¡Mierda! ¡Mierda! ¡Y mil veces mierda! ¿Cómo me habría encontrado? Solo había salido a comprarme una hamburguesa.
—¡Espera, Grace, solo quiero hablar!
Giré por otro callejón intentando darle esquinazo. No funcionó, pude distinguir sus pasos detrás de los míos. No me quedó más remedio que responderle. Gritarle una vez más algo que ya le había repetido mil veces.
—¡Yo no quiero hablar, Sean! ¡Vuelve a casa y olvídame! —grité sin girarme, caminando a paso apresurado.
—¡No me iré hasta que hablemos! ¡No me pidas que vuelva a casa! —Debió de darse cuenta de que su plan de gritarme hasta que decidiera prestarle atención no funcionaría, porque lo que dijo a continuación fue en un tono moderado, sereno y relajado—Tú eres mi hogar, cariño. No tengo a donde ir sin ti, te necesito.
Le ignoré. No caería en su juego. Era lo que había estado haciendo desde que rompimos, primero gritaba y luego intentaba ablandarme con algo que probablemente, si siguiéramos saliendo, habría logrado su cometido: tenerme a sus pies. Pero ya habían pasado casi tres meses, no iba a volver, jamás volvería.
Tomé otra dirección y terminé en una de las calles principales. Quizás entre el gentío podría lograr deshacerme de él, aunque por las horas, no había tanta como me habría gustado. Aún y todo, necesitaba un plan B. Por el momento no podía irme a casa hasta estar segura de que no me seguía. Sean no debía enterarse por ningún medio de cual era mi nueva dirección. Yo misma me había encargado de casi desaparecer para él y si no fuera por ese casi, ahora mismo no estaría persiguiendome.
Vamos, Grace, piensa rápido, tienes que librarte de él.
Me dije a mi misma al darme cuenta de que Sean estaba justo detrás de mí. Acababa de intentar agarrar mi muñeca. De un tirón me solté y comencé a caminar aún más rápido, casi corriendo. Miré a mi alrededor. A lo lejos pude ver a una cara que me sonaba de algo. Era un hombre que sacaba a un perro. Cuando se giró pude reconocerle, ¡joder, acababa de encontrar a mí plan B! Era el vecino del ¿cuarto? ¿el tercero, quizás? Tampoco importaba, estaba completamente segura de que era un vecino. Un día me había preguntado si tenía alergia a los perros, después de verme huir del suyo. No, solo me daban miedo. Ignoré al Golden Retriever que corría buscando un palo que su dueño acababa de lanzarle.
Hora de poner en marcha mi plan B.
Antes de que Sean pudiera hacer otro intento por detenerme eché a correr hacia el chico. Me lancé sobre él dándole un efusivo abrazo. Él no me lo devolvió, tampoco esperaba que lo hiciera.
—Sígueme el rollo, ¿vale? Necesito que me hagas ese favor —susurré en su oído, haciendo que el abrazo durara un poco más de la cuenta. Me solté de él y continué con mi actuación, observando por el rabillo del ojo todos los movimientos de Sean, que nos observaba desconcertado.
—¡Hola, cariño! —dije bastante más alto de la cuenta. Todo formaba parte del plan, quería que Sean me escuchase, tal vez de esa forma le quedara claro que no quería volver a verle en mi vida. Que había pasado página. No se movió, solamente contemplaba cada uno de los movimientos que hacía— Gracias por esperarme.
Agarré la mano del chico. Era el paripé de la parejita feliz. Me esforcé todo lo que pude en no retroceder cuando el perro se acercó, con el palo en la boca. Ni cuando comenzó a olfatearme. Por suerte no tardó en volver a marcharse, haciendo cabriolas, de nuevo a por el palo. Fingí mirar al perro, buscando con la mirada a Sean por toda la calle. Le había perdido de vista. Observé con detenimiento toda la calle. Se había volatilizado, ya no estaba en ninguna parte.
Sonreí, había logrado que se marchara.
—Gracias, por todo, vecino —agradecí al chico que vivía en mi mismo edificio, pensando en despedirme de él. Tuve que rectificar antes de dejarle ir. Sean podría estar en cualquier parte, esperando a que me separara de mi “novio”. Estaba segura de que no nos seguiría si veía que nos marchabamos juntos. Sería demasiado arriesgado para él, era un cobarde—. ¿Puedes hacerme un último favor? ¿Vas ya a casa? —asintió con la cabeza— Perfecto, ¿te importa que vaya contigo, vecino?
Ató al perro con la correa y se giró para hablarme.
—Puedes venir, de todas formas tomaríamos el mismo camino Y por cierto, me llamo Sam.
—Encantada, Sam, yo soy Grace, del 2.A.
—4.A, lo mismo digo.
Comenzó a caminar. Yo fui detrás de él, no pensaba acercarme a ese perro más de los necesario. Me tomé la confianza para darle una ojeada a sus rasgos, al menos lo que era capaz de ver desde mi posición. Tenía el pelo negro, negrísimo, era delgado y muy alto, además de unas piernas kilométricas, que le hacían dar una enormes zancadas.
—No quiero ser entrometido, no es asunto mío, ¿pero puedo preguntar por qué acabas de fingir ser mi novia?
Esperaba esa pregunta. Yo la habría hecho antes de las presentaciones de haber estado en su lugar.
—Podríamos decir que mi ex no se tomó demasiado bien la ruptura.
Esa era la forma abreviada de contarlo. Había una mucho más extensa, que comenzaba por el principio, y duraba años, pero no pensaba contársela, era privado.
—¿Rompiste tú o él?
—Según, ¿consideras que rompe a la persona que dice “Quiero romper contigo”?
Yo no rompí, ante todo quiero aclarar eso. No fue culpa mía que rompieramos.
—No lo sé, ¿a ti qué te parece?
—Yo le dejé, pero fue su culpa que eso ocurriera. Él me puso los cuernos.
Coloqué mis manos tras mi cabeza e hice unos cuernos falsos con mis dedos.
Hace dos meses no te hubieras atrevido a bromear de eso.
Pensé. Era totalmente cierto, había llevado la ruptura fatal durante el primer mes, mi mejor amiga había tenido que secuestrarme y retenerme contra mi propia voluntad para que no fuera a Sean rogándole volver. Esa idea me heló la sangre, en ese momento podría estar saliendo de nuevo con él. Fui demasiado ciega e inocente para creerle. Debía darle las gracias a Darcy, por arrastrarme, aguantarme y dejarme usarla de pañuelo.
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Editado: 09.04.2022