Una vida antes de Elara

Raíces en el abandono

Cuando era pequeña, mi madre y mi padre me abandonaron. No recuerdo el momento exacto en que dejaron de estar ahí, ni las palabras que usaron antes de irse. Solo sé que un día ya no estaban y que, aunque pregunté muchas veces, nadie supo o quiso darme una respuesta clara. Me crié con mis bisabuelos y mis tías maternas, en una casa que nunca se sintió completamente mía.

De niña, no entendía lo que significaba estar sola de esa manera. No me daba cuenta de lo que faltaba hasta que empecé a ver cómo los demás niños hablaban de sus padres con naturalidad. En la escuela, cuando los compañeros decían “mi mamá me compró esto” o “mi papá me llevó al parque”, sentía un vacío dentro de mí. Era un peso silencioso, como una pregunta que siempre estaba en mi mente: ¿Por qué yo no tengo lo mismo?

Los primeros años, preguntaba todo el tiempo. “¿Dónde está mi mamá?”, “¿Por qué no viene a verme?”, “¿Cuándo voy a ir con ella?” Al principio, mis tías intentaban responder con frases cortas, como si hablar del tema las incomodara. “Está ocupada”, me decían. “Ella te quiere, pero no puede estar aquí”. Pero con el tiempo, las respuestas se volvieron miradas esquivas, suspiros cansados o un simple “pregunta después”. Hasta que entendí que no debía seguir insistiendo.

Descubrí que mi dolor no tenía espacio en aquella casa. Había reglas no escritas, palabras prohibidas, verdades que nadie quería reconocer. Así que guardé mis preguntas en lo más profundo de mí y dejé de esperar respuestas.

A pesar de todo, intentaba convencerme de que mi vida era normal. Tenía comida en la mesa, tenía un techo sobre mi cabeza, tenía personas a mi alrededor. Pero el amor… el amor se sentía diferente. No era como lo veía en las películas, donde los padres abrazaban a sus hijos y les decían cuánto los amaban. No, en mi casa, el cariño era algo distante, algo que parecía ganarse con silencio y obediencia.

Recuerdo noches enteras acostada en la cama, mirando el techo, imaginando cómo sería mi vida si las cosas hubieran sido diferentes. Si tuviera una mamá que me peinara con paciencia cada mañana, que me abrazara fuerte cuando tuviera miedo. Si tuviera un papá que me alzara en brazos y me dijera que todo iba a estar bien. Pero esas eran solo fantasías ;En la realidad, me acostumbré a ser la niña que no pedía demasiado, la que no causaba problemas, la que no lloraba en voz alta. Me hice pequeña dentro de mi propia historia, porque así parecía más fácil existir.

El tiempo pasó, y con él aprendí a construir una coraza alrededor de mis sentimientos. Me volví buena en esconder mi tristeza, en fingir que nada me dolía. Sonreía cuando debía sonreír, hablaba cuando debía hablar, y nunca mencionaba las ausencias que me pesaban en el pecho.

Pero la verdad era que cada día me preguntaba si alguna vez sería suficiente para alguien. Si algún día, alguien me elegiría y no se iría.

Si algún día, dejaría de sentirme sola.



#2021 en Otros

En el texto hay: amor, perdida, sueños y metas

Editado: 23.02.2025

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