Bueno, estoy diciendo tonterías. ¿Para qué lo hago? Lo más correcto sería zafarse de sus abrazos y salir corriendo. Gritar, si no me querrá soltar. Pero obviamente no vale la pena derretirse en estos brazos musculosos…
Un hombre desconocido me tapa los ojos con una venda. Me lleva a un lugar que no conozco. Esto es una completa locura. Lo peor es que yo misma lo entiendo. Me comporto como una estúpida. Pero… realmente no quiero arruinar la magia.
Al escuchar mis palabras sobre el multimillonario Ángel se ríe. Su risa es casi silenciosa, pero las mariposas de cristal vuelven a aletear bajo mis costillas, revolotean y me hieren con sus frágiles alas.
-Dime la verdad –le pido–. Entonces dejaré de inventar versiones alocadas.
-¿Qué pasará si la verdad será aún más loca?
-Entonces dime qué es el "fin del mundo".
-Será mejor que te lo muestre.
Unos minutos después estamos montando una moto. Ángel me pide que me arrime a su espalda, que rodee su torso con mis manos, y me indica cómo debo agarrarme correctamente.
-Quiero ver el camino –murmuro yo–. Quiero saber adónde me llevas. De lo contrario me siento extraña.
-No deberías tenerme miedo.
-No te tengo miedo –digo con resentimiento–. ¿Acaso soy una cobarde? Solo necesito saber adónde vamos.
-Te lo dije –su voz parece estar llena de diversión–. Vamos al fin del mundo.
-Nunca he montado una moto con los ojos vendados...
Hago una pausa, dándome cuenta de que la venda que me tapa los ojos no es lo peor en este momento. Tan pronto como me senté en el asiento, mi vestido se subió hasta un punto indecente, y mis piernas quedaron expuestas. Cuando me doy cuenta de cómo me veo ahora mismo, la sangre sube a mis mejillas y tengo una sensación de ardor en mi cara.
-No he visto nada –dice Ángel.
-¿Qué? –respiro con dificultad, por un ataque de asfixia que me agobia.
-Estoy sentado de espaldas hacia ti –continúa con calma el chico, y luego susurra con cierta picardía–. Desde aquí no se ve nada.
¿Él lee mi mente? ¿O lo ha adivinado por casualidad? Estoy avergonzada, sobre todo porque puedo notar algo de arrepentimiento en su voz baja y profunda.
-Agárrate fuerte –dice Ángel.
En el siguiente momento la moto arranca. Lanzo un grito de sorpresa y clavo mis uñas en su camiseta, aferrándome a su torso musculoso, presionando contra él con todo mi cuerpo. Hago un esfuerzo tan fuerte que se siente en todo mi cuerpo.
Lo más importante es que no me caiga. Que no me caiga…
El viento azota mi cara, jugando con mi cabello, destruyendo por completo mi peinado. ¿A qué velocidad corremos ahora? Se me hace un nudo en la garganta, me duelen las costillas.
-No tengas miedo –se ríe Ángel.
¿Se está riendo de mí? ¿Se está burlando?
-¡No tengo miedo! –exclamo con enojo.
Le propinaría un golpe, pero no me atrevo a soltar los dedos ni por un instante. La moto corre a una velocidad vertiginosa, y simplemente tengo miedo de salir volando del asiento hacia la carretera si hago un movimiento descuidado.
Aprieto fuertemente su poderoso cuerpo con mis manos.
¿Qué pasa con su vientre? ¿Por qué es tan duro? ¿Son sus músculos de acero o hay algo más allí?
Sus músculos se encogen bajo mis dedos. Me estremezco y me arrimo a él con más fuerza, literalmente mi cuerpo está pegado contra cuerpo.
Muerdo nerviosamente mis labios. Que estúpida soy. Me doy a mí misma una palmada imaginaria en la nuca. ¿Para qué me he metido en esa aventura? Correr locamente por la ciudad nocturna en una moto. Y encima con los ojos vendados. ¿En qué estaba pensando cuando acepté participar en tal locura? Aunque Ángel no me preguntó, simplemente no necesitaba mi consentimiento. Pero yo tampoco pensé en eso. Me he vuelto completamente loca por él. Seguramente, es la impresión que todas las chicas tienen de él. No soy la única. Muchas se vuelven locas por él. Así las estúpidas mariposas se mueren atraídas por un fuego cruel.
-Tienes miedo –grita Ángel–. Pero no hay ninguna razón para tenerlo.
Sus dedos calientes de repente tocan mis manos tensas y frías, dándome una sensación de absoluta calma y confianza.
- Oye, ¿cómo conduces la moto? –grito, porque de repente me doy cuenta de que el chico me está tocando con ambas manos, lo que significa que no conduce como se debe.
Ángel se ríe.
-¡Estás loco! –otro grito desesperado sale de mi boca. –Que imprudente. Bueno, detente rápido. O agarra el volante o cómo se llame lo que tenga la moto...
El chico obedece, pero no para de reír.