❝Un Nuevo Amigo❞
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Un joven de cabello castaño se encontraba en su pequeño departamento, rodeado de libros de ingeniería y dispositivos electrónicos, algunos descompuestos, otros medio ensamblados. El zumbido constante de las máquinas y el suave respiro de su madre enferma en la habitación contigua llenaban el silencio. Noah había madrugado, como siempre, para preparar el desayuno y asegurarse de que su madre tomara su medicación antes de dirigirse a la universidad.
—¿Estás bien, mamá? —preguntó Noah en voz baja, arrodillado junto a la cama.
Ella apenas abrió los ojos y le dedicó una sonrisa débil. —Lo estaré, Noah. Solo ve... no llegues tarde.
Entre las clases de ingeniería y sus trabajos de medio tiempo, Noah apenas tenía un respiro. Pero nunca se quejaba. Cada centavo que ganaba iba directo a las medicinas de su madre, y cada esfuerzo le parecía necesario. Aquella mañana salió más temprano de lo habitual, esperando encontrar algún trabajo extra de camino.
Mientras caminaba por el vecindario, sus ojos se posaron en una fila de coches lujosos estacionados junto a una gran mansión. Uno de ellos, un elegante modelo negro, destacaba, y Noah se detuvo al ver que la puerta parecía mal cerrada.
—¿Qué estoy haciendo?— murmuró, mientras evaluaba sus opciones. Sabía que era un riesgo enorme, pero la presión en su pecho, la imagen de su madre, lo impulsaron a acercarse. Alzó la mano hacia la puerta del coche y, apenas sus dedos tocaron el mango, una voz grave y serena lo detuvo.
—No es tan fácil como parece, ¿verdad?— dijo un hombre de traje negro, que lo observaba.
Noah retrocedió de inmediato, intentando armar una excusa.
—Yo solo estaba viendo si estaba, cerrada.
Alfred lo miró en silencio unos segundos, como si analizara cada expresión en su rostro.
—Tengo una.
Noah salió corriendo, con el corazón latiéndole a mil por hora. Sin pensar mucho, alzó la mano para detener el primer taxi que pasó frente a él. Apenas se subió, cerró la puerta de golpe, y soltó un suspiro de alivio mientras le daba la dirección de la universidad al conductor.
Durante el camino, trató de calmarse, pero la adrenalina seguía en sus venas. Se pasó una mano por el cabello, intentando organizar sus pensamientos. No podía creer lo que acababa de pasar: la sensación de haber estado tan cerca de hacer algo desesperado, y luego esa oferta inesperada del mayordomo. Su vida había dado un giro en minutos.
Al llegar a la universidad, aún agitado, pagó al conductor y se bajó apresurado. Apenas entró al edificio, vio a su mejor amigo, Nico, que caminaba hacia él con su sonrisa habitual y un gesto despreocupado.
—¡Eh, Noah! ¿Qué tal, hermano? Te ves como si hubieras corrido un maratón— dijo Nico, riendo mientras le daba una palmada en el hombro.
Noah intentó devolverle la sonrisa, aunque aún sentía el pulso acelerado. —Digamos que fue una mañana… movida.
—¿Ah, sí? Cuenta, ¿qué hiciste? ¿Finalmente decidiste unirte al club de aventura extrema o qué? —pregunta sin perder su buen humor.
Antes de que Noah pudiera contestar, escuchó su nombre desde el pasillo.
—Lockhart— llamó el profesor de matemáticas, con voz firme. Noah se giró y lo vio esperándolo junto a la puerta de la oficina.
—Hay alguien que quiere verte en mi oficina.
Noah sintió cómo su corazón volvía a acelerarse. Se despidió de Nico con una mirada rápida y caminó hacia la oficina, tratando de mantener la calma, aunque las palabras del profesor y el encuentro con aquel señor, seguían resonando en su mente.
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El pasillo hacia la oficina se alargaba interminablemente ante Noah, que avanzaba con pasos lentos y la mente revuelta. Aún sentía la adrenalina ardiendo en sus venas, recor
dando el rostro severo del hombre al que había intentado robar.
Cuando llegó a la puerta, tomó una bocanada de aire y empujó para entrar, Al dar un paso dentro, sus ojos se clavaron en la figura imponente de un hombre de espaldas, mirando hacia la ventana. Noah se quedó congelado, reconociendo de inmediato la silueta y la postura recta. Su corazón dio un vuelco, y el ruido de sus latidos llenó el silencio de la habitación.
—Adelante, Noah—, le indicó su maestro, antes de cerrar la puerta con un leve clic. Noah abrió la boca para detenerlo, pero el maestro ya se había marchado, dejándolo solo en el ambiente opresivo de la oficina.
El mismo hombre que había intentado robar, giró lentamente, sus ojos evaluadores enfocándose en Noah. Cada movimiento suyo era controlado y medido, como si estuviera evaluando al joven una vez más.
Noah tragó saliva, el impulso de disculparse luchando con el miedo que sentía al mirarlo de frente. Finalmente, forzó las palabras, con un tono que intentaba sonar seguro pero temblaba levemente. —Lo, lo siento, señor. Yo… fue un error.
Para su sorpresa, Alfred solo lo observó por un instante más antes de dar unos pasos hacia él. Extendió la mano con elegancia, manteniendo la mirada fija en Noah. —No empezamos con el pie derecho, me temo— dijo con una leve sonrisa que Noah no esperaba. —Permitamos que eso cambie. Mi nombre es Alfred.
Noah parpadeó, sorprendido por la calma en el tono del hombre. Sin saber cómo reaccionar, tomó la mano que Alfred le ofrecía, sintiendo la firmeza y seguridad en el apretón.
—Soy Noah —respondió en voz baja, aún sintiéndose extrañamente intimidado, pero también fascinado por la inesperada gentileza del hombre.
La tensión en la habitación se desvaneció apenas un poco, pero en la mente de Noah se pregunta: ¿Cómo aquel hombre de apariencia mayor llegó tan rápido a su universidad?, ¿y como lo encontró?.
Noah estaba sentado frente a Alfred, con la espalda rígida y la mirada fija en el hombre que tenía enfrente. Había escuchado lo que Alfred le había dicho, pero no lograba procesarlo del todo. El mayordomo lo observaba con expresión serena, como si fuera algo perfectamente razonable.
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Editado: 15.11.2024