Me llamo Mickey.
Dicen que tengo diecinueve, pero a veces siento que he vivido mucho más… y otras, que no he vivido nada.
Cuando me miro al espejo, lo que veo es un chico delgado, con los ojos cansados… alguien que se acostumbra a pasar desapercibido.
Me gusta dibujar. En mis trazos me escondo, en ellos invento un mundo que no me rechaza.
Porque afuera… soy solo el que camina entre la gente y nadie nota, el que habla bajito para no molestar, el que guarda en silencio todo lo que le pesa.
No soy valiente, no lo soy.
Lo que me sobra es miedo: miedo a fallar, miedo a no ser suficiente, miedo a quedarme solo para siempre.
Y sin embargo… aquí estoy, con un teléfono en la mano, preguntándome si de verdad merezco esa beca al extranjero que suena demasiado grande para alguien como yo
—Buenas noches, profesor… soy yo, Mickey. Perdón por molestar tan tarde.
mi voz tiembla… seguro ya notó que estoy nervioso
—Quería preguntarle sobre la beca al extranjero… sí, esa.
suena tan grande cuando lo digo en voz alta, como si no fuera para mí
—Tengo las notas, claro… pero no sé si son suficientes.
¿y si solo soy uno más del montón? ¿y si descubren que no soy tan bueno como aparento?)
—Sí, entiendo… esforzarme más… dar lo mejor… claro.
fácil decirlo… pero ¿y si mi “mejor” no alcanza?
—Lo pensaré, profesor. Muchas gracias.
Cuelgo. Me quedo mirando el celular en silencio. Luego lo guardo y abraze el cuaderno. Mi voz ya no se dirige al teléfono, sino al vacío, al público, como si hablara conmigo
“Dicen que la soledad es silencio… pero yo la escucho gritar todas las noches.
Un grito que no se oye afuera, sino aquí adentro.
En este pecho vacío que late sin nadie que lo acompañe.
Y lo peor es que… te acostumbras. Te acostumbras a caminar entre la gente y sentirte invisible, a entrar a casa y no escuchar más que el eco de tus propios pasos.
La soledad es un monstruo que no se ve, pero se sienta a tu lado, se acuesta en tu cama y respira contigo.
Por eso dibujo.
Dibujo porque en mis trazos puedo inventar compañía.
En mis páginas hay voces, hay risas, hay rostros que me miran y no desaparecen.
Aquí, en el papel, no tengo miedo de quedarme solo.
Aquí siempre hay alguien, aunque lo haya inventado yo.
Pero… cuando cierro el cuaderno… todo vuelve a la nada.
Las calles otra vez se quedan vacías, las paredes mudas, la cama helada.
Y entonces me pregunto… ¿cuánto tiempo más puedo vivir acompañado solo por dibujos?
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Editado: 19.09.2025