La Fuente de la Juventud
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LOS MINUTOS parecían horas mientras Emily caminaba en círculos dentro de su habitación, murmurando en voz baja cosas sin sentido. Sus pensamientos se enredaban en una espiral de ansiedad y tristeza.
¿Y si no vienen? ¿Y si ya no me quieren?
Se repetía una y otra vez, sin darse cuenta de que su frustración estaba manifestándose en su entorno.
Un remolino comenzó a girar a su alrededor, elevando objetos pequeños del suelo y revolviendo las cortinas como si estuvieran vivas. La luz de las lámparas parpadeaba, y el aire se volvía denso. En el exterior, el cielo ennegrecido rugía con el nacimiento de varios tornados. El viento aullaba con fuerza, sacudiendo los árboles y haciendo vibrar los ventanales de la mansión.
Pero justo cuando su desesperación estaba a punto de alcanzar su punto máximo, Emily sintio unos pasos acercandose a ella.
—¡Noah!, ¡Nico! —gritó con alivio, sus ojos brillando de emoción.
Los tornados comenzaron a disiparse en cuanto sintio que abrieron la puerta de su habitación, su tristeza reemplazadas por alegría. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ellos, lanzándose a los brazos de los jóvenes que casi terminan en el suelo.
—¡Llegaron! —exclamó Emily, aferrándose a ellos como si temiera que se desvanecieran.
—Sí, sí, llegamos, pero… ¡¿Qué demonios fue eso, Emily?! —reclamó Nico, todavía recuperándose de la carrera y el susto.
Noah no dijo nada, solo le revolvió el cabello con suavidad.
—Nos retrasamos un poco, pero no íbamos a faltar.
Emily sonrió, sintiéndose tonta por haber dudado de ellos.
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El día transcurrió entre risas, juegos y conversaciones sin sentido. Pero aunque Emily disfrutaba su compañía, no se abría del todo. Había una barrera invisible entre ellos y su verdadero mundo interior.
Cuando llegó la hora de despedirse, la soledad volvió a envolverla como una manta fría. Sentada en el borde de su enorme cama, Emily miró por la ventana y se encontró con los ojos de un gato blanco, observándola desde el alféizar.
La brisa nocturna entraba por la ventana abierta. Ambos, niña y felino, intercambiaron una mirada de comprensión.
—¿Quieres salir? —murmuró Emily.
El gato inclinó la cabeza, como si entendiera perfectamente lo que planeaba.
Y así, con una sonrisa traviesa, Emily desapareció en la noche.
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En el pequeño departamento de Noah, el ambiente era tranquilo, aun no se acostumbran del todo a la enorme mansion de la pequeña tempestuosa, y sus poderes climáticos, y volver a sus vidas cotidianas.
Él y Nico estaban sentados en la mesa del comedor, tratando de hacer tarea de química… o al menos intentándolo.
—Esto es un asco —se quejó Nico, lanzando su bolígrafo sobre la mesa—. ¿Para qué demonios necesito saber esto? No es que, si me asaltan detenga al ladrón diciéndole en orden la tabla periódica.
—Eso explica por qué sacaste un dos en el último examen —respondió Noah sin levantar la vista, respondiendo las preguntas con facilidad.
Nico le sacó la lengua y se cruzó de brazos.
En una de las habitación, la madre de Noah descansaba. Su respiración era lenta, débil, como siempre.
De repente, alguien toca la puerta del departamento.
TOC, TOC, TOC.
Nico se levantó con un bostezo y abrió la puerta… solo para quedarse petrificado.
—…
Del otro lado, Emily estaba de pie, con una gran sonrisa en el rostro.
—¡Hola!
Nico gritó como si hubiera visto un fantasma y de inmediato le cerró la puerta en la cara.
—¡¿QUÉ DEMONIOS HACE AQUÍ?! —exclamó, mirando a Noah con desesperación.
Noah parpadeó.
—…Abre la puerta.
Nico obedeció con manos temblorosas y, antes de que Emily pudiera decir algo, la agarró de los hombros y la metió a toda prisa, cerrando la puerta de golpe.
—¡Nos van a matar! ¡Si Alfred se entera de que la sacamos de la mansión, nos va a enterrar vivos! ¡o no!, ¡Nos dará de comer a esas mujeres!.
—No la sacamos —murmuró Noah—. Ella vino sola.
Emily, ajena al pánico de Nico, comenzó a explorar el departamento con curiosidad. Su mirada pronto se posó en la puerta de la habitación de la madre de Noah.
Sin decir una palabra, la abrió y entró.
Noah y Nico corrieron tras ella, pero se detuvieron en seco cuando la vieron acercarse lentamente a la mujer dormida.
La mujer miró con dulzura a la pequeña joven.
Emily se agachó a su lado y con duda colocó su pequeña mano sobre el pecho de la mujer.
Un resplandor azul cálido emanó de su palma, iluminando la habitación con una luz suave y serena. Noah y Nico contuvieron la respiración mientras veían cómo la respiración de la mujer se volvía más tranquila, más estable.
Emily retiró su mano y sonrió.
Noah sintió un nudo en la garganta.
—…¿Cómo hiciste eso?
Emily ladeó la cabeza.
—No sé. Solo… sentí que tenía que hacerlo.
Antes de que pudiera decir más, Nico la agarró como si fuera un costal de papas, la cubrió con su chaqueta y se dirigió a la puerta.
—¡La llevo de vuelta! ¡No vimos nada, no pasó nada!, ¡esta chica nunca estuvo aquí!
Y salió corriendo con Emily en su hombro.
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Al día siguiente, Noah despertó con un aroma familiar, uno que no había sentido en años.
¿Café? ¿Tostadas?
Se levantó de un salto y corrió hacia la cocina.
Allí, de espaldas a él, una mujer preparaba el desayuno. Tenía el cabello castaño suelto y se movía con la misma naturalidad que recordaba de su infancia.
Cuando ella se giró para mirarlo, Noah sintió que su mundo se detenía.
Era su madre.
Pero no la mujer frágil y enferma que había dejado en la cama la noche anterior. No.
Era joven, llena de vida.
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Editado: 21.03.2025