Única novela infantil en Booknet (premio Allianz 2024)

Cazadores furtivos (2 parte)

A la tortuga le resultó extraño viajar en un bote, había estado miles de veces en el mar, pero nunca así, arriba de un bote y encima capturada. Y si ustedes se preguntan si la tortuga tuvo miedo la respuesta es Sí. Tuvo mucho miedo: miedo de aquellos trajes amarillos, de la luz de las linternas, de la velocidad con la que la alejaban de su playa. De no volver a ver a su nuevo amigo el tigre. ¿Qué me van a hacer? se preguntó la tortuga al mirar a los hombres que iban con ella en aquel bote, y de pronto las sogas de las redes que la sujetaban se tensaron y su cuerpo comenzó a elevarse en el aire. La playa había quedado lejos ya. Muy lejos. Y ahora que la habían subido a cubierta uno de los hombres la tomó en sus manos y la miró a los ojos. La tortuga vio al hombre a la cara, había algo de mar en aquellos ojos azules, algo de espuma en su barba blanca, y las arrugan en su frente le hicieron pensar en las huellas que ella misma dejaba sobre la arena. El hombre puso a la tortuga sobre una balanza, y anotó su peso en una libretita que sacó de un bolsillo de su mameluco amarillo. La tortuga estaba aturdida, el viaje la había mareado, las luces en el barco la encandilaban, y de pronto se abrió una puerta. Uno de los hombres la empujó hacia el interior oscuro de una bodega, y la puerta volvió a cerrarse. Así, de estar en la playa con sus patas enterradas en la arena a estar atrapada en la bodega de aquel barco. La tortuga esperó unos segundos dentro de su caparazón, en el silencio de aquella bodega oscura. Era de noche afuera, y dentro de aquella bodega la noche era algo más: un silencio distinto, una soledad que nunca había sentido. Otra vez la tortuga pensó en el tigre. Su amigo el tigre. Y de pronto escuchó, en la oscuridad que la envolvía, voces que susurraban a su alrededor. La tortuga retrocedió: alguien más estaba allí, en la bodega, oculto en aquella oscuridad. Otra vez escuchó voces. La tortuga sintió pasos de varias criaturas acercarse a ella, lentamente, como al acecho. No podía verlas, pero sabía que estaban allí. Entonces cerró los ojos y pensó lo peor. Y cuando las tortugas piensan lo peor piensan en enormes dientes puntiagudos que destrozan su caparazón para comérselas. Una luz tenue se encendió cerca del techo. Entonces la tortuga pudo ver: otras tortugas iguales a ella, pero diferentes, la rodeaban y la miraban con suma atención. No parecían querer hacerle daño, pero tampoco decían nada ¿De dónde habían salido? Eran, al menos, veinte tortugas de playas distintas, y todas ellas habían sido capturadas por los cazadores furtivos vestidos con esos mamelucos amarillo. Algunas eran más grandes, otras más gordas, algunas tenían el caparazón más claro y otras eran tan pequeñitas que parecían tortugas de juguete.

-¿Dónde estoy? Preguntó la tortuga con un hilo de voz.

La respuesta se hizo esperar, como si ninguna de todas esas tortugas se atreviera a responder.

-En un barco pirata, contestó al fin la tortuga mayor. Era una tortuga enorme, de color verde claro, y su voz era suave pero firme; la habían capturado cerca del mar Caribe, semanas atrás.

-Nos tienen prisioneras para vendernos a coleccionistas de animales exóticos, dijo alarmada otra tortuga más pequeña.

-¿Coleccionistas de animales exóticos? Preguntó confundida nuestra tortuga.

Y con el miedo en los ojos, el resto de las tortugas asintieron al mismo

tiempo, como si hubieran ensayado ese movimiento de ante mano. Entonces se dieron vuelta, todas las tortugas, y miraron hacia un rincón de la bodega. Allí había una jaula redonda, oculta por una lona. En su interior, algo temblaba y emitía un pitido. Piiiiiiiip.

-No sabemos que hay dentro de esa jaula, dijo la tortuga mayor, pero

creemos que tienen encerrado al Monstruo de las Profundidades.  

El barco se sacudió de lado a lado, haciendo oscilar también la luz que

colgaba del techo. Un pitido volvió a escucharse desde aquel rincón de la bodega, por debajo de la lona, y la jaula volvió a temblar. El barco volvió a sacudirse, está vez con más fuerza, una tormenta se desataba con furia, y las tortugas comenzaron a moverse de acá para allá, chocando unas contra las otras, porque de repente el mar se había puesto muy bravo, y hacía que el barco se moviera tanto que la jaula donde los cazadores furtivos tenían encerrado al Monstruo de las Profundidades comenzó a rodar por el suelo.




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