Los pasos de Bincy eran apurados. Ya se había hecho de noche y dentro de poco su madre serviría la cena.
La verdad era que ninguna de esas dos razones eran la causa de su alto ritmo. Tenía la cabeza hecha un mar de emociones y no podía ordenar sus pensamientos.
—¡Camina más despacio, Bin! —suplicó Debbie, que daba saltitos y pasos apurados de tanto en tanto para alcanzarlo.
Pero Bincy no la escuchó. No era intencional. Su mente se hallaba en otro lado. Intentando asimilar el sabor de algo nuevo. Algo nunca antes probado.
—¡¡Oye, Bin!! —Lo tomó por detrás, del cuello de la camiseta, y lo obligó a frenarte—. ¿Estás bien? No has dicho una sola palabra desde que nos separamos de Aiden y del otro niño. Ni siquiera te has enojado cuando te decía “amor”.
El implacable preadolescente miraba las estrellas, como si allí hubiera algo más. Una respuesta a sus preguntas.
—Me siento… extraño, Debbie.
—¿Extraño?
Extraño podía llegar a ser una palabra muy ambigua, todavía más en esta ocasión. ¿Era un “extraño” para bien? ¿O uno para mal? Bincy intentaba responder esa pregunta.
—¿Alguna vez buscaste tanto algo que, cuando lo encontraste, te sentiste rara?
Debbie negó con la cabeza, confusa.
—Nunca me pasó, Bin.
Aún tenía tiempo de sobra para llegar a casa, así que se sentó en la acera, con los pies apoyados en la calle, y se puso a observar el cielo nocturno. Debbie hizo lo mismo, sentándose tan cerca de él como pudo.
—Las estrellas están muy lindas hoy, ¿no crees? —comentó Debbie, sonriendo.
—Sí, se ven particularmente brillantes hoy. Tal vez sea que me quieren decir algo. Aunque nunca creí mucho en esa mierda, ¿tú?
—Meh, yo solo creo en…
—Hoy encontré lo que buscaba. —Por fin había logrado ordenar el interior de su cabeza o, al menos, empezar.
—Sí, encontraste al chico perdido.
—No me refiero a él, sino a algo aún mayor —explicó él, sin quitarle los ojos de encima al cielo—. Verás, siempre creí que había nacido en el mundo equivocado. Mientras todos aclamaban mi talento y poder a la hora de competir en juegos y torneos, yo sufría el hecho de ganar siempre sin problemas. Me enfrentaba a gente de todas las edades y a todos los vencía por igual sin hacer distinción de nadie. Para mí era enfermizo y aburrido vivir en un mundo donde no tenía un rival. Y entonces vino él, Aiden Edric. Debbie, recordaré ese nombre por siempre, el del chico que, no solo llegó a igualarme, sino que me venció también.
Tal vez eso que decían fuera cierto. Tener la confianza de poder sacar los problemas de tu cabeza a tu boca y que alguien sirviera de oído que te escuchara ayudaba bastante.
—Pero recuerdo que te sentiste feliz por haber perdido, y hasta quisiste volver a pelear con él. Si no te hubiera detenido, hubieras ido por él.
—Diablos, Debbie. No es que me sienta mal por haber perdido ante Aiden Edric. Me siento extraño porque no me imaginaba cómo se sentiría perder.
>>La mayoría de la gente que conocí, cuando les ganaba, o se ponían tristes o se enojaban. De cualquier forma, sus sentimientos eran negativos y hasta algunos se asustaban de volver a competir. Yo, sin embargo, no siento nada de eso.
Hizo silencio. Las siguientes palabras, por alguna razón, le costaban más sacarlas de su boca. ¿Valía la pena seguir?
—¿Cómo te sientes, Bin? —Debbie sabía que podía aprovechar el momento de inseguridad de su amado para acercarse más a él y abrazarlo o darle un beso, pero prefirió soportar la tentación, ya que él parecía necesitar otra cosa ahora.
Bincy le sonrió.
—Me sentí... feliz —admitió, por fin después de tantas vueltas—. Mi tan larga búsqueda en la vida llegó a su final. Se acabó, Debbie. ¡Se acabó! ¡Y no me siento mal porque se haya acabado! Porque, tras el final, vino algo aún mejor, un rival. Ahora tengo un motivo por el cual querer hacerme más fuerte. Algo por lo que realmente vivir. ¡Me pone tan feliz, Debbie!
Y no mentía, su rostro, al borde del llanto por la emoción, lo delataba.
—¡Es genial, Bin! —aplaudió ella, sonriendo con los ojos cerrados—. ¡Me alegra tanto que no estés mal por ello!
Avivado de nuevo, se levantó. Ya se había recuperado por completo. El ánimo corría por él como la sangre por sus venas.
—¡Ahora tengo una razón para vivir, Debbie! —anunció, con los puños cerrados y una sonrisa diabólica—. ¡Voy a ser mejor que Aiden Edric! ¡Me muero de ganas por volver a verlo para pelear con él otra vez!
Debbie, de un saltito, también se levantó.
—¡Y yo voy a mejorar para poder ayudarte en todo lo que me necesites, Bin! —prometió ella, guiñándole un ojo y enseñando el pulgar hacia arriba.
Bincy no quiso decir nada, aunque se le ocurrió más de una frase con la cual responder a su amiga. En lugar de eso, se dio vuelta y comenzó a caminar hacia casa con los ojos cerrados y las manos en la nuca.
A los pocos segundos, cuando notó que la chica no lo seguía, abrió un ojo y le dijo: