Xelania despertó con un sobresalto, los ojos desenfocados y el cuerpo pesado.
“¿Qué... qué pasó?” murmuró, sintiendo un sabor amargo en la boca y una leve quemazón en la garganta.
A su lado, un hombre de figura imponente y mirada profunda la observaba con calma. “No te preocupes. Fuiste envenenada, pero no es tan grave… todavía”, respondió con una voz tranquilizadora.
“¿Todavía?” Xelania preguntó, su tono deslizándose hacia la alarma mientras las palabras resonaban en su mente.
“Sí”, dijo él, con una sonrisa ladeada y ligeramente misteriosa. “Es un veneno raro llamado Trinitotina. La buena noticia es que conozco el antídoto: la Flor Azul que crece en el planeta Labinium. Por suerte para ti, yo conozco bien el planeta y podemos ir por ella”
Xelania se quedó paralizada unos instantes, procesando lo que él había dicho. “Espera, espera... ¿me vas a ayudar? ¿Así, nada más?” Lo miró con escepticismo; en su experiencia, la gente rara vez ofrecía ayuda sin algún motivo escondido.
Melquiades soltó una risa tranquila. “Bueno, sí. Al fin y al cabo, en parte es culpa mía que estés en esta situación. Y, francamente, no tengo ningún plan en este momento. Así que me parece divertido hacer algo diferente”. Extendió su mano y añadió con una chispa en los ojos: “Melquiades, para servirte”
Xelania sintió una mezcla de sorpresa y desconfianza. Lo miró con intensidad, como intentando descifrar sus verdaderas intenciones. Aunque él parecía despreocupado, había algo más en su tono, algo que la cautivaba y al mismo tiempo la hacía dudar. “Soy Xelania… y no puedo decir que sea un placer conocerte, dadas las circunstancias”. Miró su mano extendida, dudó unos segundos, y finalmente se la estrechó con una ligera incomodidad.
Mientras trataba de sobrellevar la situación, una punzada sutil la recorrió y sintió cómo el veneno le dejaba el cuerpo adormecido. La incertidumbre se instaló en su mente: ¿Podía confiar en él? Pero, ¿qué opción le quedaba? Su vida, su rutina, todo estaba patas arriba, y aunque no confiaba en esa repentina “ayuda”, no sabía cómo arreglárselas por sí misma. Observó a Melquiades de reojo, la curiosidad creciendo en su interior. Había algo atrayente en él, algo inexplicablemente magnético.
“Debemos partir de inmediato, antes de que el veneno se esparza demasiado y se vuelva irreversible”, dijo Melquiades.
Xelania lo miró, incrédula. “¿Irme? ¿Así, sin más? ¿Esperas que lo deje todo por una aventura suicida al espacio?” El rostro de ella reflejaba una mezcla de preocupación y enojo. No podía evitar pensar en todo lo que tendría que dejar atrás: su trabajo, su vida, sus estudios. “Tú, quizás, estés acostumbrado a esto, pero para mí... es la primera vez que enfrento algo así”
Melquiades suspiró, y aunque intentó mantener su expresión despreocupada, sus ojos reflejaron un atisbo de empatía. “Sé que te parece una locura, pero esta es tu única opción. Créeme, yo tampoco haría esto si no fuera absolutamente necesario”
“¿Y qué hay de mis responsabilidades? ¡No puedo simplemente desaparecer!” protestó ella, furiosa e indefensa al mismo tiempo.
“Xelania”, interrumpió Melquiades suavemente, acercándose un poco más, “el veneno en tu sistema no te va a dar otra elección. Si te quedas, si pretendes ignorarlo, tu tiempo aquí se acabará antes de lo que piensas. Si vienes conmigo… al menos tienes una oportunidad”
Xelania bajó la mirada, con el corazón acelerado. Sabía que tenía razón, pero aceptar su ayuda y lanzarse a lo desconocido era algo que la aterraba. Aún así, ¿qué otra opción le quedaba? Mientras asentía en silencio, sintió una extraña mezcla de alivio y resignación. Supongo que no tengo opción.
Esa noche, cuando regresó a su apartamento para prepararse, la ansiedad la invadió. No dejaba de pensar en el recuerdo de todo lo que había pasado, en las imágenes aterradoras de aquel hombre enmascarado. ¿Sería que podría superar lo que estaba viviendo y lo que vendría?
Desvió su atención a un mensaje que redactó a su jefe: _He tenido un accidente grave y necesitaré tiempo de recuperación en el hospital_.
Sabía que le costaría mucho más explicarlo después, y que conseguir una incapacidad médica sería complicado. Sus manos temblaron al enviar un mensaje similar a su universidad. La idea de desaparecer así, con excusas tan frágiles, la inquietaba más de lo que quería admitir.
Mientras Xelania intentaba conciliar el sueño, Melquiades ya preparaba al Equipo Alfa, su grupo de compañeros leales a quienes convenció con facilidad de la urgencia de su próximo destino. La confianza que tenían en él, ganada a pulso en misiones peligrosas, era absoluta. Él sabía cómo mantenerlos a su lado, aun cuando los planes parecían improvisados.
Al amanecer, Xelania ya esperaba en la plataforma de despegue, el miedo y la incertidumbre pintados en sus ojos. Es mi primera vez fuera de la Tierra, intentaba encontrar algo de estabilidad en el caos de sus emociones.
Melquiades le sonrió de forma tranquilizadora, aunque sus ojos destellaban una emoción indefinida.
“Prepárate, Xelania. Es un viaje que nunca olvidarás”
Y con una energía inesperada para tan temprano, les dio un empujón a sus compañeros para que subieran a la nave. “¡Vamos, muchachos, arriba! Ya está todo listo”, exclamó con una sonrisa que contrastaba con las miradas somnolientas del grupo. Xelania los observó con curiosidad, reconociendo las caras de aquellos que había visto junto a él cuando lo conoció.
Mientras todos se acomodaban, Xelania miró a Melquíades, algo insegura. “¿Sólo son ustedes tres?” preguntó, como quien busca asegurarse de que había alguien más al timón.
Melquíades la miró de reojo y le respondió con una media sonrisa. “¿Estás dudando de mis compañeros?”
Xelania se apresuró a aclarar, aunque sin sonar demasiado convencida: “No, no es eso, es que… solo me sorprende un poco”