CAPÍTULO 11
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Y de nuevo volvió a sentirse sola ante la presencia de su eterna antagonista: la vida.
Virginia Woolf
AHORA
April no ha dejado de hablar de Jerry, del café y de lo bien que le ha caído el hombre. Yo le digo que fue el mejor jefe que tuve y que me alegra que siga ahí al pie del cañón.
Hemos cenado pizza. Al fin April parece haber recuperado el apetito. Le digo que vaya a la cama y que me espere, que quiero proponerle algo. Antes, llamo a Kim y le pido perdón por lo que ha ocurrido hoy.
—Es comprensible, Jean —dice tranquilamente—. Yo en tu lugar creo que me habría cabreado conmigo misma.
—No tienes la culpa. Yo creo que en tu lugar hubiera hecho lo mismo.
—Te quiero, Jean.
—Te quiero, Kim.
Las buenas amigas se enfadan y se perdonan. Las buenas amigas se entienden y se ponen en el lugar la una de la otra, empatizan. Se sienten a salvo cuando están juntas y no son nada si se disgustan por tonterías.
Friego los dos platos de la cena en dos minutos y voy hasta el dormitorio de April, que me espera tumbada en la cama con un osito de peluche que le regaló su padre hace años y que no había vuelto a coger desde su muerte.
—Mamá, antes de que digas nada —empieza a decir, con una madurez que me deja alucinada—, quiero pedirte perdón por lo mal que me he portado contigo.
—¿A qué ha venido este cambio, cariño?
—Hoy te he visto muy mal, mamá. Muy mal. Y no quiero que estés mal.
—Yo tampoco quiero que tú estés mal, April. Sabes que eres lo más importante que tengo, ¿verdad? —Asiente y me coge de la mano. Acaricio sus deditos, aún pequeños, aún infantiles y sonrío tratando de esconder las lágrimas porque sé que debe ser un momento bonito y feliz—. Hace tiempo que quiero hacer algo. Jugar a algo, por así decirlo. Me gustaría titularlo: Algo para recordar y es la historia de una joven llamada Jean de veintipocos años, que antes de saber que el padre de su hija era el hombre ideal, tuvo otras dos oportunidades que dejó escapar.
—Umm… ¿Me vas a contar tus amoríos, mamá? —ríe April.
—Bueno, si lo quieres llamar así… Me voy a inventar los nombres y al final, tú debes adivinar quién era papá. ¿Te parece? ¿Te gusta el juego?
Deseo que sí. Venga, universo. Estoy deseando que le guste, así que conspira y hazlo realidad.
—Me gusta mucho —responde, apretando el osito contra su pecho—. ¿Empezamos ya?
—O mañana, si quieres. —Empiezo a dudar. Yo, como todo ser humano, tengo defectos y es algo que aún no quisiera mostrarle a mi hija.
—No, mejor hoy. Mañana nunca se sabe, mamá.
—Muy bien… Érase una vez…
—¡Mamá! —me interrumpe—. No tengo tres años, haz el favor de contar bien las historias. Como si hablaras con una adulta.
—Pero tú no eres una adulta —rio yo, incómoda.
—Pues como si fuera una pre-adolescente, ¿vale? Nada de “érase una vez” ni cuentos infantiles. Quiero saber cómo conociste a papá. Quiero saber que sé adivinar quién era y que elegiste bien.
«… y que elegiste bien», ha dicho.
«Sí, elegí al mejor», pienso.
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Editado: 11.10.2024