Una Sola Noche

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El Perseguidor

                                                                      

La conocí por casualidad. Lancé una mirada superficial y de repente me quede pegado a ella. Había algo en ella... algo que no puedo explicar. Algo que nunca antes había visto o simplemente no noté en otras chicas. Algo poderoso. Penetrante. Ha sido como un golpe en la cabeza. Me quede noqueado. Estaba a punto de salir del estacionamiento, me puse el casco, encendí la moto. Y de repente apareció ella. Seguramente salía del entrenamiento. Tenía mejillas sonrojadas. Estaba alegre. Maldición, ¿tal vez me atrajo su risa? No he oído nada parecido antes. Es difícil de explicar, pero su risa me hizo estremecer. Tan sincera y pura. Ella misma también era así. No había nada falso en ella. No era presumida. Simplemente una chica sencilla. Pero diablos, no era tan simple como parecía a primera vista. Sin darme cuenta comencé a seguirla. Dejé la moto, me quité el casco para verla mejor. La perseguía como una sombra. Estaba rodeada de otras personas. Me estorbaban y no dejaban verla bien. Entonces me di cuenta de que eran sus amigas. La compañía llegó a la parada, y casi al instante vino el autobús. Quería subir detrás de ellas, pero de repente entre en razón, me recuperé de un estado delirante.

Que imbécil soy. ¿Qué estoy haciendo? Estoy persiguiendo a una chica. ¿Para qué?

No podría explicarlo. Esto no me ha pasado nunca antes. Yo no corría detrás de las chicas. Ellas no me importaban en absoluto. Y de repente eso… Casi me vuelvo loco. Sin ninguna razón. Realmente. Tropecé en terreno llano. En fin, olvidémoslo. Así pensé, me reí de mí mismo, y seguí con mis asuntos. He salido de la universidad por un rato, así que no podía permitirme perder el tiempo.

Pero al día siguiente regresé al mismo lugar. Al mismo maldito estacionamiento, aunque no tenía nada más que hacer en aquel barrio. Pero me sentía atraído como por un imán.

Ella no estaba. Sus amigas salieron del complejo deportivo, pero ella no se encontraba entre las chicas. Entonces decidí volver de nuevo, para comprobar si ella era real o me había vuelto loco.

He tenido suerte. Aunque es difícil llamarlo suerte, porque en unos días me sentí aún más pegado a ella. ¡Tan solo pensar que he conducido hasta aquí desde una ciudad vecina solo para ver a esa chica! Por unos escasos minutos. Ya no era divertido. Sobre todo cuando he entendido todo lo que pasaba. Mañana voy a venir de nuevo. Sólo para ver a esta chiquilla. ¿Qué edad tiene ella? ¿Unos dieciséis años? Carajo. Es demasiado joven. Y hermosa. Pero, ¿qué tiene de especial? Nada. ¡Y todo!

Venía a verla durante dos semanas siguientes. He calculado el horario de sus entrenamientos. Luego perseguí su autobús en la moto, y supe donde vivía.

Me sentía como un idiota, pero no podía parar. Me daba cuenta de que tenía que parar. Pero no podía.

Estaba buscando razones, trataba de explicar lógicamente mi comportamiento alocado, pero las explicaciones eran tan estúpidas incluso para mí mismo, que me daban ganas de vomitar.

Ella es una colegiala. Soy un estudiante de universidad. Nos separan un par de años, pero hay un abismo grande entre nosotros. Y no se trata de la edad. Es mi familia. Y es mi venganza. Un juego del cual no puedo salir. En mi vida no hay lugar para la gente nueva.

 Basta. Qué tontería. ¿De qué estoy hablando? ¿Realmente quiero ligarme? ¡¿Con ella?!

Me ayudó la universidad. Aclaré mi cerebro y saqué la basura de mi cabeza. El tiempo se acabó. Tenía que regresar. Creía seriamente que para mi próxima salida a la libertad ya no recordaría a esa extraña chica.

"La Jaula". Así llamamos nosotros la universidad donde estudio. Sus reglas son rígidas, la disciplina es estricta. Y hay un club de estudiantes secreto al cual debo unirme si quiero encontrar respuestas a mis preguntas. Si quiero vengarme de los que arrancaron un pedazo de mi vida.

Me olvidé de la chica. Así es. Me olvidé de ella mientras estaba allí. Me prohibí pensar en ella, porque entre los muros de esta maldita universidad no hay lugar para las cosas buenas. Ni siquiera en los pensamientos.

Pero tan pronto como salí a la libertad de nuevo, volví corriendo. A aquella maldita ciudad, a aquel maldito complejo deportivo, a aquel maldito estacionamiento donde me perdía con facilidad y podía volver a verla.

¿Para qué? ¿Quién sabe? No pude dejarla. Me gustaba mirarla desde lejos. Solo mirar y nada más. Nunca pensé en acercarme y hablar con ella, de intentar conocerla. Aunque me sentía atraído. Salvajemente. Dolorosamente. Lo decidí cortar de una vez.

Mirar. Mirar es lo único que se permite. No se puede tocarla.

Ella es tan…                                                        

¿Joven? ¿Pura? ¿Frágil?                                       

Decidí protegerla. Así de simple. Guardarla en mi memoria. Mirarla hasta hartarme, hasta tener náuseas, y luego irme lejos de aquí. Yo la seguía, la miraba, y esperaba cuando, por fin, me iba a aburrir.

La chica no debía verme. Y ella no me veía. Siempre pasaba riéndose y charlando con las amigas. A veces se daba la vuelta. De un impulso. Era como si sintiera algo. Pero yo siempre estaba oculto en la sombra.




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