Urban Dream, Vol. 1: El sueño de una ciudad

Arco Del Hogar De Fleta. Capítulo 10

El "refugio", o la casa de Fleta, quedaba en la parte más baja de los barrios bajos. Aquella zona olía a muerte para la mayoría de turistas o residentes de otras zonas. Entrar ahí, a aquel lugar donde la policía casi ni tenía jurisdicción, sin ser conocido de nadie, podía significar pasar un muy mal rato.

En donde Aiden se alojaba hasta hacía unas horas parecía una zona residencial, en comparación con este lugar.

Cabe destacar, sin embargo, que se trataba de un espacio bastante pequeño, de aproximadamente treinta kilómetros cuadrados.

La primera vez que Aiden entró, acompañado por Fleta tras haber comprado el medicamento, fue a comienzos del crepúsculo. El pobre novato en el mundo callejero no pudo evitar sentir cierto escalofrío al ver a varias personas de aspecto intimidante con sus ojos clavados en él.

—Deja de actuar como una niñita —le susurró Fleta cuando notó la expresión en Aiden—, o cuando te vean solo...

Era mentira. En realidad, la gente de ahí se conocía muy bien y se cuidaban entre ellos. Por ver a ese muchacho siguiendo a Fleta, la mayoría de los vecinos sabría que se trataba de un amigo, más que de un enemigo.

De todas formas, Aiden no se dio cuenta de este engaño, así que, apenas Fleta le informó sobre la flaqueza en su carácter, cambió la cara y se mostró serio.

<<¡Ja!>>, se burló ella para sus adentros. <<Soy la reina de las mentiras piadosas. Me tendrían que dar un premio por ello>>.

—Muy bien —dijo Fleta al llegar—. Aquí es.

El lugar señalado era un edificio de tres pisos rojo con la pintura en mal estado. Varias de sus ventanas estaban rotas y algunas ni siquiera tenían vidrios. En la entrada, había un tipo durmiendo que impedía el paso.

Con suavidad, Fleta lo despertó zarandeándolo con el pie.

Sin emitir palabra, el vagabundo se levantó y se fue a buscar otro lugar donde dormir. Aiden quedó sorprendido por la actitud flemática del sujeto.

La muchacha abrió la puerta del edificio y dejó que él pasara primero. Aiden, discreto, no pudo evitar notar que su hospedante no tenía llaves.

<<¿Tanta es la confianza que se tienen entre ellos que no las usan? Wow... genial...>>.

Subieron al último piso y Fleta, con la mano en la perilla de su puerta, observó a Aiden a los ojos, seria.

—Antes de que entres —susurró para que solo él oyera—, quiero que sepas lo siguiente: vivo sola con mi padre. Él está un poco enfermo, y por eso necesito la medicina, aunque sé que su enfermedad no es contagiosa, así que tampoco te asustes. No se te va a pegar ni nada.

—¡Tchk! —Soltó una risa en voz baja—. Eso a mí no me importa en lo absoluto.

Fleta sonrió con confianza y abrió la puerta.

—Bien, siéntete como en tu hogar.

A pesar de las altruistas intenciones de Fleta y de la calidez que se sentía en ese lugar, su casa, estéticamente, dejaba mucho que desear. Aunque era uno de los departamentos que tenía las ventanas en buen estado, faltaban muchas cosas. El sofá, por ejemplo, estaba agujereado; las paredes, algunas deterioradas por la humedad; la luces no funcionaban.

Fuera de todos esos detalles, Aiden no tuvo problemas en sentirse cómodo. Mientras él dejaba su mochila en el sofá, Fleta fue a avisar a su padre acerca de Aiden.

—¿Huh? ¿Qué es esto? —De la mesa modular, tomó la única foto que allí había. Parecía una familiar, con un hombre de aspecto débil, su mujer y su hija pequeña posando. Tras unos segundos de estudiarla, Aiden comprendió que aquella niña se trataba de Fleta. Por deducción, supuso que la mujer era su madre y el hombre, su padre.

Se quedó tan absorto en sus pensamientos, que no notó cuando Fleta, acompañada por el mismo hombre de la foto, entró en la sala de estar. Casi pegando un brinco por el susto, devolvió la fotografía a donde estaba y se disculpó por haber sido metiche.

El padre de Fleta se mantenía en pie con la ayuda de un bastón. No era viejo, pero parecía que su enfermedad lo había dejado bastante maltrecho. Dejando de lado su vestimenta humilde y deteriorada, su aspecto físico se veía mucho peor que hacía unos cuantos años. Sin embargo, parecía que ese hombre no se rendía ante su malestar. Lo delataba la sonrisa de sus labios.

—Fleta me contó a las apuradas lo que te pasó. —Su voz sonaba amena y tranquila, casi como si fuera un suspiro del viento—. Tal vez no sea un hotel cinco estrellas, pero bienvenido a nuestro hogar.



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En el texto hay: adolescentes, emociones, original

Editado: 13.08.2025

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