<<¿Cómo terminé aquí?>>, se preguntó Aiden, usando las manos como almohadas. Contemplaba con perdidos ojos el techo con huecos de pintura en la habitación de Fleta.
Había pasado una semana entera desde que Aiden se mudó con Fleta y Gianpaolo. Durante ese tiempo, los chicos se acostumbraron a las jornadas laborales en la tienda de Melvin, que podían llegar a ser tan intensas como amenas.
Hasta el día de hoy, Aiden no había vuelto a dar con Bincy, el niño que lo había desafiado y, supuestamente, tenía información sobre su recompensa.
<<Mi recompensa...>>, repitió, dando un suspiro. Había sido una noche de aquellas. Cuando despertó, lo hizo con cierto sentimiento de vacío, como si algo lo preocupara. Y sabía muy bien qué era. <<Tengo a toda la policía buscándome para entregarme a ese maldito de mi padre, pero, ese no es el problema. Si estuviera viviendo solo, no me importaría en lo absoluto vivir como nómada hasta que retirase el cartel de “se busca”, sin embargo, ¿por cuánto tiempo más nos protegerá esta suerte?>>.
Ni siquiera se había molestado en levantarse. ¿Qué hora era? Seguramente no mucho más tarde que la hora del desayuno, o si no, ya lo hubieran ido a levantar.
<<Soy un peligro constante para mis seres queridos y conocidos. Ese hombre es tan miserable que, si se entera de que me escondí en la casa de Gianpaolo o trabajé en la tienda del señor Melvin, tomará represalias contra ellos. No quiero que le pase nada a Fleta o a los demás. ¿Quién sabe si los hará desaparecer? Ya lo hizo antes...>>.
Como no escuchaba el sonido de Fleta por ningún lado, asimiló que debía estar dormida.
<<Se me forma un hueco en la garganta de solo pensarlo, pero es por su bien. La idea de trabajar y vivir con ellos me fascinaba, sin embargo, eso podría ponerlos en peligro. Si un niño logró encontrarme, ¿qué pasaría si toda la policía se une por mi recompensa y le hacen daño a Gianpaolo y a Fleta, o al señor Melvin y a Leah? No...>>. Apretó los labios, frustrado. <<No puedo permitirme perder mucho más tiempo aquí>>.
Recibió la respuesta su pregunta. Fleta, en efecto, estaba despierta y, al parecer, aún en pijama. Lo supo cuando esta se le abalanzó encima, acorralándolo contra el suelo. Lo miraba desde arriba, curiosa, como un animal que estudiaba a su presa antes de matarla.
—¿Qué... qué haces aquí? —preguntó él, nervioso, con el párpado izquierdo temblando.
Antes de responder, Fleta parpadeó un par de veces y lo miró fijo, intentando leer lo que ocurría en su mente.
—Llevas así un buen rato —observó, frunciendo el ceño y los labios, pensativa—. Ya amaneció y hoy tenemos que trabajar, levántate.
—Sí... ya voy. —Sus terminantes pensamientos parecían no querer irse—. Ya voy...
Sin embargo, Fleta no se movió de su posición ni dejó de acorralarlo.
—Aiden...
—¡Bien! —interrumpió él, levantándose de golpe.
Sin querer, le dio un cabezazo a Fleta que la derribó. Esta dio en el suelo, al lado de la cama de Aiden, con las dos manos se cubrió la zona del golpe.
—¡Ay, ay, ay, ay, ay! —gimió ella, molesta—. ¡Tú, maldito!
—¡Tú tuviste la culpa! —acusó él, sentado en su cama, frotándose la herida y soltando algún que otro quejido—. ¡Eso te pasa por acecharme mientras estoy acostado!
Fleta se le acercó y le tiró de ambas orejas.
—¡Qué desagradecido! ¡Y todavía que lo hice por ti!
Aiden le tiró del pelo.
—¡¿De qué hablas?! ¡Si yo ya estaba despierto!
La adolescente le picó los ojos.
—¡Dah! ¡¿Cómo iba a saber eso?! ¡El señor Melvin es muy estricto con los horarios!
Él le golpeó la nariz con el dedo.
—¡Lo sé! ¡Por eso ya estaba despierto!
—¡Infeliz!
Fleta se le tiró encima y comenzaron a rodar por toda la habitación, chocando de tanto en tanto con algún mueble o la cama. No había golpes, solo giros para ver quién quedaba arriba, es decir, ganaba.
—¡Ja! —rio Aiden, tras haber vencido al quedar por encima de Fleta, tal como ella había hecho con él al despertarse.
—¡Hmph! —se quejó ella, sin hacer contacto visual.
En ese momento, la puerta se abrió con suavidad. Era Gianpaolo, que había venido a avisarles que el desayuno estaba listo. Sin embargo, no esperaba encontrarse a Aiden encima de su hija, uno con expresión de victoria y la otra, de indiferencia.
Apenas los chicos se dieron cuenta, las expresiones les mudaron totalmente.
Gianpaolo, aún con la mano en el picaporte, parpadeó un par de veces, sin dejar de ver la situación.
—Buenos... días...
Tras saludar, dejó solos a los avergonzados jóvenes, cerrando la puerta y volviendo sobre sus pasos.
Aiden y Fleta, saliendo de la embarazosa posición, quedaron rojos y estupefactos. Sus cerebros tardaron un poco en volver a funcionar.
—¡E-e-e-espera, papá!