El sol terminó de esconderse en el horizonte y el cielo comenzó a teñirse de un rojo violáceo que indicaba que el anochecer llegaría en cualquier momento.
Dentro de nada serían las 20:00 y la tienda de Melvin cerraría por hoy.
<<¡Diablos! Me siento fatal por Fleta. Ojalá no la rechacen por mi culpa...>>.
La clínica veterinaria ya estaba a la vista de ambos. Por suerte, el perro aún no había muerto. Seguía respirando.
<<Si puedo convencer al señor Melvin de que la culpa fue solo mía y no se desquite con Fleta, me daré por satisfecho. ¡Es lo único que pido! Solo espero poder encontrármelo cuando vuelva>>.
En lo que restó del recorrido, el niño no dijo ni una sola palabra. Parecía consternado. Aiden supuso que debía estar asustado por el perro. Era lógico, después de todo el tiempo perdido con ese extraño niño llamado Bincy.
Llegaron a la veterinaria y abrieron las puertas de par en par.
—¡Necesitamos salvarle la vida a este perro, ya! —apuró Aiden, furioso consigo mismo. Se había tardado demasiado en llegar.
La recepcionista, asustada por el sobresalto, ignoró a los demás clientes que estaban en la fila y le trajo a un veterinario.
—¡Dios santo! —exclamó él—. ¡¿Pero qué le pasó a este animal?!
—Fue mi culpa —susurró Liam, con timidez—. Unos niños lo apalearon a él y a su madre. Si hubiera intervenido, tal vez ella estaría viva y él a salvo. Perdón…
El veterinario, viéndolo a través de sus redondas gafas, se dio cuenta de que fue un poco duro en su forma de hablar, así que lo tranquilizó palmeando su cabeza.
—Hay que tratarlo quirúrgicamente —les dijo, en tono serio—. No puedo garantizarles que sobreviva. Si entra al quirófano de inmediato, quizá tenga una chance.
—¡Lo que sea, solo sálvelo! —suplicó Aiden—. ¡Todo lo demás es secundario!
El doctor hizo una mueca de disgusto. Odiaba tener que decir lo que iba a decir, pero era una pregunta que forzosamente debía hacer.
—Por desgracia, eso no es tan simple. Verán, por lo que me contaron, este parece ser un perro callejero. Es decir, sin dueño. Si ese es el caso, yo le salvaría la vida para devolverlo a la miseria a la que se enfrenta todos los días en la calle. Nada garantizaría su seguridad después de la operación…
—¡Si es eso, entonces yo prometo que cuidaré de él aunque me cueste la vida! —juró Liam, con el ceño fruncido—. ¡Haré lo que tenga que hacer para salvar a ese perro, señor! ¡Por favor, haga usted lo mismo!
Dicho eso, el veterinario sonrió, esperando que saliera una respuesta como esa. Le sorprendió, sin embargo, la rapidez de la misma. No esperaba que no titubeara ni un poco.
El veterinario se acomodó los anteojos, se puso unos guantes, y mandó a que llevaran al perrito al quirófano sin perder más tiempo.
—Esperen aquí, por favor —les dijo antes de irse—. La operación no debería tomar más de una hora.
Cerró las puertas del quirófano, y a partir de ese punto, el destino de la vida del animal quedó en manos del doctor.
Por su parte, Aiden y Liam habían logrado su misión de traer al cachorro al veterinario sin que este perdiera la vida. Se sentaron a esperar, lo único que podían hacer de momento.
Según el reloj de la clínica, eran las 20:05. La tienda de Melvin acababa de cerrar. Aunque su dueño todavía debía seguir ahí, y probablemente Fleta también.
<<El veterinario dijo “en una hora”...>>.
—Liam —Se levantó de su asiento—, aguarda aquí un momento. Volveré para cuando termine la operación.
Se dispuso a irse, pero el niño lo detuvo.
—¡Espera!
Aiden volteó la cabeza, escuchándolo.
—¿Es cierto lo que dijo ese chico que peleó contigo? ¿Eres un…?
—No —interrumpió él, negando con la cabeza—. Ya no lo soy. Dejé esa vida hace mucho —hizo una pausa larga, lamentándose—. Lo siento, niño. Si siguiera siendo esa persona, tal vez podría haberle dado un mejor tratamiento.
Liam giró su cabeza de un lado a otro, con una sonrisa.
—No, creo que ya me ayudaste bastante. Fuiste la única persona que me escuchó y, gracias a eso, el perro va a sobrevivir. Yo sé que sí.
No supo qué decir. Esperaba cierto recelo en la actitud del infante.
—Nos vemos en una hora, Liam.
<<Si voy corriendo, llegaré en diez minutos>>, calculó, serio. <<¡Apúrate, Aiden! ¡¡Apúrate!!>>.