Como siempre, el reloj de Amos Edric marcaba las 00:00 cuando regresó a casa del trabajo. En su estructurada y recta vida, dedicaba bastante tiempo a la compañía y nada de ello al vicio o actividades de ocio. Misma filosofía que trataba de aplicar en sus trabajadores o, como él los consideraba, sus peones innominados.
Debido a su exceso de trabajo para mantener a las Industrias Edric, volvía a su lujosa casa a un horario poco adecuado. Sin embargo, lejos de ser malo para su salud, trabajar tanto en la compañía que creó desde los cimientos lo llenaba de vida y energía.
Sin decir una sola palabra, salió del auto y dejó que Obie, el mayordomo, estacionara, todo tal como dictaba la rutina habitual a la que estaba apegado.
Como estaba programado, sus chefs personales los esperaban con un plato caliente recién cocinado. Los chefs tenían la orden de comenzar a cocinar exactamente a las 23:35. Aun así, si el jefe quería un platillo especial entretanto, los llamaba y estos desechaban el alimento hecho.
—Puedes irte —le dijo, tosco, al mozo que le sirvió la cena en la ancha mesa con mantel púrpura con retoques dorados.
La habitación en la que el magnate cenaba era el doble de amplia que la mesa, que ya era decir bastante.
Desde que su esposa murió hacía varios años y su hijo se fue, se acostumbró a comer solo. Y no tardó en hacerlo. Le parecía incómoda, por no decir desagradable, la idea de que otra persona lo viera comer. No iba con la apariencia que estaba intentando crear. Asimismo, tampoco le gustaba que lo vieran dormir.
El señor Edric miraba las estrellas a través de las gigantescas ventanas. Masticaba junto con la comida una idea que se le había ocurrido desde hacía tiempo. Más exactamente desde hacía tres meses.
—Aiden, ven aquí, hijo —ordenó, estando junto a las mismas ventanas, aquel día.
—¿Qué sucede, señor? —Por mandato de su padre, era obligado a dirigirse así a él, como un esbirro más suyo. Eso no evitaba, sin embargo, que cada palabra dirigida a él, por más dulce o educada que fuera, viniera cargada de un odio terrible.
—Mira lo que yo estoy viendo, Aiden —mandó, soberbio y elegante.
El muchacho, entonces, dirigió sus ojos hacia las ventanas.
—¿El atardecer? —No. No podía ser eso. Su padre nunca se fijaría en algo tan lindo e inspirador como el ocaso. Debía haber algo más. Lo confirmó cuando él negó con la cabeza.
Se veía decepcionado.
—Como siempre, has fallado mis pruebas. —En sus adentros, el Tiburón Empresarial temía que el hijo que había procreado con su mujer no fuera digno del asiento de oro con título de director ejecutivo.
<<¡Tchk! ¡Como si eso me importara!>>.
—Lo lamento, señor. ¿Qué era lo que debí haber visto?
Otra vez, Amos negó con la cabeza.
—No lo entenderías. No aún. Pero ya lo harás. Verás, tú estás destinado a gobernar mi empresa en el futuro. Industrias Edric será tuya cuando yo me ponga, tal como se pone ahora el sol. ¿Lo entiendes? El sol se pondrá, y se hará de noche. No obstante, el amanecer va a llegar. Y tú vas a ser ese amanecer que continúe mi legado. No quiero a nadie más. Si bien tú aún no estás listo, pronto lo estarás. Después de la boda, estoy seguro que lo estarás...
—¿La boda... dijo? —Inclinó la cabeza, confundido. Era la primera vez que escuchaba algo sobre el tema.
Craso error. No era conveniente interrumpir a alguien tan ominoso como el señor Edric.
Sin decir una sola palabra, le dedicó una mirada tan cruda e intimidante, tan elegante y tan soberbia, que dejó afligido al adolescente.
Cuando Aiden entendió su error, Amos prosiguió.
—En todo lo que he dicho de momento, ¿no crees que hay algo que falta por definir en mi metáfora?
—Usted es el sol poniente... yo, el amanecer de un nuevo día... ¿La noche? La noche... —repitió, meditabundo—, ¿qué es la noche, señor?
—En efecto, joven. Nos falta definir la noche. Por lógica, es el periodo de tiempo entre la puesta de sol y el alba. Desafortunadamente, la lógica no aplica en la metáfora. Así que debe ser otra cosa. Aquí, "noche" es sinónimo de "oscuridad". Una oscuridad que puede durar, unos días, o unos meses, o unos años. Tú vas a gobernar mi empresa cuando yo me ponga, Aiden. Y tu obligación es que la oscuridad que separa al ocaso del alba sea ínfima. Casi, efímera. Yo te ayudaré, porque no sabes hacerlo solo. Tu futuro suegro también te ayudará, pero no dejes que él se acerque demasiado a nuestros asuntos.
<<Otra vez el tema de la boda...>>.
—¿A qué se refiere con "suegro"? ¿Qué es eso de "la boda"?
El magnate le dedicó la misma mirada que la otra vez. Aun con esas, Aiden continuó.
—Que yo sepa, no he decidido casarme aún. —A diferencia de su padre, sus ojos eran más fieros que soberbios.
Amos dio dos pasos hacia él, sin llegar a dar un tercero. Cualquiera presente podría notar que en esos ojos fríos no había amor.
—Es cierto —reconoció, con una sonrisa que era de todo menos tranquilizante—. Aún no lo sabes. Hace pocos días, concreté una boda entre tú y la hija de un millonario empresario. Su casamiento será la unión entre estas dos empresas, tal y como en el pasado, el casamiento de dos príncipes significaba la unión de dos reinos.