Elaine
—¡Maldición! —bufé bajito, aunque ni siquiera sabía su nombre con certeza El caso es que desde ese choque tonto con él, mi vida se volvió un desfile de regaños. Los profesores parecían tenerme en la mira: “Señorita Elaine, cuídese la presentación”, “Señorita Elaine, esa blusa no es apropiada”. Como si yo fuera un maniquí y no una estudiante.
Me miré la blusa nueva, arruinada con una mancha que no salía, y apreté los puños. Era injusto. Yo nunca pedí ser perfecta ni andar planchada como planilla de banco.
Y lo peor de todo es que, cada vez que trataba de olvidarlo, aparecía la imagen de ese chico, con su cara tranquila y distante, como si nada en el mundo pudiera alterarlo. ¡Qué rabia!
—Genial. Mi blusa nueva sobrevivió menos de un día —me quejé frente al espejo, frotando la maldita mancha que no se iba. Como si con eso también pudiera borrar el recuerdo de esa mirada tranquila que me sacaba de quicio.
—¿Otra vez renegando? —Carla apareció, siempre con esa energía suya que parecía iluminar los pasillos. Se acomodó a mi lado y sacó un labial del bolso—. Deberías relajarte más, Elaine.
—Díselo a los profesores —resoplé—. Últimamente se la pasan regañándome por mi ropa.
Carla rió suavemente, como si nada pudiera ser tan grave.
—Ay, son un fastidio, lo sé. Oye, hablando de fastidios… ¿ya conociste a Josue y su amigo que no importa?
—¿Quién? —pregunté, con voz plana
—Josue es mi novio y su mejor amigo siempre se le pasa dibujando pero es un gran amigo —Se encogio los hombros y dijo su nombre —Mickey.
Tragué saliva. Mickey. Así que ese era su nombre. El mismo que me había arruinado la blusa y la paciencia en un solo segundo.
—No me suena —mentí, bajando la mirada.
Al salir del baño lo vi, sentado en un banco con el cuaderno abierto sobre las rodillas. Su cabello caía rebelde sobre la frente, sus ojos fijos en el papel como si nada más importara.
Me giré de inmediato, fingiendo que buscaba algo en mi mochila. Pero por dentro lo maldije otra vez.
Salimos del baño y yo aún trataba de convencerme de que no me importaba ese tal Mickey. Apenas un nombre, un chico con un cuaderno. Nada más.
—¡Ahí está Josué! —exclamó Carla, entusiasmada.
Antes de poder reaccionar, ella tiró de mi brazo y me arrastró hasta donde su novio estaba conversando… con alguien más. Y claro, el destino tenía que burlarse de mí: el “alguien más” era él.
Mickey.
El mismo que había arruinado mi blusa, el mismo que me hacía perder la paciencia solo con existir.
Se volvió ligeramente cuando llegamos. Josué nos saludó de inmediato, con la sonrisa fácil de siempre, y Carla se lanzó a abrazarlo. Yo me quedé parada, incómoda, y fue entonces cuando él levantó la mirada.
Ojos tranquilos. Demasiado tranquilos. Como si ni siquiera recordara que casi me dejó hecha un desastre
—Elaine, te presento a Mickey —dijo Josué, señalándolo con un gesto amistoso.
Por dentro hervía. Ya nos “presentamos”, gracias. Pero me limité a inclinar la cabeza con frialdad.
—Mucho gusto.
Él no dijo nada. Solo asintió, con esa calma irritante que parecía su sello personal. Y de algún modo, eso me molestó más que cualquier palabra.
Carla hablaba animada con Josué, y yo apenas escuchaba. Lo único que sentía era esa mirada que parecía atravesarme, aunque él no dijera ni hiciera nada.
Carla seguía charlando con Josué como si el mundo fuera solo de ellos. Yo apenas escuchaba, demasiado ocupada fingiendo que no me importaba la presencia del idiota a mi lado.
—Oye, amor, ¿me acompañas a la tienda un momento? —dijo Carla, jalando a Josué del brazo.
—Claro —respondió él sin pensarlo.
Y así, sin previo aviso, me dejaron sola con el tipo que menos quería ver.
Mickey cerró su cuaderno con calma exasperante y, como si nada, me soltó:
—¿Cómo andas, llama?
El calor me subió directo a la cabeza. ¿Llama? ¿En serio? ¿Quién demonios se creía? Antes de darme cuenta, mi mano se estiró, le arranqué el cuaderno y le pegué con él en la cabeza.
—¡Idiota! —solté entre dientes.
Él, en lugar de molestarse, se llevó la mano al lugar del golpe y sonrió con una tranquilidad que solo me encendió más la rabia.
. Mickey se sobó la frente, fingiendo dolor, y luego soltó una carcajada.
—Golpeas fuerte para ser tan pequeña —dijo, divertido.
Eso la irritó aún más. ¿Cómo se atrevía a reírse después de hacerla perder la paciencia? Elaine lo fulminó con la mirada, sintiendo que esa sonrisa descarada era peor que cualquier provocación.
Elaine lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada más. Simplemente se levantó con brusquedad, aún sintiendo la rabia en la piel, y se marchó.
Al regresar a casa, no estaba mi padre. Eso me dejó tranquila. El silencio del lugar, por primera vez en el día, no era soledad… sino descanso.
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Editado: 19.09.2025