Mickey
Todavía me dolía un poco la cabeza, pero lo peor no era el golpe: era la risa que me estaba aguantando desde entonces. Esa chica… Elaine, creo que se llamaba, me había reventado el cuaderno en la frente como si fuera un castigo divino. Y lo peor era que, en lugar de enojarme, me resultó gracioso. Hace tiempo que nadie me hacía perder el control de esa manera.
Caminé a casa con una sonrisa que no se me borraba, como un idiota. Josué me habría molestado si me hubiera visto. Y, como si lo hubiera invocado, esa misma noche me llamó.
—¿Qué tal, hermano? —me dijo con su voz tranquila de siempre.
—Todo bien —respondí, fingiendo normalidad.
—Te vi raro hoy. ¿Qué pasó cuando Carla y yo nos fuimos?
Lo dudé. Podría contarle que me quedé a solas con su amiga de mirada fulminante, la que casi me deja un chichón, pero ¿para qué? Ni yo entendía por qué ese encuentro me seguía rondando en la cabeza.
—Nada importante —mentí.
—Mmm… —Josué se rió—. Cuando dices “nada”, siempre es algo.
Y tenía razón. Algo había pasado, aunque no supiera cómo nombrarlo todavía.
—No insistas, en serio —le dije, intentando sonar convincente.
—Está bien, está bien —cedió Josué, aunque en su tono noté curiosidad—. Igual, cuando quieras soltarlo, aquí estoy.
La llamada siguió unos minutos más, pero mi cabeza ya estaba en otro lado. Apenas colgué, me quedé mirando el techo. No podía sacármela de la mente: su mirada de enojo, el lunar en su mejilla, el cabello suelto que parecía no dejarse domar.
Me pregunté por qué rayos me importaba tanto. No fue un encuentro agradable, ni mucho menos… y, sin embargo, sentía que algo en mí había despertado. Tal vez era porque hacía tiempo que nadie me trataba sin rodeos, sin filtros, sin cuidado.
La soledad, cuando se vuelve rutina, te anestesia. Te acostumbras a que nadie irrumpa en tu mundo. Pero hoy, de golpe —literalmente—, alguien lo había hecho.
Sonreí sin querer, recordando cómo me pegó con el cuaderno. Josué tenía razón: cuando digo “nada”, siempre es algo.
Apagué la luz y me dejé caer sobre la cama, pero el sueño no llegaba. Me sentía inquieto, con esa rara sensación de que el día había significado algo que todavía no entendía.
Me incorporé, tomé el cuaderno y el lápiz, como siempre hacía cuando necesitaba escapar de la soledad. Al principio eran solo líneas sueltas, figuras sin forma… hasta que me descubrí dibujando un rostro.
Ojos grandes. Cabello negro y rebelde. Un lunar en la mejilla.
Me detuve. Cerré el cuaderno de golpe, como si acabara de cometer un error.
—Tch… ¿qué me pasa? Ni siquiera la conozco bien… parezco un acosador —murmuré, recostándome otra vez.
Mejor me deje caer en la cama a dormir pero en verdad esperaba dormir sin pensar en nada pero me llego un mensaje de mi madre con mi padastro pidiendome que vuela a casa, Si es cierto hace mucho no los veo me sali de casa por las cosas de un nuevo matrimonio ellos siguen pagando mis estudios pero con mi trabajo pude ahorrar para salirme y vivir solo
Ahora me retumbra el recuerdo de que este solo o no pertenezco ni la nueva familia de mi madre ni con la antigua con mi padre fallecido y una vez mas me quede solo al recordarlo
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Editado: 19.09.2025