Urban Dream, Vol. 1: El sueño de una ciudad

Arco De Los Trabajos Del Señor Melvin. Capítulo 23

Para cuando Aiden llegó a las 20:15 a la tienda de Melvin, las luces todavía seguían prendidas, y la puerta, abierta.

Sin detenerse en absoluto, Aiden atravesó la puerta y llegó hasta la caja, en donde Fleta, Leah y el señor Melvin esperaban.

No le dio tiempo a reaccionar a nadie. Ni bien llegó a ellos, se puso de rodillas, con las manos en el piso y la cabeza agachada y tragó saliva.

—¡Se los ruego, discúlpenme!

Melvin se preparó para hablar, pero Aiden le ganó en velocidad. Aún no había terminado. No podía dejar que el dueño de la tienda diera su veredicto sin asegurarse de que el futuro de Fleta fuera dentro del negocio.

—¡La culpa fue solo mía! ¡Yo fui el que abandonó el local y Fleta, teniendo que hacerse responsable por mi negligencia como empleado, tuvo que hacerse cargo! ¡Sabía que ella no podía ayudarme en mi turno por la prueba, y aun así la forcé a hacerlo! ¡Pero fue todo culpa mía, no de ella! ¡Ella necesita este trabajo para ayudar a su padre, yo no, solo lo tomaba porque quería colaborar también!

>>Así que, nuevamente se lo suplico y lo seguiré suplicando hasta que me dé el sí, no despida a mi amiga, por favor…

Entre sus palabras, no pudo evitar dejar caer lágrimas de desesperación al imaginarse los futuros en los que Fleta fuera despedida debido a la acción tomada por Aiden.

A todo esto, Melvin observaba al arrepentido muchacho estando de brazos cruzados, apoyado en el mostrador.

—Hey, Aiden —llamó—. No te pongas así, hombre. Te ves fatal y eso no ayuda en nada al resultado de tu prueba. Aunque, ahora que lo pienso… no fue tan bueno. Como sea, ¿no te importa que no sepa por qué te fuiste o si tienes una excusa que te salve el puesto?

—¡Lo único que me importa es que Fleta no pague por mis pecados! —masculló, cerrando los ojos con tanta fuerza que creyó que jamás los volvería a poder abrir.

—Oye, oye. No deberías hablarle así a tu futuro jefe. Al menos dilo sin gritar.

Aiden abrió los ojos como platos.

—¿Cómo dijo?

—Que lo digas sin gritar.

—No, no. Antes de eso.

—Dije —repitió, llevando las manos a sus caderas— que no deberías hablarle así a tu futuro jefe.

—¡Pero yo…! —No lo entendía. ¿Jefe? Si había hecho todo mal. Dejó su puesto antes de tiempo y mandó a su compañera a trabajar por él. ¿Cómo podía eso ser premiado con un puesto de trabajo?

—Ah, ah —prohibió él, moviendo el dedo índice de un lado a otro—. Sin peros. Cuando te fuiste y dejaste a Fleta y a la tienda a su suerte, no supe muy bien cómo tomármelo. No obstante, hubo dos factores que me ayudaron a tomar la decisión.

>>Comenzaré por el final. Sabes, tu devoción a pedir clemencia solo por el trabajo de Fleta y no el tuyo me conmovió. Incluso negaste la posibilidad de contar tu historia para enfatizar en tu deseo de que no la despida.

>>El otro factor fue la historia en sí. Aiden, tú no eres el único con ganas de proteger a los demás.

En aquel instante, Fleta, en puntas de pie, intentó escabullirse de la escena.

—¡Fleta! —le llamó la atención Melvin.

Al oírse mencionada, la sonrojada chica no pudo hacer más que quedarse quieta y mirar hacia otro lado para evitar contactos visuales incómodos.

—Esta chica —Señaló a la adolescente—, me lo contó todo. Lo del niño y el perro. Estaría siendo un necio si perdiera la oportunidad de dar trabajo a alguien con un sentido del deber tan noble y bien armado. Tienes tus prioridades en orden muchacho, sin abandonar la humanidad que te define, y esa es una cualidad.

—Señor, debo insistir —dijo Aiden—, ¿a Fleta no le pasará nada por mi culpa? Aceptaré trabajar para usted solo si a ella la acepta. Yo sé que ella se desenvolvió de forma genial durante su turno y sin ayuda de nadie. Dejarla ir a Fleta también sería un desperdicio.

Melvin sonrió.

—Sí, lo sería. Y, respecto a ella, pasó todas las pruebas, así que no veo por qué no admitirla.

—¡Entonces acepto! ¡Será un placer trabajar para usted!

—¡Lo mismo digo yo! —exclamó Fleta, contenta de que, en el final, todo hubiera salido bien.

—Lo celebraremos después —aceptó Melvin, rodeando los hombros de ambos con sus brazos—. Ahora, Aiden, quiero que me cuentes más sobre lo que pasó con el perro.

El muchacho aprovechó para relatar todo, exceptuando el incidente con Bincy y Debbie. Por alguna razón, no tenía ganas de hablar sobre ese par de chicos tan extraños. Hasta lo que él sabía, ahora mismo el perro debía estar en el quirófano.

—Vaya, qué salvajada tan ruin —suspiró Leah, afectada—. Hay niños que pueden llegar a ser fatales. Esperemos que todo salga bien para el perrito y su futuro dueño.

—Ni modo, no perdamos más tiempo. Cerremos el local y vayamos juntos a ver al perrito y al niño —propuso Melvin.



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En el texto hay: adolescentes, emociones, original

Editado: 13.08.2025

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