Urban Dream, Vol. 1: El sueño de una ciudad

Arco Del Hogar De Fleta. Capítulo 12

—Ya veo —comentó el padre de Fleta, tras haber oído la historia completa de Aiden de su propia boca—. Lamento mucho oír eso, muchacho.

Aiden percibió que el hombre, a pesar de su condición económica y de salud, era honesto. Antes de entrar al hogar, le daba miedo saber cuál sería la reacción del sujeto. Si bien él consideraba a Fleta alguien agradable y, dentro de todo, confiable, no conocía en absoluto a su papá. <<¿Y si, sabiendo quién soy, decide entregarme?>>. Esa pregunta le había carcomido la cabeza durante todo el recorrido. Ahora, por suerte, tenía la respuesta.

—Siendo así, siéntete como uno más —invitó él, cerrando los ojos mientras sonreía.

—Pero no te creas que te traje para que vivas gratis, eh —reprochó Fleta, en tono mandón, picándole la sien izquierda con el dedo índice—. Tendrás que ayudar con las tareas de la casa.

—Fleta... —retó el padre.

—No —interrumpió Aiden, agachando la cabeza, decidido—. De hecho, así lo prefiero. —Levantó la cabeza e hizo un ademán de estar preparado con el brazo—. La vida que hace dos meses tenía era fatal. Me trataban como si fuera un inútil. Como si no pudiera hacer nada por mi propia cuenta. Me muero de ganas por ayudar en lo que me pidan. ¡Por favor, señor, déjeme ayudar!

El sujeto lo miró con seriedad y mantuvieron el contacto visual, ambos sobrios, por más de un minuto. Luego, miró a su hija y comenzó a reír. Seguida de las risas vino la tos, y con eso, la preocupación de Fleta, quien corrió a asistir a su padre.

—¿Señor? ¡Por favor! —se burló él—. Llámame...

—¡Ah, papá! —interrumpió Fleta, apropósito, riendo nerviosamente—. ¡Me olvidaba! ¡Tengo tu medicina! —Le entregó la bolsa que compró en la farmacia del hospital—. Esto debería bastar para un mes.

Su padre se puso de pie, ayudado por el bastón y se acercó a su hija con expresión de tristeza.

—No tenemos dinero para comprar esto.

La muchacha corrió la vista hacia un costado. Sabía que estaba por ser regañada (de nuevo), pero eso no le importaba con tal de preservar la vida del hombre que la cuidó y dio todo por ella cuando no tenían nada.

—Otra vez lo hiciste, ¿verdad?

Fleta no respondió.

—¿Robaste? ¿Cuántas veces te dije que no quería que hicieras eso? —A pesar de la situación, el tono de voz resultaba extrañamente suave. Más lleno de preocupación que de enojo. Era totalmente distinto a los reproches a los que Aiden se tenía que enfrentar cuando trataba con su padre—. No solo no es honorable en lo absoluto, sino que, ¿qué pasaría contigo si te atrapa la policía? ¿O si te atrapa a quien robaste? ¿Eh?

Claro que ella no iba a decirle que ambas situaciones estuvieron a punto de suceder en un solo día.

—No quiero ese futuro para ti, Fleta. —Miró la medicina que tenía en la mano con cierta tristeza, maldiciéndose por, indirectamente, estar forzando a su hija a cometer estos delitos.

La adolescente se había cansado de oír a su padre diciendo siempre lo mismo, negándose a aceptar la ayuda que siempre le ofrecía. Sabía que no lo hacía por desprecio y que sus intenciones eran buenas, pero aun así no pudo evitar apretar los puños y morderse el labio inferior.

—¡A mí no me importa ninguna de esas mierdas! —bramó, furiosa—. ¡Iré hasta el infierno si eso hace falta para ayudar a sanarte! ¡Si tengo que incluso robarle a Roldán, lo haré sin titubear! —Se señaló a sí misma y, sin decir más, se retiró a su habitación, dando pisadas monstruosas y cerrando la puerta con un fuerte estruendo.

El señor se quedó boquiabierto, con los ojos en blanco y casi temblando ante la reacción de su hija. No podía creer haber oído ese nombre y esa determinación. Se quedó en la misma posición durante un rato largo.

<<Demonios...>>, se lamentó Aiden, sudando. <<Qué situación más incómoda acabo de presenciar... ¿Y ahora que se supone que deba hacer? ¿Me quedo sentado en el sofá? ¿Voy a hablar con Fleta? Hombre...>>

—Aiden —llamó el padre de Fleta, recobrando su aspecto sereno y relajado—, ya que tienes ganas de participar en las tareas de la casa, ¿te gustaría ayudarme a preparar la cena?

El joven se quedó parpadeando hasta que su cerebro hizo clic. Corrió hacia él y fue guiado hasta la cocina.

Aiden descubrió que la cocina era el lugar más pulcro de la casa apenas entró en ella. Contrario a lo que él, sin querer, había imaginado, la mesada brillaba por su limpieza. La heladera, aunque pequeña, guardaba unas cuantas verduras y el refrigerador un poco de carne.

La verdad era que, de ser por el bolsillo de Fleta o de su padre, nada de lo que Aiden veía estaría ahí en la heladera. Toda esos alimentos eran donaciones de vecinos y conocidos, los cuales, si bien también vivían en la pobreza, se valían de pequeñas ganancias generadas por trabajos pequeños y mal pagados.

El papá de Fleta era un hombre enfermo y querido por todos en la zona. Trataba bien a todo el mundo y no juzgaba a nadie por su apariencia o pasado, el mismo Aiden podía certificarlo.

—¿Q-qué vamos a comer? —preguntó el joven, con vergüenza.

—No necesitas ser tan formal —rio el otro—. Tranquilo, estás en tu casa ahora. Mira. —Señaló con el dedo a la alacena—. Ahí tenemos unos fideos. Y, ya que esta es una ocasión especial, podemos preparar un poco de salsa, ¿qué dices? —Le guiñó el ojo.



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En el texto hay: adolescentes, emociones, original

Editado: 13.08.2025

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