En una era de viajes espaciales, la incorporación de tecnologías intergalácticas y el desarrollo de poderes especiales se han vuelto algo común. Las investigaciones a gran escala buscan explotar estos nuevos dones, a menudo a costa de la vida de quienes participan. A pesar de los riesgos, las misiones continúan, impulsadas por la ambición de encontrar materiales exóticos que puedan potenciar aún más a sus poseedores.
Entre los muchos viajeros intergalácticos destaca Melquiades, conocido como "El Guerrero Implacable". Como capitán, ha liderado numerosas expediciones a otros mundos, enfrentándose a desafíos que solo él podría superar. Su fuerza es legendaria, invencible en cada combate. Además de su habilidad en el campo de batalla, Melquiades ha desarrollado tecnologías avanzadas que han transformado las armas y fortalecido a los guerreros, ganándose el respeto de aliados y rivales por igual.
Era una leyenda... hasta que un día desapareció. En una de sus misiones, algo salió terriblemente mal, y uno de sus subordinados perdió la vida. La tragedia desmoronó al grupo que lideraba, y lo que antes era un equipo invencible se dispersó. Algunos de sus miembros se convirtieron en vagabundos, deambulando por planetas lejanos, mientras que otros intentaron rehacer sus vidas, alejándose de las sombras de su pasado. La caída de su equipo fue un golpe devastador para la Asociación Intergaláctica, que dependía de ellos para mantener el control.
Roderick, un hombre ambicioso y sin escrúpulos, no estaba dispuesto a permitir que todo se desmoronara tan fácilmente. Decidido a reunir a los antiguos miembros, envió a buscarlos. De los seis que quedaban, solo lograron localizar a tres: Morgan, Harding y Cayden. Aunque accedieron a continuar como guerreros de la Asociación, ya no eran los mismos. Con un espíritu rebelde y métodos cuestionables, dominaban sus nuevos equipos sin responder a nadie.
Para Roderick, el resultado era lo único que importaba. Mientras sus metas se cumplieran, no le preocupaba qué métodos utilizaran. Su verdadero objetivo era mucho más grande: quería controlar la galaxia, y para eso estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa, incluso las últimas sombras de moralidad que aún quedaban en la Asociación Intergaláctica.
Los miembros más poderosos del Equipo Sombra eran Melquiades y Darragh, figuras envueltas en misterio, de quienes no se ha sabido nada desde hace años. Junto a ellos, la experta en operaciones tácticas, Nika, también desapareció sin dejar rastro. Sin embargo, la ausencia de estos tres no disminuye la leyenda del equipo. Cada uno de los integrantes restantes posee una especialización única que los convierte en casi invencibles en combate, desde el manejo de armas avanzadas hasta la infiltración y la estrategia militar. Juntos, eran una fuerza imparable, temidos en toda la galaxia. Pero su dispersión ha dejado un vacío difícil de llenar, y el regreso de los desaparecidos sigue siendo una incógnita que muchos desean resolver.
“Y así tenemos que sobrevivir...”, murmuró Xelania con un suspiro, mientras limpiaba una de las mesas del concurrido restaurante donde trabajaba como mesera. A sus 25 años, la vida no había sido fácil para ella. Además de atender largas jornadas, estudiaba Ingeniería Eléctrica, pagándose sus estudios con esfuerzo y sacrificio. Se sentía atrapada en una rutina en la que la buena suerte nunca parecía estar de su lado.
Xelania había perdido a su madre antes de tener siquiera un recuerdo de ella, y su padre, después de volver a casarse, formó una nueva familia que nunca la aceptó del todo. Desde pequeña, soportó los maltratos de sus dos medios hermanos, quienes la trataban como una sirvienta. Cada día en esa casa era un recordatorio de que no pertenecía allí, de que no era bienvenida.
Finalmente, llegó el momento en el que no pudo soportarlo más y decidió independizarse. Aquella decisión no fue sencilla; la vida por su cuenta estaba llena de desafíos y privaciones. Sin embargo, Xelania prefirió la libertad de no tener que aguantar insultos y humillaciones, incluso si eso significaba luchar cada día para mantenerse a flote. Al menos, la paz que sentía ahora, aunque escasa, era suya y de nadie más.
Mientras trabajaba, los conflictos con los clientes eran parte de la rutina para Xelania. Sabía cómo manejar esos momentos sin perder la calma.
Ese día, una niña sentada con su familia comenzó a gritar: “¡No quiero comer esto! ¡Esta comida sabe horrible!”, mientras lanzaba su plato al suelo con fuerza y aumentaba sus gritos. Sus padres intentaban calmarla sin éxito, y la tensión en el restaurante crecía con cada segundo.
Xelania, sin perder la compostura, se acercó a la mesa y se inclinó suavemente hacia la niña, sonriendo con amabilidad. Con una voz suave, le dijo: “Tranquila, pequeña, dime qué es lo que te gusta y veré qué puedo traerte”
La niña la observó con el ceño fruncido y una mirada cargada de irritación. Sin decir palabra, la empujó, mostrando su descontento.
Xelania mantuvo su sonrisa y, haciendo una pequeña broma, comentó: “¡Vaya, tienes una gran fuerza para ser tan pequeña! ¿Sabes? Si tienes ganas de jugar, te puedo invitar a la cocina por un momento”
La niña se detuvo, sorprendida por la respuesta de Xelania. No era la reacción de enojo que esperaba, y la idea de entrar a ese lugar misterioso despertó su curiosidad. Con una expresión de sorpresa, asintió suavemente.
Xelania la tomó en sus brazos con cuidado, girándose hacia la familia que observaba perpleja. “Me la llevo un momento”, les dijo, manteniendo su tono amable, antes de caminar hacia la cocina con la pequeña, esperando que un pequeño desvío pudiera cambiar el rumbo del día para ambas.
La niña y sus cuidadores no eran humanos; pertenecían a la raza de los Lunarians, seres etéreos que habitan en los anillos de los planetas gaseosos. De apariencia casi translúcida, sus cuerpos reflejaban destellos de metales preciosos que variaban según su linaje. Además de su aspecto etéreo, los Lunarians tenían la capacidad de manipular la luz y la energía, lo que les permitía volverse invisibles con facilidad. Sin embargo, detrás de su elegancia y brillo, la relación entre la niña y sus cuidadores era fría y distante. La cuidaban, al parecer, porque les ofrecían beneficios a cambio.