Urban Dream, Vol. 1: El sueño de una ciudad

Arco De La Invasión Al Purgatorio. Capítulo 29

Las noticias durante la última semana se habían mostrado casi tan críticas como las de hoy. Aunque el clima de tensión y revuelo que los reporteros predicaban todavía no se veía en las calles, daba cierto pánico pensar que tales cosas podrían suceder en cualquier momento.

No fue sino hasta la tarde que Fleta había logrado sacarse de la cabeza a Roldán y a su símbolo. No quería tener en mente a alguien tan petulante como él en sus pensamientos.

Aiden, sin saberlo, la ayudó a distraerse del tema hasta que logró hacerlo a un lado de sus pensamientos.

—Oye, no entiendo cómo pudiste distraerte en una parte como esa —replicó a Fleta, mientras limpiaban el depósito—. Literalmente volaron una nave del tamaño de un planeta. Fue genial.

—No me interesó, y como me distraje antes no pude entender por qué ellos eran los malos.

—Cabeza hueca. —Le golpeó la frente con el dedo, suave—. Te lo explicaré mientras volvamos a casa.

—¿Y por qué no ahora? —cuestionó, arqueando un ceja.

—¡Porque yo todavía lo estoy pensando! —Se acarició la nuca con la mano, intentando contener una risotada.

Fleta suspiró, llevando el carril de sus pensamientos al depósito, preguntándose cuándo haría falta renovarlo.

***

Tanto Aiden y Fleta como Leah y el señor Melvin habían pasado un buen día en la tienda, con pocos pero fiables clientes a los que venderles sus siempre habituales productos.

Sin embargo, durante el turno de Fleta, por la tarde, cuando el local estaba vacío, un hombre anciano cruzó las puertas y entró.

Los dos más jóvenes se miraron a los ojos, tensos. Era aquel viejo extraño que había observado el negocio durante una semana.

Para Melvin y Leah era solo un cliente más, pero para los chicos representaba una posible amenaza. Con todos los incidentes últimamente descritos en el noticiero, pensaron que podría tratarse de algún criminal que había planeado un robo.

El viejo, por su parte, fue perdido de vista cuando se encaminó hacia uno de los pasillos extremos. Entonces, Fleta y Aiden aprovecharon para acercarse al dueño y a su hija.

—¡Señor Melvin! —susurró Fleta, captando la atención de los dos.

—¿Qué pasa? —preguntó Leah—. Se ven nerviosos... ¿Qué hicieron ahora? —Los miró con ojos acusadores.

—Nada, nada. Es ese hombre —explicó Aiden, señalando el pasillo en el que estaba. Tenía prisa por contar el problema antes de que volviera a aparecer.

—¿Qué hay con él? ¿Se robó algo? —adivinó Melvin.

Fleta negó con la cabeza.

—No sé si debemos preocuparnos, pero desde hace una semana que, algunos días sí y otros no, aparece sentado en la calle, justo en frente de la tienda. Me asusta que pudiera llegar a ser uno de esos criminales de los que aparecen en las noticias, señor Melvin.

—Calma Aiden, tal vez no sea eso. Si ayuda a que te tranquilices, podemos llamar a la policía y pedirles que estén cerca por las dudas.

Aiden y Fleta se miraron a los ojos. No podían aceptar esa inocente oferta bajo ninguna circunstancia. Por ser el hijo prófugo del magnate dueño de las Industrias Edric, ahora Aiden tenía que huir de la policía para que ninguno lo capturara, lo llevara de vuelta con su padre y cobrara la recompensa.

Era cierto que el señor Melvin no sabía eso (y los chicos no tenían intenciones de revelar un detalle como ese), sin embargo, tenían que rechazar la oferta y arreglárselas como pudieran.

—¡No, no, no! —replicó Fleta, en voz baja, moviendo las manos—. Creo que tiene razón, señor Melvin, tal vez solo sea un bicho raro y ya.

—Sí —agregó Aiden—, démosle una oportunidad, quizá solo quiera algo y se vaya. Y, en caso de que mendigue, veremos qué hacemos.

—¿Tú que dices, Leah? —preguntó Melvin, serio.

—No lo sé. —Se frotó el mentón—. No suele entrar gente extraña a la tienda, y si lo hacen, lo son solo en apariencia. Aunque, con lo que está pasando...

—¡Hagamos esto! —susurró el señor Melvin— Fleta, tú vete a la sala privada y observa todo desde la cámara de seguridad del televisor. Si ves que pasa algo, llama a la policía de inmediato.

La adolescente miró a Aiden con cara de “lo intenté” y se retiró a la sala que le ordenaron.

Melvin, Leah y Aiden se quedaron en la caja, esperando. La hija del dueño quedó dentro del mostrador, mientras que los otros dos, afuera.

Al cabo de un rato, el viejo salió del pasillo, ayudado por su bastón, con una caja grande de galletitas de chocolate, la cual depositó en el mostrador.

Con una sonrisa, Leah la pasó por la máquina lectora de precios.

—¿Desea algo más? —preguntó, deseando que el viejo dijera que no, se fuera, y pudiera regañar a los chicos por haberle hecho pasar tal susto.

—De hecho... —respondió él, con una voz un tanto ronca—. Tengo ante mis ojos justo lo que quiero. —Inclinó la cabeza hasta que sus ojos dieron con los de Aiden, quien retrocedió unos pasos hacia atrás.

—¿Disculpa? —preguntó Melvin, poniéndole la mano en el hombro. Lo dijo con una sonrisa, aunque estaba claro que su rostro escondía mucha más tensión.



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En el texto hay: adolescentes, emociones, original

Editado: 13.08.2025

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