- ¡Apártate! – es lo único que llego a decir.
Estoy en shok por su comportamiento arrogante. Y del hecho de que prácticamente no nos separa nada. El tipo se detiene demasiado cerca. Estudio su torso esculpido al detalle. Aunque no lo quiero en absoluto. El Rabioso se coloca de tal modo que ni siquiera pueda alejarme, y simplemente me da miedo cerrar los ojos. Mientras le esté observando, considero que la situación está bajo control.
Stop. ¿De qué estoy hablando? No hay ningún control. El cabrón hace lo que quiere. Se desviste, se cierne sobre mí, apoyando las palmas de las manos sobre la mesa a cada lado de mis caderas.
- Pareces nerviosa, -el Rabioso entrecierra los ojos.
Sólo déjale tocar. Que se estire un poco más adelante. Inmediatamente le golpeare con la rodilla al lugar más sensible.
Pero, en general, el tipo se levanta de tal manera que dudo si será posible efectuar el golpe.
- Deberías vestirte, -hago una mueca.
- ¿Algún problema? – dice con una sonrisa, sus ojos brillan incluso debajo de los párpados entrecerrados. - ¿Te mola?
- Estas soñando, - resoplé y crucé los brazos sobre el pecho, levanté la barbilla y me encontré con valentía con su ardiente mirada. - Es desagradable de ver.
- Pues tócalo, -dice con voz ronca, sonriendo más ampliamente.
- Solo lo haría en una pesadilla.
- ¿Tienes miedo?
- ¿Por qué debería...
- ¿Y si te gustará?
- ¿Crees que todas las chicas del mundo están locas por los culturistas? – estoy a punto de explotar de ira.
Es una tontería, por supuesto. ¿Por qué reacciono de forma tan extrema? Cuanto más caigo en sus provocaciones, más está disfrutando.
El Rabioso se inclina hacia adelante, obligándome a casi tumbarme sobre la mesa. Nuestros cuerpos se tocan, pero solo por un par de segundos, porque al segundo siguiente el tipo se hace a un lado, agarrando unas enormes mancuernas con sus manos.
Giro la cabeza y veo un estante cerca de la mesa, que no es inmediatamente visible. En el inquietante entorno de esta habitación muchos detalles en general se pierden. Resulta que hay un juego completo de mancuernas cerca.
El Rabioso comienza a entrenar. Justo en el medio de la habitación.
Sería mejor que entrenara el cerebro.
Me doy la vuelta y me hundo en el sillón. ¿Tal vez puedo hacer el trabajo? Cualquier cosa para evitar ver a este idiota.
Mi mirada cae sobre la hoja. Entonces, hay que redactar los apuntes. De hecho, nada complicado. Pero si cedo al menos una vez, el sinvergüenza se volverá aún más insolente. ¿Por qué debería estudiar por él?
Alejo con mi mano los papeles. Sin pensar, miro hacia adelante. Ante mí hay un espejo en el que se refleja este bastardo. Ya deja las mancuernas, salta y se agarra a la barra de metal reluciente, haciendo dominadas con tanta ligereza que pareciera como si no le costara en absoluto. Sus músculos se abultan, juegan con cada movimiento.
Exhalo molesta y desvió mi mirada a la mesa.
- Es genial que hayas decidido quedarte conmigo esta noche, -me llega su voz inquietantemente molesta.
- ¿Te has vuelto loco?
- Es tu elección, - el Rabioso se ríe. -Hasta que no completes la tarea, no irás a ningún lado.
Me preparo para contestar, pero el timbre me interrumpe.
¿Quién es? Me quedo helada ante la idea de que sus amigos no menos repulsivos puedan venir a visitar a este cabrón. Vale, ¿quizás sus padres han vuelto del trabajo?
- Quédate aquí, ordena el Rabioso sombríamente, dirigiéndose a abrir.