Rakelstake.
20 de Mayo
Viggo Orts'tten había recibido visitas inesperadas que daban luz a una inminente guerra que estaba próximo a las tribus avarosanas. El mensajero había traído cartas de la región de Voluks'kpa donde se reportaba la presencia de la Garra invernal y, más importante aún, de la mismísima Sejuani. La Garra Invernal estaba arrasando pueblo tras pueblo, y en el desorden de aquel caos, otras tribus habían hecho acto de presencia por la región del noroeste, justo en el Feuh. El patriarca recibía toda esta información con preocupación; algo había oído de la llegada de unos bárbaros tribales a la región de Maehsilia, y también en el Arguh Falegni. Se decía que estos nuevos invasores estaban atacando los asentamientos de la Guardia de Hielo, pero que de manera repentina habían cejado su ataque a aquellas regiones ocultándose en las zonas más frías del oeste, cruzando el mar de hielo. Viggo sopeso sus convicciones y al final asintió. Algo le decía que esta amenaza recién llegada en el noroeste tendría sus repercusiones en el futuro. Pero ahora lo que más le preocupaba y lo que más le urgía era el reciente avance de la matriarca Sejuani. Se decía que la matriarca de la Garra Invernal estaba a las puertas del Canm y una vez que atacara aquella región se abriría paso hacia el Arnuh y de ahí hacia Rakelstake, la capital Avarosana.
Eso era un problema no solo para los avarosanos, sino para las tribus que comerciaban mediante el trueque y los intercambios de bienes con los niños del hielo. Ahora entendía porque la Guardia de Hielo habían intervenido.
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Dahrilia observaba como su padre conversaba con un mensajero avarosano que parecía traer malas noticias. Su padre se encontraba en el patio, escuchando las noticias sobre todo lo ocurrido en el noroeste. Se hablaba de una gran derrota, pero todas las noticias eran confusas.
Dahrilia cogió la carta que le tendía otro mensajero. La joven iba acompañada por dos fuertes guerreros de confianza de su padre. Cuando recogió la carta ordenó que se dejase entrar a aquel mensajero, y que se le sirviera comida y agua o vino si lo deseaba y que esperase a la llegada de su padre. Una vez atendidas las necesidades de aquel hombre, pidió que la dejasen sola y Dahrilia se dirigió al jardín, bajo el gran pino en el que Vulvain y ella solían terminar sentándose para hablar y compartir preciosos atardeceres y hermosos sentimientos. Abrió el rollo despacio y comenzó a leer.
"Querida Dahrilia:
"La campaña del Draklorn en el camino del Feuh ha sido un absoluto desastre. Llegan informes sobre una tribu extraña que se ha asentado en aquel sector, la Guardia de Hielo se está encargando de eso, pero están teniendo muchos problemas para contenerlos. Más de veinte mil hombres y mujeres han caído muertos, entre ellos el propio Draklorn, o eso es lo que se dice, al parecer el Draklorn ha desaparecido; algunos hijos el hielo supervivientes están presos por la Garra invernal y centenares de hombres y mujeres han quedado desperdigados por la ruta Appia o por el paso del Arnuh, muchos heridos y confundidos, vagando por los caminos. Supongo que muchos llegarán a Rakelstake en los próximos días o semanas, pero la mayoría serán enviados a Rackenhall como castigo. Dudo que se dirijan hacia la ciudadela de Hielo porque lo cierto es que los caminos que dirigen a aquella región parecen ya dominados por la Garra invernal. Te escribo desde el campamento de la matriarca Guerrera Olgavana, bajo cuyo mando me encuentro ahora, cerca de Rímini. Desde aquí partieron cuatro mil jinetes de nuestra caballería para enfrentarse a Sejuani, pero han sido derrotados. Nuevamente la Garra invernal ha hecho numerosos presos. De momento parece que la matriarca Olgavana no piensa en más enfrentamientos directos hasta recibir instrucciones por el consejo de líderes. Por favor, comparte toda esta información con tu padre para que haga uso de la misma según estime conveniente. En mi opinión el Consejo de matriarcas guerreras de Ashe debería ser informado con rapidez de todo esto, pero lo dejo al criterio de tu padre, que sabe más que tú y yo juntos sobre la política que pueda ser mejor a partir de ahora.
Te echo de menos, amor mío. Echo de menos nuestros paseos por el jardín en casa de tu padre y esos ojos rojos y ardientes con los que me mirabas cuando nos sentábamos bajo el gran árbol. Echo de menos tu larga serie de preguntas siempre sorprendentes para mí y, por encima de todo, tu sonrisa. Echo de menos el sonido de tu voz, tus manos y tus labios. Todo esto, mejor, no hace falta que se lo comentes a tu padre.
