—Fleta, mira ahí —Aiden puso un brazo delante de ella para evitar que siguiera caminando.
Estaban a una calle de la tienda de Melvin, a la mañana, y con poca gente caminando.
Otra vez, el viejo extraño se hallaba sentado justo en frente del local en el que trabajaban los chicos. Durante aquella semana, ya iban tres veces que el viejo aparecía ahí. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué aparecía algunos días sí y otros no? Al no lucir como un anciano peligroso, Aiden y Fleta solían ignorarlo y no tocaban el tema con nadie por lo poco importante que parecía, sin embargo, esto ya era demasiado.
Sin cambiar su aspecto, el hombre de aspecto débil y senil se hallaba con un bastón y sombrero que cubría gran parte de su rostro, dejando solo al descubierto su mentón. Además, llevaba exhibido un cartel vacío entre sus piernas cruzadas.
—¿Deberíamos ir a hablarle? —preguntó Fleta, dispuesta a saciar la curiosidad de ambos de una vez por todas.
—Y cuánto me gustaría —Aiden apretó el puño—, pero estando tan cerca de la tienda, me da miedo pensar que el señor Melvin nos regañe.
Los dos, al mismo tiempo, se llevaron la mano a la barbilla y comenzaron a frotarla, como si eso les pudiera dar una idea de qué hacer. Mientras, el viejo seguía en la misma posición. Tal vez se había quedado dormido.
Se quedaron un buen rato pensando, absortos en sus propias y divagantes ideas, hasta que, a cada uno, una mano se le posó en el hombro. Los dos pegaron un pequeño gritito por la sorpresa.
—Vamos, chicos, no les pago para que se queden haciendo de estatuas en la calle —bromeó el señor Melvin, retirando la mano de los hombros—. Aunque, por otro lado, podría ser buena publicidad.
—¡S-s-s-señor Melvin! —exclamaron ambos, al unísono—. ¡¿P-p-pero qué hace aquí?!
El dueño de la tienda soltó una risa y les enseñó una bolsa de plástico verde. Parecía contener un par de cajas.
—Fui a comprar unas películas para ver por si me aburro en la tienda.
<<Tampoco sea tan sincero>>, replicó Aiden, pasmado.
—Vayamos todos juntos a la tienda —propuso el dueño.
Hasta el mediodía era el turno de Leah Hughes, la hija del dueño, sin embargo, Melvin prefería que tanto Aiden como Fleta estuvieran presentes por si ocurría algún problema y, como los chicos no tenían mucho que hacer con su tiempo, tampoco les era problemático aceptar.
—¡Hola! —saludó Leah, sin sacar los ojos de su revista—. Hasta que por fin llegas, papá. ¡Ah, ustedes también! ¿Fueron juntos?
—Me los encontré a estos dos jugando a las estatuas a una cuadra de la tienda. Saben, yo cuando era joven jugaba a cosas más interesantes. Como sea, —Miró a su hija—, me voy a ver unas películas, ¿vienen, chicos?
Sin esperar respuesta alguna, cruzó la puerta con el cartel que prohibía la entrada al cliente.
—No creo que lo del viejo sea tan importante —susurró Fleta, para que solo Aiden la oyera—. Dejémoslo pasar por esta vez.
—Si vuelve a ocurrir le decimos, ¿de acuerdo?
Fleta asintió con la cabeza.
Los dos entraron al cuarto privado. El señor Melvin aún no había encendido el televisor. Parecía concentrado en elegir qué película ver primero.
—Ey, no me puedo decidir. ¿Cuál vemos?
La joven se encogió de hombros mientras Aiden buscaba el control remoto y prendía la tele.
—Bueno, mientras ustedes deciden, haré zapping —resolvió el señor Melvin, arrebatándole el control a Aiden.
Los dos muchachos notaron que Melvin había comprado unas cuantas películas. Era normal que no pudiera elegir entre tantas.
El dueño de la tienda iba bajando con velocidad, sin interés en ningún programa, casi como si solo le importara presionar botones.
—¡Señor Melvin, vuelva! —exclamó Fleta.
Aiden y Melvin se sobresaltaron. El segundo obedeció, más por la sorpresa que por sus propios deseos.
—¿C-cuánto?
—Tres canales. Al quince.
En el noticiero local, había un pequeño cartel que advertía que las imágenes podían dañar la sensibilidad del espectador.
—... retomando el asunto, tras el testimonio del señor Austin, pasaremos a preguntar a uno de los vecinos de la víctima. La señorita Stella conocía a Ronney, la víctima, desde hacía bastantes años. Señorita, ¿podría decirnos qué cree usted que pasó?
La escena parecía brutal. Melvin pensó, irónico, que era la primera vez que el noticiero no exageraba al poner ese cartel de advertencia a la sensibilidad.
En el medio de la calle había un auto totalmente volcado, rodeado por un charco de sangre. No había otro vehículo. El coche parecía haberse dado vuelta solo. Un detalle más hizo que a Fleta se le helara la sangre.
No muy lejos, en una pared que la cámara enfocaba, se podía ver un símbolo. Aquel símbolo era el mismo que había aparecido en la escena de los disturbios hacía una semana, en el noticiero de la clínica veterinaria. Se trataba de una balanza desequilibrada.
<<No... ¡No puede ser!>>. Estaba exaltada. Por un momento, se creyó pálida incluso. <<¡Ese hombre! ¡¿Qué demonios es lo que tiene en mente?!>>