Aila
Me acababa de sentar a la mesa cuando vi a Vendrix entrar. Contuve la respiración y mi corazón se agitó. Desvié de inmediato la mirada hacia la comida delante de mí y me pregunté si tal vez debería irme, pero no. Él sabía que yo estaría en la cena, no era mi culpa que nos cruzáramos. Rogué a los Dioses que no se sentara frente a mí como la última vez; no obstante, sucedió algo peor, se acomodó a mi lado.
El aroma nocturno me envolvió, no sé si el suyo era más intenso que el de los demás o si a mí me gustaba tanto que no podía evitar notarlo, pero allí estaba, poseyendo mi nariz.
Lentamente, fui dejando escapar el aire, que sin darme cuenta estaba conteniendo. Todos, incluido Vendrix comenzaron a servirse los alimentos, y yo los imité. Como casi siempre me mantuve en silencio, la mayoría de las veces prestaba atención a las conversaciones, sonreía y ocasionalmente acotaba algo, pero ahora, no podía más que intentar acallar mi mente, deseando que la cena acabara pronto.
Cuando los comensales comenzaron a levantarse, yo quise hacer lo mismo, pero la mano de Vendrix en mi muñeca me detuvo.
— No te vayas todavía, Aila.
Además, dijo mi nombre, no el despectivo "princesa", mi cuerpo, que apenas se recuperaba de la anterior impresión, volvió a acelerar el flujo sanguíneo.
— Por supuesto, lord Vendrix.
Él me observó a los ojos por largos minutos, no supe si esperaba que todos se marcharan o si dudaba sobre lo que quería decirme, pero no me atrevía a preguntar.
— He decidido que puedes regresar a tu país — declaró.
Por un instante, la decepción casi me gana; sin embargo, poder regresar a casa era algo bueno, no moriría por causa de la falta de juicio de Corina y mi hermana.
— Muchas gracias, me pondré prestamente a preparar mis cosas, Lord Vendrix, es usted muy amable.
— Vete y deja de nombrarme así — gruñó.
— Gracias, con permiso.
Me puse de pie y me encaminé a mi recámara, que se encontraba en el piso superior, que era el de las mujeres. Al pasar por una ventana, antes de dejar la escalera, me detuve a ver el paisaje. Nunca había visto un cielo tan blanco, parecía el atardecer aunque ya había anochecido. Una vista tan hermosa era sin duda una fantástica despedida. Era probable que ya nunca volviera a estar en este reino, ya que difícilmente ellos quisieran hacer alianza con nosotros, luego de estos sucesos.
Suspiré y continué mi camino. Recordé a Vendrix junto a mí, sería algo que llevaría siempre dentro mío. Su aroma oscuro, sus facciones esculpidas... Él llevaba un atuendo negro esta noche, lo cual le sentaba muy bien. Volví a dejar escapar el aire con pesadez al ingresar en la alcoba
No encendí las luces, porque la luminosidad del exterior alumbraba bastante. Me cambié el vestido por un camisón, trencé mi cabello y me acosté. En la mañana me ocuparía de guardar toda mi ropa en baúles para estar lista para el viaje lo más pronto posible. Si él me había dicho esto ahora era porque quería que me pusiera en marcha rápidamente.
***
Vendrix
No sabía por qué, pero sentía pesar al dejar ir a Aila. Quizá porque perdía la oportunidad de reivindicar, aunque sea un poco, el dolor que sentía. El liberarla significaba que todo estaba olvidado y perdonado y dentro de mí no era así. Ahora sabía que mi hermano estaba bien y que nadie lo había empujado, pero eso no quitaba la angustia y el dolor de su ausencia.
Cuando hablé con ella, pareció turbada, incluso creí ver decepción en sus ojos, pero fue algo fugaz, podría haberme parecido, después de todo, tendría que estar más que ansiosa de regresar a su hogar. Aila era bella, con un temperamento suave y delicado, lo cual había hecho que permaneciera a la sombra de su avasalladora hermana. Si no hubieran sucedido estas cosas, quizá me habría tomado el tiempo de conocerla mejor.
Un viento frío se coló por debajo de la puerta de la biblioteca, mi lugar favorito luego de mi recámara, y al acercarme a la ventana, comprobé con satisfacción que la nieve, muy densa, había comenzado a caer. Ella no podría irse, quizá por varios meses.
Al amanecer me dirigía a mi recámara, pero consideré que sería oportuno informar a la princesa que, con la nevada que había comenzado en la noche y no menguaba no viajaría, por lo que me encaminé al piso de las mujeres.
Me detuve al inicio del pasillo, no sabía cuál era su alcoba. Pensé unos minutos qué podría hacer, cuando vi que una diurna aparecía en el lugar. Era Gadea, la hermana de Balthair.
— Gadea, qué bueno te encuentro.
Ella me sonrió.
— ¿Para qué soy útil?
— ¿Puedes indicarme cuál es el cuarto de la princesa Aila?
— Por supuesto, es el último de la izquierda.
— Gracias — le dediqué una sonrisa amable y continué en busca de la reniciana.
Toqué a la puerta y esperé. Pasaron unos minutos hasta que ella abrió.
— Ven... Lord... Lord Vendrix — articuló observándome con incredulidad.
— Aila, no me llames lord.
Su cuerpo esbelto estaba cubierto por la delicada tela de un camisón, era tan fino que casi parecían las vestiduras típicas de Annun, el país en el que habitaban mis primos. Aila tenía el cabello en una larga trenza a un lado y se notaba que no hacía mucho que estaba despierta. Aunque aun los sentimientos de resentimiento se mantenían en mi interior, no podía dejar de admirar su belleza.
— Lo siento — ella se acomodó el cabello detrás de la oreja y dio un paso atrás en una invitación tácita. — He visto que está nevando — comentó desviando la mirada hacia la ventana.
— Sí, así es, por eso he venido. Para informarte que ha comenzado la temporada de nieve más temprano de lo habitual. Quizá pase algún tiempo hasta que puedas irte.
— Lo imaginaba — ella rehuía mi mirada. — Diría que lo lamento, pero mentiría. Aún no perdono a mi hermana por haberme dejado aquí. Aunque supongo que será un pesar para usted tener que seguir viéndome.