Aila
Vendrix me dejó sola en la torre, seguramente se había decepcionado. Los aureanos eran sexualmente muy libres, ellos no tenían los prejuicios que teníamos los renicianos. En mi país estaba mal visto intimar antes del matrimonio, aunque todos a escondidas lo hacían, a excepción de la familia real, claro. A nosotras no se nos permitía tener ni siquiera una simpatía por alguien antes de ser desposadas.
Aunque mis hermanas se habían acostado con hombres antes de sus bodas, probablemente yo era la única que guardaba esta estúpida regla, pero me sentía tan atada a los protocolos de mi reino que ni siquiera teniendo la posibilidad, con el hombre que amaba y con el cual me casaría. Sentía que no debía hacerlo.
En este momento, hubiera deseado poder hablar con Filgya, ella siempre respondía todas mis preguntas por tontas que fueran, pero no tenía a nadie, me sentía tan sola. Lo peor era que quizá él, al saber lo que me sucedía, ni siquiera quisiera casarse. Me lo merecía por cobarde, si no fuera porque el miedo me había ganado, podría haber disfrutado, aunque sea, de sus besos.
De todas formas, no podía ilusionarme, él quizá extrañaba a Corina y quería desquitarse conmigo. Había dicho que me deseaba, pero... los hombres desean cualquier cosa con faldas, según mi madre, eso no era garantía de interés ni mucho menos amor.
Regresé a mi habitación y ya estaba allí el té con galletas que Briana me traía para que yo no pasara sin cenar. Para estas personas la alimentación era muy importante. Cuando estaba en casa, nadie se preocupaba de si comía o no.
Comí dos galletas, me terminé rápido la tisana y me recogí el cabello en una trenza alrededor de la cabeza para ir a bañarme antes de dormir. Estaba buscando mi camisón y salida de baño cuando Briana entró con prisa.
— El rey ha ordenado que subas a su aposento, mi señora.
— ¿Qué? Pero...
— Dijo que vayas ahora.
Ella me jaló de la mano y yo la seguí algo confusa. ¿Por qué querría hablar conmigo con tanta prisa? ¿Quizá cancelaría nuestro compromiso? ¿Y si era así, qué haría? Estábamos ya en la escalera cuando me di cuenta de que traía las prendas en las manos.
— Espera, olvidé dejar esto — dije.
La chica se detuvo y tomó la ropa.
— Yo la regresaré. Es aquella puerta, la roja — señaló desde el inicio del pasillo.
Debería ir sola. Caminé con temor, tratando de calmar mi corazón, tratando de convencerme a mí misma de que todo estaría bien. Toqué dos veces y esperé. Abrió la puerta con una sonrisa. Una sonrisa devastadoramente hermosa.
— Pasa. Pensé que te negarías.
— No es correcto rehusar las órdenes de un rey.
— También pensé que eso podría convencerte de venir, pero no estaba seguro.
Crucé la puerta. La habitación era algo más espaciosa que la mía, la luz era tenue, el ambiente era cálido y en la mesa había una bandeja con alimentos.
— Estabas por cenar.
— No estás obligada a comer si no quieres, pero puedes acompañarme si gustas.
— ¿Debería comer?
— Aila, eres libre. No te diré lo que hacer.
Se dirigió a la mesa, que estaba ubicada en el lado izquierdo de la habitación, y se sentó. Yo lo seguí y me senté frente a él.
— ¿Por qué me has llamado?
— Quiero hacerte una propuesta — afirmó antes de llevarse un trozo de carne a la boca. Yo no dije nada y esperé a que se explicara. — Se trata de lo que hablamos en la torre.
Tuve un inmediato calor al recordarlo.
— ¿Sobre... sobre... intimar?
— Sí. Estamos comprometidos, por lo que no se puede decir que seamos unos completos extraños, aunque entiendo que no nos conocemos lo suficiente.
— Eso creo.
— Pues bien, pienso que podríamos empezar a conocernos y acercarnos más poco a poco.
— ¿Poco a poco?
— Poco a poco, con respeto, honestidad y sin reglas ni presiones.
— ¿Y cómo... cómo sería?
Vendrix se puso de pie y yo hice lo mismo instintivamente. Él se acercó, y tomó mis manos, acarició el dorso con sus pulgares, después fue y vino por mis brazos y tomándome por las muñecas, levantó mis brazos hacia su cuello.
— No voy a violarte. No te forzaré de ninguna manera.
Se inclinó hacia mí tal como lo había hecho en la torre, pero esta vez besó mi mejilla, con un beso casto, luego mi frente. Sus manos reposaron en mi cintura, pero no me envolvieron, no dejaba de desparramar besos pequeños por mi rostro.
— No temas, Aila — susurró en mi mejilla.
Me volvió a besar muy cerca de la boca y yo busqué sus labios. Mi intimidad se contrajo y mariposas flotaron en mi bajo vientre. Sus manos grandes y cálidas se deslizaron hacia mi espalda y su lengua me tocó de manera casi imperceptible.
— Solo llegaremos hasta donde desees.
No había nada de malo con disfrutar de sus besos, pensé. Entreabrí los labios y su lengua se introdujo en mi boca buscando la mía. Yo me dejé llevar, me encantó su sabor. En un instante estaba pegada a su cuerpo, acariciando su cabello entre mis dedos. Su calidez y su aroma me envolvían de manera tan grata que no deseaba apartarme nunca de su lado y algo parecido a la desesperación me gobernó. En mi inexperiencia intenté imitar sus movimientos, sus dientes tocaron los míos y sentí un leve mordisco en mis labios, no me dolió, pero minutos después sentí el sabor de la sangre y me intenté alejar.
— Lo siento — se disculpó. — Te he lastimado.
Envolvió mi rostro con sus manos y limpió los restos de sangre de mi boca con su lengua, para luego depositar pequeños besos en mis labios. Me sorprendió ver sus ojos completamente rojos, pero su calidez hacía que no tuviera miedo, ante algo que era una rareza evidente.
— No ha sido nada.
Deslicé mis manos por sus hombros y sus brazos fuertes, sin deseos de cortar el contacto, pero no me sentía segura de poder ir más allá el día de hoy. Vendrix parecía sentir de la misma forma, porque entrelazó sus dedos con los míos y nos quedamos así.