Una tumba de promesas rotos

Capítulo 3

Conocidos, Capítulo 3.

 

En la segunda ocasión que me crucé con Emiliano descubrí que sus primeros años de vida fueron en una provincia de España y que a los 16 años se había mudado a Colombia, yo le pregunté la razón y él solo dijo que de adolecente no era muy racional, pero que esa fue la única decisión cuerda hasta ese entonces y que cada día lo comprobaba. En nuestras charlas siempre buscaba un contacto directo entre nuestras miradas y para mi era abrumador hasta el punto de sentir que mi pecho y rostro ardían en unas brasas que no tenían final, y poco a poco se extendieron, hasta que todo en mi interior se quemaba con la única intención de abrirle paso a él. 

Nuestros encuentros eran tan repentinos que a veces me asustaba de las coincidencias, si no era en una panadería en la quinta, era en algún parque de la ciudad y mientras yo vivía en el Sur de la ciudad, en donde se concentraba todo el calor. Él vivía en el Occidente donde los sonidos nocturnos eran tan solo el de las ranas y grillos. Sentía como si el destino nos acercara y a su vez nos quisiera un poco alejados.

 Inconscientemente empecé a visitar todos los miércoles la cafetería en la que nos conocimos, gracias a Anahí me enteré que Emiliano tocaba todas las tardes del tercer día de la semana junto a otros tres amigos. La vocalista era una chica que siempre tenía algo gracioso por contar, la audiencia se estremecía por la hermosa forma de cantar de Julieta, era una presentación que te dejaba fascinado y con ganas de más. La melodía que acompañaba su voz provenía de un bajo, un piano y una batería.  Juntos se complementaban, el escenario era un pequeño escondite a la intemperie, donde podían hacer lo que más les gustaba, esas eran sus vidas. Alexander era feliz tocando las cuerdas de una guitarra, a sus 7 años descubrió ese pequeño instrumento de cuerda que más adelante tendría una gran significado para su vida, él atraía a un gran número de personas a la cafetería con el único motivo de verlo, más que por su talento musical, era para correr con la suerte de llamar la atención del chico de cabello castaño y tatuado.

De no haber conocido a Emiliano y escuchar sus ocurrencias unas semanas atrás, tal vez quien hubiera llamado mi atención hubiera sido el silencioso Jacobo, que si mal no recuerdo por una apuesta que perdió con Julieta se vio en la obligación de cumplir con lo acordado y teñirse el cabello de azul. Porque eso si, lo que no tenía de altura lo tenía de cumplido. Al final le terminó gustando tanto ese color que se lo retocaba cada mes y es que a mi parecer nada le podía quedar mal a ese hombre. Pasé tanto tiempo con Emiliano que sus amigos se volvieron los míos, aunque no a todos les agradaba y luchaba conmigo misma para no invertir todos mis ratos libres en él, siempre fallamos al luchar contra el impulso de estar juntos, todo con él era tan apasionado, tanto que los recuerdos de esas pequeñas cosas siguen conmigo o en mí.  

 

Descubrí que el café le pertenecía a Hugo Lambarri, el abuelo paterno de Emiliano, quien ya llevaba más de 20 años viviendo en Colombia, él fue quien incentivó indirectamente a Emiliano a dejar su hogar en España y empezar de nuevo en ese lugar que en algún momento nombró “El paraíso de los perdidos”.

De él aprendí que para cumplir los sueños hay que ser un poco irracional y olvidar ciertas cosas que nos atan al pasado, sin embargo tras su partida, yo decidí ignorar todo lo que aprendí de Emiliano. 

Por él emprendí el camino que me llevaba a cumplir mis sueños, un camino que de cierta forma nos dividió. Pudimos haber ido a una oculta montaña, dejar atrás toda es mierda de ser alguien o hacer algo, la magia de un destrozado amor sigue aquí, uno de los dos amantes se perdió en un universo infinito que nadie podrá alcanzar.

 




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