Unidos por un Collar

01

Años atrás

El sol se filtraba entre las copas de los árboles, pintando destellos dorados en el bosque denso. Dos niños corrían entre la maleza, con risas cristalinas que resonaban en el aire. No había preocupaciones, no existía el mañana. Solo eran Lisa y Leander dos almas inocentes compartiendo un mundo que parecía hecho solo para ellos.

—Lisa, ¿recuerdas el regalo que te dio mi madre?—

Lisa detuvo su carrera, sus ojos marrones brillaron con emoción. —¡Claro que me acuerdo! Lo llevo conmigo siempre—

—Bien… Ha llegado el momento. Ábrelo.

Con dedos temblorosos por la emoción, Lisa sacó de su bolsillo una cajita de color azul marino. Al abrirla, quedaron expuestos dos hermosos collares en forma de corazón, brillando como si contuvieran un secreto del universo.

—¡Wow! Son preciosos… parecen mágicos— sus ojitos brillaban de felicidad.

—Sí, son mágicos.— sonrió el pelinegro —Déjame ponértelo.

Con una delicadeza casi reverente, Leander tomó el collar y, acercándose a ella, lo colocó alrededor de su cuello. En ese instante, aspiró su aroma. Lisa olía a lluvia y flores silvestres, a la inocencia que algún día les sería arrebatada por el paso del tiempo.

—Ahora es tu turno— comentó Lisa.

Tomó el otro collar y lo puso en el cuello de Leander, pero su sonrisa se fue apagando. Una sombra cruzó su rostro.

—Lisa... sabes que muy pronto tengo que irme.

El aire pareció volverse pesado. Los pájaros cantaron más lejos, el viento dejó de soplar entre los árboles.

Lisa,en un susurró respondió —Sí... pero no quiero que te vayas. No soportaría vivir sin ti— sintió sin ojos aguarde ante tal sentimiento.

—Yo tampoco quiero irme, pero debo hacerlo—

Lisa cerró los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas. Luego, con determinación, sacó el collar de su pecho y lo puso en las manos de Leander.

—Toma, para que me recuerdes siempre. Pero prométeme que nunca te lo quitarás.

Con solemnidad Leander respondió —Te lo prometo. Tú también prométeme que nunca te lo quitarás.

Se miraron, sintiendo que aquel juramento iba más allá de un simple objeto. Era un lazo irrompible, una promesa más grande que ellos mismos.

—Te amo, Lisa.—

—Y yo a ti, Leander—

Aquella tarde, el regreso a casa fue silencioso. Las manos de ambos aún guardaban el calor del otro, y en sus corazones latía la certeza de que, sin importar el tiempo, la distancia o el destino, estarían unidos por un collar.

El sol dorado de aquella tarde se convirtió en el último testigo de su felicidad compartida. Los niños regresaron a sus hogares con una tristeza profunda, el peso del adiós colgando de sus corazones como una piedra. Pero lo que ninguno sabía era que su separación no sería solo una cuestión de distancia… sino de destino.

La separación dolorosa.

Lisa llegó a casa con los ojos brillando de tristeza. Su madre, Sofía, la esperaba en la entrada, observándola con ternura.

—Lisa, ¿qué ocurre?

La niña abrazó con fuerza el collar en su cuello, temiendo que si hablaba, rompería en llanto.

—Leander… se va —susurró.

Sofía suspiró. Sabía que aquel niño significaba el mundo para su hija.

—A veces el destino nos pone pruebas difíciles, mi amor. Pero si es un lazo verdadero, nada podrá romperlo.

Lisa apretó los labios, sintiendo que aquella promesa no era suficiente.

Mientras tanto, en la casa de Leander, la despedida era aún más desgarradora. Su padre, Antonio, ya tenía las maletas listas.

—Hijo, sabes que debemos irnos. Tu madre consiguió un nuevo trabajo y esta ciudad ya no puede ofrecernos más oportunidades.

Leander no protestó. Ya lo había intentado, pero sus palabras no cambiaban nada. Solo podía mirar el collar en su mano, aferrándose a la única certeza que tenía: Lisa nunca lo olvidaría.

Días después, Leander partió, pero algo extraño sucedió. Cada vez que Lisa acariciaba su collar, podía sentir el latido de su mejor amigo, como si su corazón aún estuviera junto al suyo. Era magia. Era amor. Era un lazo que nunca podría romperse.

Lisa y Leander crecieron en un pequeño denso bosques y ríos cristalinos. Desde que tenían memoria, habían sido inseparables. Compartían sus tardes explorando la naturaleza, inventando historias fantásticas y creando su propio mundo lejos de los problemas de los adultos.

Para ellos, el bosque no solo era un lugar de juegos, sino un refugio donde el tiempo no existía.

Pero la infancia no es eterna.

Cuando Leander tuvo que irse, Lisa sintió que su mundo se desmoronaba. El día de la despedida fue un torbellino de emociones: lágrimas contenidas, promesas susurradas y un collar que selló su juramento de nunca olvidarse.

Leander, por su parte, dejó el pueblo sintiendo que una parte de sí mismo quedaba atrás. Durante el viaje, su madre le hablaba sobre las oportunidades de la nueva ciudad, pero él solo pensaba en Lisa, en el bosque, en los momentos que nunca volverían a repetirse.

Lisa no aceptó la separación de inmediato. Durante meses, regresó al bosque con la esperanza de que, de alguna manera, Leander aún estuviera allí. La realidad fue cruel.

Pero el tiempo siguió su curso, y poco a poco, Lisa tuvo que aprender a vivir sin él.

Su madre, Sofía, se convirtió en su mayor apoyo, recordándole que la vida sigue, incluso cuando el corazón duele. Lisa comenzó a refugiarse en los estudios, convirtiéndose en una joven curiosa, determinada y profundamente sentimental.

Sin embargo, cada vez que miraba el collar, una nostalgia inquebrantable la envolvía.

Cuando entró en la adolescencia, su perspectiva sobre el amor cambió. Lisa comenzó a cuestionarse si el cariño de la infancia realmente era amor, o si solo había sido una amistad intensa. Pero cada vez que intentaba enamorarse de alguien más, sentía que algo le faltaba… un latido que no podía encontrar en nadie más.




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