¿una taza más?

El roce de la verdad

Permito que el aire fluya con tranquilidad en mis pulmones. Mi corazón sigue golpeando con fuerza en mi pecho y el temblor apenas perceptible en la punta de mis dedos delata el eco del nerviosismo que aún se aferra a mi piel.

Dejo la biblioteca atrás con pasos cuidadosos, como si los muros mismos pudieran delatarme. Me detengo por un momento, antes de adentrarme en la sociedad vitoriana, cerciorándome de cualquier sombra que delate la presencia del Conde Hallam o del tío Heinz ¿Qué excusa sería lo suficientemente sólida como para explicar mi presencia allí, mi necesidad de escuchar lo que no estaba destinada a oír?

He tenido que esperar un tiempo, acurrucada entre las estanterías con la respiración contenida y el pulso a una velocidad vertiginosa. El olor de los libros antiguos, de la tinta y del polvo suspendido en el aire, se ha quedado impregnado en mi ropa, como un testigo silencioso de la verdad.

Hablaban de mí, al menos, han mencionado mi nombre ¿El tío Heinz ha recurrido al Conde Hallam para pedirle ayuda? La incertidumbre se aferra en mi interior y maldigo el eco de la biblioteca por no dejarme escuchar con toda la claridad necesaria. Hay algo más, tiene que haber algo más; no solo existe una desesperación por protegerse una vez más, el tío Heinz parecía demasiado serio y casi pude percibir una preocupación latente en sus palabras. Al menos, parecía estar recuperado del todo y eso es algo que me deja un poco más tranquila.

Mis tacones resuenan por el recibidor, casi por encima de las voces de la sociedad victoriana, o al menos, resuena en mis oídos casi como un estruendo. A pesar de querer centrar mi atención, como cada noche, en cada detalle que se extiende ante mis ojos, mi vista se mantiene perdida en algún punto de mis pensamientos, dándole vueltas a la silenciosa conversación.

De repente, un golpe me obliga a dejar mis pensamientos a un lado, y un pequeño quejido escapa de mis labios.

-¡Ah!- Digo, sin saber si es por el susto o porque realmente me he hecho daño.

-Pensé que se detendría, señorita Catherine.- La risueña risa de Nathaniel apacigua mi dolor.- No pensé que le gustase tropezar con caballeros. Aunque he de admitir, que es un truco eficaz para llamar su atención.

No puedo evitar sonreír al ver su rostro iluminado por la luz de los candelabros y esos rizos desordenados que añaden un aire encantador a su mirada.

-¡Nathaniel!- Mi voz se suaviza, llena de alivio al verlo. Bromeo.- Pensé que se arrepentiría de bajar a cuidarme después de haberle permitido dormir en mi cama.

-Me ofende usted, señorita catherine ¿Qué clase de hombre cree que soy?- Su tono es juguetón.- Se equivoca, el motivo de mi tardanza… Es la señora Jones. Con el señor Hertford en cama , me ha tocado encargarme de todo y más. Doblar sábanas, recoger mantas, preparar algo caliente…

-Pero mi tío ya está mejor. Acabo de verlo…- Permito que mis palabras sean arrastradas.

El señorito Rider parece sorprenderse.

-¿De verdad? Eso es estupendo, pues su salud nos mantenía preocupados a todos. Parecía un poco más débil que otras veces, mas si ha salido de la cama, es una buena señal.

Le sonrío.

-Parecía estar casi como siempre.- Añado, perdiéndome en sus ojos color esmeralda.

-¿Y usted cómo ha estado, señorita Catherine?

Exhalo suavemente.

-He escuchado una conversación entre mi tío y el Conde Hallam.- Me sincero, bajando un poco la voz, como si temiera que alguien pudiese escucharme.- O al menos, parte de ella. Digamos que mis dotes como detective están un poco oxidados. Estaban en la biblioteca y parecía estar hablando de algo, sobre los entes tal vez. No lo sé. Mencionaron mi nombre y tengo la sensación de que mi tío busca una nueva forma de protegerme.

-¿Protegerla?- Dice, como si necesitara repetir mis palabras para comprenderme del todo.

-O quizá algo más. No pude escucharlo con claridad.

Me detengo, porque ni siquiera yo misma soy capaz de explicar lo que sentí.

El señorito Rider se mantiene en silencio por un momento, y con una suavidad que me estremece, lleva su mano hasta mi mejilla, acariciándola con cuidado y dejando su huella en mi piel. Mis mejillas responden tras su tacto.

-Había algo en su tono, en la forma en que hablaban. No era preocupación, era… Había algo diferente.-Continúo, tratando de ordenar mis pensamientos.- Como si… Estuviese ocultando algo… Como una pieza que no encaja.

Nathaniel me mira con atención, mas sus ojos reflejan una preocupación creciente. Da un paso hacia mí y coloca su mano sobre mi brazo.

-Catherine.-Su voz es firme.- Necesito que me escuches.

Sin permitirme añadir una sola palabra más, agarra con fuerza mi brazo, casi me duele. Sus dedos se ciñen a mi piel, como si temiera que en cualquier momento pudiera escapar. El gesto es tan firme que un estremecimiento recorre mi cuerpo, aunque sigo en silencio, incapaz de protestar. La determinación es su rostro lo dice todo

Avanza por el recibidor con una soltura que apenas veo, ignorando por completo las sorprendidas miradas de la gente que nos rodea. Yo, por el contrario, soy consciente de cada parpadeo y susurro a nuestro paso. Mi mente se tambalea entre la confusión y la sorpresa ¿Qué le ocurre?

Mis pasos no logran seguir el ritmo que él marca. Mi vestido, ceñido en la cintura y largo hasta los tobillos, me limita, cada movimiento se vuelve más difícil. Me obliga a apresurarme a correr para no quedar atrás.

Tropiezo conmigo misma, la falda del vestido se enreda en mis pies y, por un instante, siento que el suelo se acerca a mí con rapidez. Antes de que pueda siquiera reaccionar, Nathaniel da un paso rápido hacia mí, tirando ligeramente de mi brazo para evitar que caiga. Su fuerza me mantiene erguida.

Sin decir palabra alguna, abre con brusquedad la puerta del pequeño salón, donde noches atrás fue escenario de una partida de whist. La puerta rechina al ser empujada, mas él no se detiene. Ni siquiera se molesta en cerrarla correctamente. El propio impulso da un portazo que resuena en la habitación.




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