Toco mis labios con la mano y siento como arden salvajemente.Pero el chico ni siquiera me besó. Solo rozó mis labios con su boca a través de la tela. Pero tengo una sensación de que mi boca este dolida, lastimada, herida, a punto de brotar la sangre.
Nunca me he besado con nadie, no sé cómo hacerlo bien. Sólo he oído de mis amigas cómo tendría que ser la sensación. Siempre pensé que un beso era algo muy asqueroso. Un simple intercambio de saliva, donde hay muchos microbios, virus y todo tipo de suciedad. Sí yo ni siquiera puedo beber agua de un vaso, usado por otra persona, y mucho menos lamer la boca de alguien ¡Qué asco! Tal vez esa es la razón por la cual nunca he tenido deseo de besar a alguien. Los chicos no me atraen. Pero hoy mi sistema de percepción falló por primera vez. Y estoy decepcionada.
¿Qué pensamientos tan locos pasan por mi cabeza? ¿De verdad quiero que Ángel se quite el pañuelo y me bese?
Ahora no solo me arden los labios, sino también las mejillas. Toda mi cara se ha enrojecido de vergüenza, me siento como una completa idiota. ¡Nos conocemos desde hace menos de un día! No lo conozco en absoluto. ¿Qué pensará de mí? ¿Qué soy capaz de besar al primer chico que encuentre por ahí? ¿Qué me derrito ante la atención de cualquier hombre guapo y enseguida pierdo la cabeza? Qué horror. Qué vergüenza.
Pero si Ángel y el Perseguidor son la misma persona, entonces nos conocemos desde hace mucho tiempo. Él me seguía, me miraba desde lejos escondido en la sombra. Empezar una relación con un tipo tan sospechoso es aún más espeluznante. ¿Acaso es normal? ¿Enamorarse de un acosador?
Basta. ¿Qué estoy pensando? "Relación". "Enamorarse." Qué estupidez. Mis pensamientos son confusos y solo una cosa me tranquiliza: Ángel nunca sabrá qué está pasando por mi cabeza. Necesito dejar de fantasear.
-Es una pena que no pueda llevarte conmigo –dice el chico.
-¿A dónde? –mis ojos se ponen redondos.
-¿A dónde te gustaría ir?
La pregunta me confunde.
-¿En qué sentido? –murmuro sin entender a qué se refiere y por qué me lo pregunta.
-Nombra un lugar –dice Ángel con tranquilidad–. Tu país favorito. O una ciudad. ¿Dónde has estado alguna vez o adónde te gustaría ir?
No sé qué decirle. Nunca he salido de mi ciudad natal. Bueno, he ido de vez en cuando al pueblo, donde vivían mis parientes. Está aquí, cerca. Pero viajar al extranjero... Esto es algo completamente fantástico. ¿A dónde me gustaría ir? Solía ver los programas de viajes, pero nunca soñé en viajar yo misma. Mi familia no tiene posibilidades de viajar.
-El mar –decido–. Nunca en mi vida he visto el mar. De verdad. Solamente en las fotos o por la tele; y se veía precioso, aunque no es lo mismo. O el océano. ¿Has estado alguna vez en el océano?
Me mira tan extraño. Pensativo, como si estuviera investigando. Y esta mirada me avergüenza. Pero no desvío mi mirada.
-Sí –responde Ángel–. No tiene nada especial.
-¿No te gustó? –me siento un poco triste por su reacción–. ¿Cómo puede ser eso? ¿No te gusta el olor de la briza marina? Debe ser salada e inquietante. Cierras los ojos y sientes el aire acariciando tu rostro. Las olas hacen ruido golpeando contra la orilla. ¿Te gustaría ser pirata?
-¿Pirata? –se ríe él.
-Bueno, ¿por qué no? Hace poco leí un libro genial sobre un noble capitán que tuvo que convertirse en pirata. Fue obligado por las circunstancias. Él no era malo, pero tuvo que vengar la muerte de su familia; sus enemigos resultaron ser unos criminales peligrosos.
-¿Cómo terminó todo?
-Ganó. La justicia ha prevalecido. Además conoció a una chica y se casó con ella.
-Que interesante –concluye Ángel–. Cuéntame más.
Y yo tengo dudas que se interese por la historia. El mira a un lado, no me hace caso, pero a medida que le cuento más detalles, hace preguntas y comentarios que dejan en claro que estaba escuchando mi cuento.
-Tengo que irme hoy –dice Ángel cuando mi historia llega a su fin, y hago una breve pausa–. Pero volveré a buscarte en unos meses. Terminaré mis asuntos y volveré.
-¿Tienes que dar los exámenes?
-Algo parecido –dice evasivamente–. Estaré fuera hasta el otoño.
-¿Qué hay de la universidad?
-No voy a volver allí –responde–. Si todo va según cómo lo planeo.
-¿Vas a cambiar de universidad?
-Primero quiero viajar al mar –en su baja y profunda voz suena una confianza inquebrantable–. O al océano. Contigo.
-Oh, no será posible–niego con la cabeza–. Tendré que estudiar.
-Podríamos volar un fin de semana.
-¿Volar? –mis cejas se levantan involuntariamente.