Cuídate mucho y que los dioses y las tres te protejan.
Vulvain Kalfegni Asina.
Dahrilia enrolló con cuidado la carta e inspiró el aire fresco del jardín. Cerró los ojos unos segundos intentando recordar el sonido de la voz de Vulvain y recuperar a la vez la sensación del tacto de sus manos sobre sus mejillas justo un instante antes de que posara sus labios sobre los suyos. Se escucharon voces, los sirvientes de la casa salían rápidos a atender a su patriarca. Su padre había vuelto del patio principal. Dahrilia se levantó rápida y se dirigió a recibir a su padre y comentarle aquella parte de la carta que Vulvain le había instado a que compartiese con su padre. El resto, pensó Dahrilia, procuraría que quedara en su intimidad.
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En el este Báltico, Campaña de Harald
En la desembocadura del Ebro,
5A
Harald gritaba desde la proa de su nave capitana.
—¡Remad, remad, remad!
Los avarosanos e insubres se afanaban con los remos. Sus frentes sudorosas atestiguaban la valía de su esfuerzo. El pro-líder usaba su potente voz con fortaleza y sin descanso de modo que sus órdenes fueran audibles no sólo en su nave, sino en varias de las doscientas naves que componían su flota expedicionaria hacia la desembocadura del Ebro.
—¡Remad, malditos, remad por todos los dioses! ¡Remad por las tres, Remad por el Rey Lobo, remad por vuestra vida, remad!
Habían salido apenas hacía dos días, antes de que se acabara de avistar a la flota de la Garra invernal; habían en su totalidad cuarenta navíos anclados en varios kilómetros río arriba. La nave de Harald había llegado justo a la desembocadura del gran río de aquella región que conectaba con el Bracken. Bordearon el delta del Ebro a plena marcha. Al entrar en el estuario la corriente del río se oponía a la fuerza de los brazos de los remeros, pero el pro-lider compensaba con la tenacidad de sus órdenes aquella dificultad: ante sus voces y su firmeza, los insubres y avarosanos redoblaban sus esfuerzos y batían los remos con una energía que ni ellos mismos sabían que pudieran tener entre sus brazos.
Desde que Harald había llegado al este Freljordiano su política había sido la misma y muy sencilla: ataques directos y frontales allí donde estuviera el enemigo, sin descanso, sin cejar en el empeño de derrotarlos una y otra vez allí donde estuviera el enemigo, sin rehuir nunca el combate. Sus guerreros se veían motivados, henchidos, y con las victorias que se iban acumulando, adquirían renovados ánimos que los impulsaban en cada nueva batalla. Habían derrotado a los Hijos de la tormenta del gran Olaf por tierra. Ahora restaba el rió. Podía parecer que Harald no planificaba su campaña, pero nada más alejado de la realidad: su política de ataques rápidos y frontales había hecho que numerosos jefes ligures dudaran en continuar dando su apoyo a unos osunos e hijos de la tormenta que empezaban a perder terreno y que no acertaban a frenar a aquel jurasangre indómito que parecía ir apoderándose de todos los sectores del Ebro paso a paso, sin detenerse apenas a respirar. Su empeño actual era dominar la costa del sector, de modo que pudiera reducir la red de abastecimientos que la Garra Invernal enviaba a su matriarca de forma regular. Dominar la costa este de toda aquella región le permitiría mermar las fuerzas de la Garra invernal y de la madre piel marcada: Vrynna. Habían llegado exploradores con noticias sobre su avance hacia el noreste de la región hasta adentrarse en el Ebro. Harald asintió.
— Bien, —se dijo Harald,— pues allí iremos. ¡Remad, remad, remad malditos!
Ya habían entrado en las aguas suaves del río, pero la corriente del mismo continuaba resistiéndose a la fuerza de los remos, y tanto insubres como avarosanos se esforzaban con la fuerza de sus pulmones.
