Universos paralelos

Capítulo 33 - Vendrix y Aila

Vendrix

Me moría de ganas de besarla, abrazarla y tenerla en mi lecho, pero Aila mantenía su distancia. Por más que quisiera acelerar los tiempos, no podía forzarla. Aunque por su aroma podía notar que yo le gustaba, ella era muy medida, no se permitía ni una mirada de más. Control debería ser su nombre, pensé con una sonrisa. Yo, por el contrario, cada día me sentía más cerca de dejarme llevar por mis emociones.

Me toqué la mano, para comprobar que estaba despierto, tal como me enseñó mamá. En algún momento en que lo hiciera, me daría cuenta de que estaba en un sueño y podría contactar con mi hermano. Ahora, más que nunca, necesitaba hablarle. Esto que me pasaba, deseaba compartirlo con él.

Desde mi ventana podía ver que pronto los caminos volverían a ser transitables, ella tenía razón en que sus padres no se negarían a nuestra boda, pero se me hacía muy larga la espera, cada día que pasaba cerca de ella me costaba más contenerme, todo mi cuerpo reaccionaba ante su aroma, su voz, su mirada suave.

Decidí volver a buscarla en el invernadero, hacía tiempo no la frecuentaba en aquel sitio, puesto que allí habíamos discutido y no quería enfrentarme a esa energía; no obstante, no la encontré, después fui a su habitación y tampoco estaba allí, sabía que no podía haber visitado a mi madre porque ella estaba en el castillo, además, no era el horario en que ellas se veían. Entonces pensé que tal vez podría estar en la torre, por lo que me dirigí allí.

Crucé la puerta que se encontraba abierta y Aila, ubicada junto a la ventana, se volteó hacia mí, en apariencia sobresaltada, me recordó a un niño que es hallado haciendo una travesura.

— Lo siento — se disculpó. — No pretendía usurpar el lugar, es solo que...

— No está prohibido venir aquí.

— Pensé que venías a regañarme.

— No soy tu padre para hacer eso — sonreí.

— Es que, es raro que aparezcas así.

— Te buscaba y, como no te encontré en el invernadero ni en tu habitación, intuí que podrías estar aquí.

— Qué atinado.

Ella me dio la espalda para mirar hacia el exterior.

— Si te gusta este lugar, puedo hacer que pongan aquí nuestra recámara cuando nos desposemos — sugerí acercándome para posicionarme detrás de ella.

— No, por favor. Prefiero que se mantenga así, como un refugio.

— ¿Un refugio de qué?

— De las personas.

— Alguien te ha molestado — afirmé y un atisbo de ira apretó mi garganta.

— No, es solo que me cuesta hallar oportunidades para estar sola.

— Entonces te estoy molestando — declaré.

— No, no eres tú. Es...

Ella guardó silencio

— ¿Qué?

— Soy una persona solitaria por naturaleza, eso de tener séquito que me atienda todo el tiempo, tener que almorzar con tu mamá, y... yo... me siento abrumada.

— Puedes decirle a mi madre que no, ella no se ofenderá. Solo explícaselo como me lo estás diciendo a mí. También puedes decir a tu séquito en qué cosas quieres que estén presentes y en cuáles no. Serás la reina, Aila.

— Siento que si hago eso estaré siendo descortés, faltando al protocolo...

Suavemente, la tomé del brazo y la insté a girarse para que me mirara.

— No estás en Rénica, princesa. Aurea no conserva esos protocolos, aquí todos valoramos la honestidad.

— Mamá dice que nadie quiere oír la verdad.

— No te diré que miente, pero te diré que está equivocada.

Estábamos muy cerca el uno del otro, ella tenía el rostro levantado hacia mí, sus ojos púrpuras se notaban húmedos. Comprendí que quizá había llorado y había escogido este lugar para no ser vista ni interrogada, yo no sería quien le preguntara, pero un fuerte deseo de protegerla me invadió.

Tomé un mechón de su cabello claro y lo acaricié entre mis dedos un momento, antes de colocarlo detrás de su oreja en un gesto íntimo. Ella no se apartó. Sus labios suaves estaban entreabiertos, se notaba que se sentía agitada. El dulzor de su excitación despertó mis sentidos y, sin poder ya controlarme, la besé.

Aila colocó ambos brazos entre nosotros, pensé que me empujaría, pero no lo hizo. Sus puños tomaron mi ropa con fuerza, yo la abracé e intenté explorar el interior de su boca con mi lengua, pero apenas humedecí sus labios, se apartó hacia la ventana.

— No, por favor — me rechazó. — Esto está mal.

— ¿Mal? Serás mi esposa muy pronto.

— Pero todavía no lo soy, además... yo... tú... es decir, nosotros, no nos conocemos... no nos conocemos lo suficiente.

— Cuatro meses me parece un tiempo bastante largo.

— Nos hemos relacionado en contadas ocasiones, no se puede decir que nos conozcamos.

— Pretendes que te corteje — aseveré.

— No. Solo creo que es mejor esperar.

Ella sabía que yo podía percibir su deseo, no tenía sentido hacérselo notar, también sabía que yo sentía lo mismo, no podíamos ocultar estas cosas y me hacía sentir confundido que me rechazara.

— ¿Debería decirte lo evidente?

— No sé qué sería eso — volvió a darme la espalda.

— Tú me deseas y yo a ti.

— Eso no significa nada.

— Lo significa todo para mí.

— Los deseos del cuerpo no tienen por qué dominarnos, somos lo suficientemente civilizados como para hacer lo conveniente.

— Explícame por qué no sería conveniente tener sexo, cuando pronto nos casaremos.

Sus hombros se tensaron.

— No me siento preparada para ir tan lejos.

— Aila, los caminos están casi despejados, en dos semanas podría estar aquí la anciana madre, deberías ya estar más que preparada.

— Lo estaré en ese momento.

— ¿Por qué no ahora?

— No había pensado al respecto, en estas semanas que faltan me prepararé.

Guardé silencio, me aparté un poco de ella y su delicioso aroma para lograr aclarar la mente. Me acerqué a los libros y fingí leer sus lomos. La verdad, me estaba volviendo loco, me moría de ganas de tenerla desnuda entre mis brazos, enterrarme en su intimidad, hacerle saber que me pertenecía. Pero ella era reticente a mis avances, la vez anterior a que nos encontráramos en este mismo lugar, aunque yo no había llegado a besarla, ella había mantenido las distancias. Yo no podía estar equivocado, su mirada, el tono de su voz y su aroma me decían que se sentía atraída por mí. Pero su rigidez...




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