Universos paralelos

Capítulo 27 - Vendrix y Aila

Vendrix

— Estás distraído, ¿en qué piensas?

— En Ayax.

Papá descendió un poco en su ánimo ante la mención del nombre de mi hermano, pero pronto se recuperó.

— ¿Has visto a la princesa de Rénica?

— Hace varios días que no coincido con ella, ¿por qué?

— Al parecer, tu madre la está tomando a su cuidado.

— Qué bien.

— ¿La has visto con alguien?

— ¿A qué te refieres?

— Tu mamá cree que está enamorada, especulábamos que podría ser alguien de aquí.

Un atisbo de ira me asaltó.

— ¿Cómo sabe que está enamorada?

— No sé, han almorzado juntas algunas veces, tu mamá es perspicaz.

— ¿Por qué estamos hablando de esto? — pregunté disgustado. — No me importa nada de la vida de la princesa de Rénica.

— Hablamos de esto para que vuelvas de donde quiera que estabas hace un rato.

— Ya volví. Sigamos trabajando.

— ¿Por qué te disgustas?

— No concibo que alguien que, se supone, está casi presa, se dedique a coquetear.

— No he dicho eso, solo son suposiciones, quizá cuando llegó aquí ya estaba enamorada de alguien de su reino.

— No quiero suponer nada de su vida, no me interesa.

— Si tú lo dices.

— Ella no coquetea con nadie, se la pasa tejiendo y escribiendo su diario en el invernadero — reflexioné en voz alta.

— Entonces, no te interesa.

— Papá, no juegues con mi mente, por favor.

— No es mi intención.

— No quiero hablar de ella, continuemos con la nueva flota mercantil.

— De acuerdo.

Me centré lo más que pude en el proyecto que estudiábamos, pero de a ratos me asaltaban imágenes de Aila con una sonrisa coqueta no dirigida a mí. Y eso me enfurecía. No entendía por qué, quizá por el hecho de que era una prisionera y no debería estar pasándolo bien, o tal vez por algo que ni yo mismo me atrevía a develar.

***

Aila

Me encaminaba hacia el invernadero cuando Vendrix me interceptó antes de salir del castillo.

— Qué sorpresa — comenté aludiendo a que debería estar durmiendo dada su condición de nocturno.

— Tengo un poco de insomnio — comentó. — ¿Qué tal si vamos a la biblioteca de la torre? Si no tienes que verte con nadie, claro.

— Nadie me habla además de us... de ti y de tu madre.

— En ese caso, acompáñame. Espero que estés preparada porque son muchas escaleras.

— Lo estoy, me han puesto muchas veces en la torre castigada.

Llegamos a la entrada y comenzamos unas escaleras circulares.

— ¿Por qué te castigaban?

— Por hacer encargos para mi hermana, por encubrirla, por no sé... hacer cosas indebidas.

— Tu hermana te hacía hacer cosas indebidas.

— No me gusta admitirlo, pero sí, no sé si alguna vez fui castigada por algo que fuera para mí.

— Mi hermano y yo siempre recibimos los castigos juntos.

— Me encantaría haber tenido una relación así, pero mi hermana y yo tenemos un poco de distancia de edad. Crecí queriendo ser como ella, la idolatraba, todos en Rénica la aman.

— Es una persona horrible y manipuladora, no entiendo cómo pueden amarla.

— Es carismática y bella, engatusa a todos, incluso a mí.

— Ya veo.

Fuimos en silencio por un tramo más antes de que volviera a hablarme.

— ¿Qué cosas hacías para ella?

— Espiar, llevar recados, decir que algo lo hice yo, darle ideas... no sé, muchas cosas.

— ¿Y cuándo empezaste a hacerlo?

— Desde muy pequeña, como te digo, yo la idolatraba.

— ¿Y ahora?

— No puedo definirlo, sigo muy enfadada con ella.

Llegamos a la cúspide y allí recorrimos un pasillo hasta llegar a la puerta de la vieja biblioteca. Al ingresar, Vendrix encendió las velas y el fogón. El recinto estaba frío y había olor a humedad y libros viejos, pero pronto fue reemplazado por el aroma nocturno de Vendrix.

— Hace tiempo que nadie viene aquí — explicó. — Ayax y yo solíamos escondernos en este lugar de niños para planear travesuras. Acércate — habló mientras caminaba hacia la ventana.

Vendrix se apoyó sobre su hombro en el costado de la ventana y yo me ubiqué en el centro para apreciar toda la vista. En verdad era maravillosa, se veían algunas montañas bajas nevadas, con acantilados, y una bahía que conectaba con el mar infinito. La nieve formaba una suave cortina que embellecía todo como si de un lienzo al óleo se tratara.

— Nunca imaginé ver algo así.

— Uno no deja nunca de impresionarse con la magnitud de la belleza de esta vista.

— Ha de ser maravilloso vivir aquí.

— Rénica también es bonito, he estado allí algunos veranos, aunque debo admitir que no disfruto demasiado del calor.

—Yo tampoco.

Me volví hacia él y noté que me observaba con una intensidad inusual, sus ojos reflejaban un brillo rojizo. No podía decir que fuera aquella furia que tenía las veces que lo había visto tan desencajado, pero al recordar esto temí que me lanzara por la ventana y retrocedí un paso.

Él no se movió, y su aroma se había vuelto más perturbador para mí.

— Qué pena nacer en un lugar que no te gusta. Hasta ahora no te he oído ningún recuerdo agradable.

— Tengo recuerdos agradables, no todo fueron las manipulaciones de mi hermana. Soy la menor de siete, por lo que gocé de más libertades, alguna vez pude hacer cosas como una persona común, y también solía jugar con otras niñas.

— ¿Y no hiciste amistades entre ellas? ¿Por qué no tienes séquito

— Soy parte del séquito de mi hermana, al menos así será hasta que me consigan un acuerdo matrimonial favorable.

— Me parece inaudito lo que me cuentas.

— Aquí todas las personas son iguales, tu madre me invitó a almorzar y ella ha cocinado, en Rénica esas tareas son consideradas degradantes, pero a mí me gusta cocinar, pero no me permitieron aprender, todas las veces que lo hice fue a escondidas de mis padres, porque, como te digo, no me prestaban tanta atención.




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