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"En la Torre de Vigilancia"
Un centinela osuno oteaba el horizonte desde lo alto de una torre de piedra junto a la desembocadura del Ebro. Su misión era avisar de la proximidad del ejército avarosano e insubre cuando éste decidiera aproximarse por tierra desde la costa. Por eso el osuno mantenía fija su mirada hacia el norte, sin observar mucho lo que ocurría en el rio, a su derecha, allí donde el rió se diluía en la inmensidad. El osuno estaba cansado porque llevaba toda la noche sin ser relevado. Bostezó despacio abriendo su boca de par en par y cerrando los ojos. Se quedó medio dormido apoyado en el muro de la torre. Tuvo una sensación extraña. Abrió un ojo y vio a decenas de barcos ascendiendo por el río, en contra de la corriente. No eran barcos de la garra invernal. Abrió los dos ojos. Se frotó el rostro y maldijo por lo bajo. El sol del amanecer le dificultaba la visión de lo que ocurría. Bajó corriendo de la torre. Al pie de la misma dormían varios hijos de la Tormenta. El osuno les despertó a testarazos y les contó lo que había visto. Como no le creyeron, varios guerreros y osunos ascendieron a la torre ya que desde el suelo no se veía nada, sino unas suaves colinas que impedían la visión del lecho del río. Al llegar a lo alto de la torre los hijos de la tormenta comprobaron que los barcos de los que había hablado su compañero osuno eran, en efecto, la flota avarosana y la Garra Implacable y que ya estaban sobrepasando la posición de su torre de vigilancia.
Vrynna, madre piel marcada de Sejuani, recibió la noticia de la llegada de la flota avarosana y sus aliados, mientras desayunaba leche de cabra y migas de pan. Dejó el cuenco en el suelo y miró río abajo. Aún no se veía nada en el horizonte, pero el explorador que acababa de llegar estaba nervioso. Su rostro denotaba preocupación.
—¡Están a menos de veinte kilómetros, madre piel marcada! —había dicho el osuno.
El informe era que las fuerzas de los avarosanos y la Garra Implacable remaban contra la corriente, pero veinte kilómetros era una distancia mínima. Vrynna se maldijo por lo bajo y ordenó embarcar sus tropas con rapidez.
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En la desembocadura del Ebro
Los hijos de la tormenta y los osunos empezaron a subir a los barcos con cierta indolencia, ordenes de la madre marcada decían. A ningún hijo de la tormenta u osuno le gustaba interrumpir su desayuno, por muy exiguo o urgente que fuer al situación. La comida era sagrada y el momento de comer también. ¿A qué venían todas esas prisas?
De pronto por un sector que no esperaban, los hijos de la tormenta y osunos observaron los mástiles de las naves avarosanas e insubres que empezaron a definirse contra el sol del amanecer. Miles de cuencos de leche, carne y migas de pan cayeron al suelo, rompiéndose la mayoría, rodando otros hasta la orilla del río, haciendo que algunos osunos tropezaran y cayesen de rodillas. Lo que había empezado siendo una lenta maniobra de embarque se transformó en un atropellado abordaje sin orden y sin dirección. Algunos barcos se llenaron de hombres y víveres demasiado pronto sin dar tiempo a deshacer amarras e ir alejándolos de la orilla, al tiempo que se cargaban de hombres y pertrechos quedando medio embarrancados en la costa arenosa del rio. Otros flotaban ya sobre las aguas fluviales pero sin formación de combate. Vrynna quien recién había llegado, impotente ante la anarquía de sus hombres y osunos, escupía al suelo y maldecía su suerte. Entonces escucharon una voz retumbante que venia del rió, era la voz de Harald Kalfegni, jurasangre de la exmatriarca Gnauril y vencedor contra los osunos, fiero guerrero que había mantenido una batalla de todo un día contra las fuerzas del avezado de Olaf. Su voz fuerte, potente se hizo presente en todo el escenario.
—¡Remad, remad, remad! ¡Ni siquiera nos esperaban! ¡Preparad el abordaje! ¡La primera línea de barcos, sobrepasaremos la flota enemiga! Los rodearemos antes de que se den cuenta.
Las oficiales y líderes de Harald corrían de un lugar a otro siguiendo sus órdenes. La flota avarosana e insubre ascendía en perfecta formación, desplegada en dos largas hileras de naves ocupando toda la anchura del río. La primera línea sobrepasó la confusa formación de la Garra invernal sin enfrentarse a los barcos enemigos para, nada más superarlos, virar a ciento ochenta grados y atacar a los navíos de los osunos e hijos de la tormenta por detrás, toda vez que la segunda fila de naves los alcanzaba por el otro lado. Los osunos, apostados en la orilla del rio, estaban tremendamente desesperados por ayudar a sus otros hermanos y se afanaban por dejar tierra y ayudar a los que estaban en el rio, pero ya era tarde, muy tarde. Los hijos de la tormenta del rió sin haber preparado la defensa de sus naves, armados con lanzas y espadas, intentaron defenderse de la acometida avarosana e insubre, pero una densa lluvia de armas arrojadizas proveniente de ambos lados los recibió lacerando infinidad de cuerpos, atravesando escudos, barcos, guerreros y saqueadoras. La sangre comenzó a impregnar la madera húmeda de las cubiertas. Los gritos de dolor de los heridos se esparcieron por el amanecer del río mientras el miedo y el pánico se desataban entre los hijos de la tormenta y los osunos que ya hacían en los barcos.
