<<Ya era hora de que nos chocáramos>>, celebró Bincy, casi sin poder creer su suerte.
Bincy estuvo esperando este momento, por lo que al él le parecieron años. Sentía como si toda su vida hubiera pasado solo para que pudiera toparse con Aiden Edric.
Todo en lo que competía le resultaba aburrido porque ganar era pan comido. No había una sola lucha que le hubiese parecido divertida porque nadie pudo aguantar contra él y terminaban rindiéndose o perdiendo casi al comienzo de la competición.
Pero el caso del hijo fugado del empresario era otra cosa. Bincy nunca había oído hablar antes de un muchacho que se escapara de casa y lograra mantenerse vivo por dos meses sin otra cosa que su ingenio.
De solo imaginarse a sí mismo peleando con él, su cuerpo se llenaba de emoción y adrenalina.
—¡¿Cómo?! —exclamó el pequeño que lo acompañaba—. ¡¿Eres un Edric?!
—Debbie, parece que el niño no estaba enterado del nombre de mi presa —le comentó, asintiendo con la cabeza lentamente.
—Tienes razón, Bin —respondió ella, con voz dulce y tierna—. Y mira, Aiden está sujetando algo con su brazo.
—¿Qué es?
—Creo que… —Entornó los ojos—. ¡Ay, Dios! Creo que es un perrito, y está lastimado.
—¡Eh, Aiden! ¡Peleemos! —propuso Bincy, con sed de batalla.
—¿Pelear… dices? No tengo tiempo para eso ahora, mocoso.
—Bin, amor, creo que tal vez deberíamos dejarlos ir, por el perrito…
—¡Ese perro me importa una mierda! Debbie, dame uno de los palos, ahora.
—¡Sí! —aceptó ella, agachando la cabeza para complacer las órdenes del amor de su vida y futuro esposo.
En el camino, habían encontrado dos palos gruesos casi tan largos como una espada promedio. Bincy hizo que Debbie los cargara en su mochila, por si se llegaban a encontrar con el fugitivo.
Con el palo en mano, Bincy señaló a Aiden y lo desafió.
—¡Aiden Edric, escúchame! ¡Yo, Bincy Walker, quiero pelear contigo! ¡Las razones me las reservo (te lo diré solo si me ganas)! ¡Tu recompensa me importa un pepino! ¡Solo quiero ver qué tan hábil eres! ¡Debbie!
—¡Ahí va! ¡Atrápalo, Aiden! —Entusiasmada y casi habiendo olvidado al perro, le arrojó a Aiden el otro palo.
Este lo agarró con su mano libre, sin embargo, no estaba dispuesto a perder el tiempo ante la emergencia en la que estaba.
—Escúchame tú —dijo el fugitivo—. No sé quién eres, ni por qué te tiras eso de que quieres luchar conmigo si ni me conoces. No me molestaría aceptar, pero ahora tengo una emergencia, así que, si me disculpas…
Ni Debbie ni Bincy se movieron un centímetro de su posición, impidiendo que Aiden avanzara.
La mirada en los ojos de Bincy fue lo suficientemente clara como para que Aiden entendiera cuál era la única forma de avanzar.
—¡Tchk! —se quejó el fugitivo—. Si te gano, ¿me dejarás ir a que cure al perro?
—Me da igual —respondió Bincy—. Pelea conmigo. Cuando terminemos, haz lo que quieras.
—¡Perdón! —se disculpó Debbie, por las molestias que el amor de su vida le estaba causando a Aiden.
—Está bien, acepto tu reto. —Frunció el ceño.
Se acercó hasta Liam, que estaba temblando. El chico se veía pálido.
—¿Eres un Edric? ¿De verdad eres tan rico? —Incrédulo, dejó que sus ojos se abrieran tanto como pudieran.
Agachándose, le devolvió al perro. Esta vez, su mirada era seria, lejana a las sonrisas tranquilizadoras que hasta ahora le había dedicado al pequeño.
—Cuídalo. Terminaré con esto en breve.
Al oír aquello, Bincy sonrió.
—Ahora, aléjate un poco, por favor —pidió a Liam, quien obedeció sin decir palabra.
—¡Debbie, tú también! —ordenó Bin, saboreando lo que estaba por suceder.
Aiden examinó el palo que Debbie la había dado con curiosidad. Era del mismo tamaño y grosor que el que tenía Bincy. Parecía que el sediento preadolescente se había esforzado en crear una batalla justa.
—Todavía no entiendo qué quieres que hagamos. Ah, por cierto, ¿cuál era tu nombre?
—¡No te distraigas!
Sin que Aiden lo hubiera visto, Bincy saltó hacia él con intención de atacar. Empuñó bien su “espada” de madera y la ondeó en dirección a su pecho.
Aiden se pudo defender nada más porque sus brazos se movieron solos. Cuando se dio cuenta de la situación, empujó a Bincy de una patada para crear un poco de distancia.
El fugitivo aprovechó este momento para ponerse en guardia. Ya no lo agarraría por sorpresa de nuevo.
—Bincy, ¿verdad?
—¡Nada mal! —felicitó él, eufórico—. Pocos logran detener mi ataque sorpresa.
—Sí, bueno, vayamos apurando esto. —Apretó su arma con fuerza.
—¡Aquí voy!
Bincy repitió el mismo ataque, pero con más fuerza. Esta vez, Aiden supo leer su movimiento y bloqueó con gracia. Entre el choque de las espadas, se movió hacia la izquierda y golpeó de arriba abajo, apuntando al hombro de Bincy. El retador se defendió sin mostrar sorpresa, como si se hubiera esperado eso.