—Oye, oye, ¿a dónde vamos, chica? —Aiden seguía corriendo, tomado de la muñeca.
—¿Cómo que "chica"? ¿Es una broma? Te acabo de decir mi nombre hace cinco minutos —refunfuñó Fleta, girando los ojos—. A todo esto, no me dijiste el tuyo.
Ante la sutil petición, Aiden frenó en seco, deteniendo también a su guía. En su mirada se podía notar un dejo de tristeza, casi como si no quisiera revelar ese mísero detalle sobre él.
—Ya debes saberlo —se limitó a decir, frotándose el brazo con su mano contraria.
—Un momento... —Fleta se acercó a él. Examinó la cara del que posiblemente le había salvado la vida. Al darse cuenta de con quién estaba, abrió los ojos de par en par—. ¡No puede ser! ¡Oh, Dios mío! ¡No puede...! ¡¿Tú?!
La tristeza en los ojos de Aiden parecía inmutable, sin embargo, Fleta no se iba a rendir. No sabiendo de quién se trataba.
—Tiene que ser una broma —rio, nerviosa—. ¿Eres Aiden Edric? ¿¿El hijo del líder de la multinacional más influyente de la isla??
—Sí... —murmuró, con los ojos apuntando al suelo y el alma en el piso. La incomodidad de esa pregunta lo forzó a morderse el labio inferior.
—¡No lo creo! —Amistosa, le dio un empujón en el hombro—. Pero, si eres el hijo del riquísimo Amos Edric, ¿qué demonios haces aquí? ¿Y el tipo de antes que te vino a buscar era entonces tu mayordomo? ¿De verdad se llama Alfred? —Fleta tenía tantas dudas que no podía sacarlas toda de su boca. Apenas hacía una, dos más se le formulaban.
Con la última pregunta, Aiden soltó una risa.
—No... ¡Mira si se va a llamar Alfred en serio! Su nombre es Obie. Y respecto a lo demás, adivinaste. Lamento decirlo, pero soy hijo del enfermamente rico Amos Edric.
No tardó mucho el rostro de Fleta en tensarse. Sus puños se apretaron. Tanta gente viviendo en la calle, muchos por culpa del señor Edric, y aquel niño malcriado jugando al vagabundo en un callejón cualquiera.
—Mejor vete a tu casa y deja de burlarte de nosotros —sugirió, con cierto desdén.
—¿Eh? —Aiden estaba confundido. ¿Por qué aquella chica había pasado de la sorpresa al fastidio en tan poco tiempo?—. ¿De qué me hablas? Nunca me burlé de nadie, y esta es mi casa.
—¡Y una mierda!
Se produjo un momento de silencio más que incómodo, solo roto por el sonido del viento.
—¡No solo tienes un hogar, sino un padre al que no le falta ni una pizca de dinero! ¡¿Por qué, si no tienes problema alguno, escapas de tu hogar?! No te haces ni la más mínima idea de lo que todos los que en serio viven en la calle darían por estar aunque sea cinco minutos en tu pellejo.
—¡Y una mierda tú! —replicó él—. ¿Qué clase de razonamiento es ese? Dinero no es igual a felicidad. Sí, tal vez tenga un padre, pero eso es solo por culpa de haber nacido. Si hubiera sabido que él iba a serlo, hubiera preferido morir antes de conocer la luz del mundo.
>>No guardo ningún tipo de recelo o asco hacia la gente que vive en la calle. Es más, yo soy uno de esos. Mi único odio se dirige exclusivamente hacia el tipo al que estoy forzado a decirle "padre" o "señor".
>>Toda vida la sentí asquerosa bajo su tutela. No había mérito en nada. Me enseñaba cosas malas y quería que creyera que era mejor que el resto. Me separó incluso de mis amigos de la infancia por ponerme en conjunto con los hijos ñoños de otros colegas suyos.
>>Oye, Fleta. No me conoces en nada. Ahórrate suponer que mi vida está arreglada solo porque a mi padre le sobran billetes.
Dicho eso, se dispuso a alejarse. Le temblaba un poco el cuerpo, y su esfuerzo por frenar el temblor no hacía sino lo contrario.
Toda palabra que salió de su boca era cierta. Excepto los últimos dos meses, desde que se escapó de su casa, la vida le había resultado aburrida y desagradable.
<<¡"Heredero de la compañía" mis huevos!>>. Apretó los dientes. <<A mí no me interesa eso. Yo solo quiero...>>.
—¡Espera!
La voz arrepentida de Fleta cortó con su deseoso pensamiento, haciendo que el chico se volteara.
—Lo lamento... De toda la gente con la que me podía topar no me imaginé que terminaría hablando con el hijo del Tiburón Empresarial. Supongo que me dejé llevar y dije cosas que no debería haber dicho.
Pero eso no detuvo la caminata de Aiden, quien se limitó a encogerse de hombros mientras se iba de ahí.
—Está bien. De todas formas, de no ser por Obie no te hubieras enterado. Sin rencores.
—¡Todavía te debo ese helado!
Antes de poner un pie fuera del callejón, el sorprendido Aiden frenó en seco y sonrió con seguridad.