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"En la costa de la Desembocadura del Ebro."
Vrynna había llegado al lugar del conflicto, pero así como apenas había llegado se retiró callada, con algunas de las naves supervivientes que habían conseguido zafarse del cerco avarosano e insubre. Había visto a varios centenares de sus hombres nadando hacia las orillas y luego escapar tierra adentro. Aquella batalla había sido un desastre para sus intereses en la región. Se esforzaba en contar y recontar las naves supervivientes como intentando negarse lo evidente. Tardarían meses en recuperarse de aquello y, lo peor de todo es que tendría que recurrir a la ayuda de los cambiapieles y solicitar refuerzos. Se giró hacia el otro extremo de la costa. En aquel instante, despacio, se arrodilló. Cerró los ojos y juró por la voluntad del trueno que, si los dioses antiguos le daban fuerzas, vengaría aquella afrenta lavando su honor con la sangre de aquellos hombres que los habían desgraciado. Vrynna, madre marcada de la matriarca Sejuani, al mando de las fuerzas osunas y los hijos de la tormenta, musitó su juramento entre dientes, arrodillada, con la cabeza hundida en el suelo de la cubierta del barco. Sus hombres y mujeres la miraron en silencio, respetando el refugio de la plegaria en donde su líder se había recluido sin importar que le observasen. Habían combatido con ella en numerosas ocasiones y la derrota era algo desconocido para su madre piel marcada. Vrynna era la elegida para aquel juramento a la tormenta.
—Controla el este Freljordiano hasta que mande por ti para que me ayudes con refuerzos —habían sido las palabras de su matriarca. Se abrazaron y Sejuani partió hacia el Canm.
Vrynna ahora, arrodillada con su humillación, sentía el mayor de los dolores: estaba faltando a la promesa que le había hecho a su matriarca. Había perdido veinticinco naves. Veinticinco barcos de guerra. Eso significaba la supremacía del mar para los avarosanos. Un fugaz segundo dejó que entre sus pensamientos brillase la agria luz del suicidio como única salida para mantener el honor, pero el instante pasó y retomó su plegaria a los dioses antiguos, implorando canjear su existencia, si era necesario, por poder alcanzar el este Báltico superando al nuevo líder avarosano que ahora se interpondría entre ella y su matriarca. De pronto, en un cielo sin nubes estalló un largo y sonoro trueno. Los osunos, estremecidos por la sorpresa y el temor, miraron al horizonte. No se divisaba nada más que agua y cielo claro. Sin embargo, el pavoroso trueno arrastró su resonancia sobre las olas y el viento durante largos segundos en los que todos permanecieron callados, quietos, sin remar siquiera. Vrynna, con la llegada a sus oídos del imponente trueno, abrió los ojos y se levantó lentamente. Buscó nubes en el cielo pero, al igual que sus hombres y osunos, tampoco vio ninguna nube. Empezó entonces a asentir despacio con la cabeza.
— ¡Así sea! ¡El padre de todos los dioses antiguos y yo tenemos un pacto! ¡Mi vida a cambio de alcanzar el Báltico y ver a ese líder avarosano muerto sobre la tierra! Llamen a los lanza umbría, que Thorfinn, su líder, se haga presente, díganle al infeliz que la matriarca solicita su presencia y su participación en esta guerra.
Uno de los hijos del trueno asintió y corrió al paso. Thorfinn Kalfegni Asina sería un elemento nuevo en esta guerra, y con su mente brillante lograrían derrotar a este enemigo, pero lo malo era que el hombre le guardaba un odio acérrimo a la matriarca; pero cuando Thorfinn y su tribu entraban en combate, sobre todo cuando se trataba de conquistar tribus poderosas, eran una fuerza poderosa a tener en cuenta. El joven había demostrado ser un líder nato y un genio táctico imprescindible.
Y con aquellas palabras Vrynna se retiró al interior del barco, no sin antes dar las instrucciones necesarias para dirigir la pequeña flota superviviente hacia la costa.