Única Estrella

Prólogo

Para Amelia Montilla, la vida no había sido un camino florecido, sino una senda empedrada y cuesta arriba desde sus más tempranos recuerdos en la modesta casa. El hogar que compartía con sus padres, Elena y Javier Montilla, era un espacio donde la luz de la alegría se filtraba con dificultad entre las persianas cerradas y el aire viciado por el humo y las promesas incumplidas. Las adicciones de sus padres, la droga que nublaba sus mentes y el alcohol que entorpecía sus voluntades, se extendían como una sombra persistente sobre cada rincón de su existencia. La negligencia era una compañera constante, y la escasez, una huésped no deseada que siempre parecía merodear por la cocina vacía y los armarios desolados.

Desde una edad en la que otros niños jugaban a las muñecas o correteaban por los parques, Amelia aprendió el significado del silencio y la invisibilidad. Se convirtió en una experta en anticipar los estados de ánimo de sus padres, en moverse sin hacer ruido para no perturbar su letargo o desencadenar sus irascibles frustraciones. La responsabilidad de cuidar de sí misma recayó sobre sus pequeños hombros demasiado pronto. Preparaba sus comidas sencillas, remendaba su ropa desgastada y se aseguraba de llegar a la escuela a pesar del caos matutino en casa. Los libros se convirtieron en sus amigos silenciosos, y las bibliotecas, en sus santuarios, donde podía escapar momentáneamente de la dura realidad de su día a día.

La escuela era un contraste agridulce. Por un lado, ofrecía un respiro de la atmósfera opresiva de su hogar, un lugar donde podía aprender y sentirse parte de algo más grande. Sin embargo, la vergüenza de su origen humilde y la falta de recursos la mantenían al margen de las actividades y las amistades de sus compañeros. Observaba desde la distancia los grupos de amigos riendo y compartiendo secretos, anhelando en silencio una conexión que parecía inalcanzable.

A medida que crecía, Amelia desarrolló una fortaleza silenciosa, una determinación forjada en la adversidad. Aprendió a depender de sí misma, a encontrar soluciones creativas para los pequeños problemas que surgían constantemente. Su mirada, aunque a menudo seria y distante, guardaba una inteligencia aguda y una capacidad de observación perspicaz. En el fondo, a pesar de las dificultades, conservaba una pequeña chispa de esperanza, un anhelo por una vida diferente, donde la estabilidad y el afecto no fueran lujos inalcanzables.

La pequeña deuda que Elena y Javier Montilla habían contraído hacía años con la "Familia Machado" era un fantasma que había rondado su existencia de forma intermitente, como una sombra que se alarga y se encoge con el paso del tiempo. Inicialmente, había sido una ayuda desesperada, un préstamo para cubrir una emergencia médica o para evitar un desahucio inminente. En aquel entonces, la promesa de devolver el dinero parecía plausible, aunque en el fondo, la falta de ingresos estables de la familia hacía presagiar un futuro incierto.

Con el tiempo, la pequeña suma inicial creció de manera exponencial, alimentada por intereses despiadados y la imposibilidad de realizar pagos significativos. Los recordatorios de la deuda se volvieron más frecuentes y amenazantes. Hombres de aspecto sombrío comenzaron a aparecer por el barrio, dejando mensajes crípticos y miradas intimidantes. El miedo se instaló en el hogar de los Montilla, envenenando aún más la ya tensa atmósfera.

Amelia, aunque joven, era consciente de la creciente angustia de sus padres. Escuchaba susurros preocupados por las noches, veía las arrugas de preocupación profundizarse en sus rostros y sentía la tensión palpable que llenaba la casa. No comprendía completamente la magnitud de la deuda ni la verdadera naturaleza de la "Familia Machado", pero intuía que se trataba de algo peligroso, algo que amenazaba con desestabilizar aún más sus vidas.

Los intentos de Javier por conseguir dinero extra siempre terminaban en fracaso, a menudo exacerbando sus problemas con el alcohol. Elena, por su parte, se sumía en una tristeza apática, incapaz de encontrar una solución a la pesadilla que se cernía sobre ellos. Amelia se sentía impotente, observando cómo su frágil mundo se desmoronaba lentamente.

Al cumplir los diecisiete años, la paciencia de Don Rafael Machado, el patriarca de la organización, un hombre cuyo nombre era sinónimo de poder y crueldad en los barrios bajos, llegó a su límite. Los emisarios se volvieron más directos, las amenazas más explícitas. La suma de diez millones de dólares, una cifra astronómica que los Montilla jamás podrían soñar con reunir, se convirtió en una sentencia. La oferta que llegó fue fría y calculada, desprovista de cualquier atisbo de humanidad: Amelia sería el precio a pagar. Su futuro quedó sellado en un acuerdo tácito y brutal, una transacción despiadada donde su vida sería entregada como pago. Se casaría con "el hijo" del jefe, un hombre cuya identidad permanecía oculta, un espectro que se cernía sobre su futuro, prometiendo un destino incierto y, en su joven corazón, lleno de un terror paralizante.

En contraste con la humilde morada de Amelia, el universo de Luna Machado se extendía dentro de los muros imponentes de una mansión ubicada en la exclusiva Avenida Principal. Un palacio dorado, custodiado por altos muros, rejas ornamentadas y la presencia constante de hombres vestidos de negro, que eran la sombra silenciosa de la influencia de la Familia Machado.

Luna, la única hija de Don Rafael y Doña Isabella, creció rodeada de una opulencia deslumbrante que parecía sacada de un cuento de hadas. Dormitorios espaciosos adornados con sedas suaves, salones de baile donde la luz de las arañas de cristal se reflejaba en los suelos de mármol, y jardines extensos donde fuentes danzarinas susurraban melodías constantes eran el telón de fondo de su infancia. Banquetes suntuosos con manjares exquisitos eran la norma, y los sirvientes se movían con diligencia silenciosa, anticipando cada uno de sus deseos.



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En el texto hay: estrella, amor lgbt, deuda

Editado: 28.07.2025

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