que penetra mis pulmones. Tiene notas de madera. Y también algo cítrico. Pero lo más importante es el penetrante olor a humo. No es el humo de una fogata. Sino el humo de cigarrillo. Ahora entiendo por qué Ángel tiene esa voz tan extraña, algo ronca y agrietada. Fuma mucho, lo cual es muy malo para su salud. Abro la boca para contarle todo lo que sé sobre el daño que hacen los cigarrillos, pero mi mente se pone en blanco, porque sus fuertes brazos rodean mi cuerpo y me levantan al aire.
Maldita sea, ¿estoy segura de que iba a decir algo ahora mismo?
-Eres el jefe de la mafia encubierto –suelto una risita.
-¿Qué? –Ángel se ríe.