<<¿Dónde estoy?>>, se preguntó Aiden, respirando, agitado. <<¡Mis ojos! No puedo ver...>>.
La venda que traía puesta se lo impedía. Al poco rato, notó sus brazos y piernas entumecidos. Trató de moverlos pero no hubo remedio, los tenía bien atadas, al punto de que apenas podía la sangre circular.
<<Ese viejo de mierda>>. Carraspeó los dientes. Al hacerlo, se dio cuenta de que, por lo menos, no había sido amordazado. <<Golpeó al señor Melvin y casi mata a Leah... Espero que a Fleta no se la haya llevado también...>>.
—¡¡Eh, infeliz!! —gritó ella, intentando patalear.
<<No... parece que también la secuestraron...>>.
—¡Te doy hasta tres para que nos liberes y nos dejes salir! ¡Uno! ¡Dos...!
—¿Fleta? —llamó Aiden, confuso.
—Aiden... despertaste.
<<¿Dónde estamos? Siento cómo mi cuerpo se zarandea. Creo que estoy dentro de un vehículo. Y por la distancia que hay entre la voz de Fleta y yo, diría que en uno grande>>.
—¡Fleta! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te hicieron algo?!
La muchacha negó con la cabeza, sin saber que Aiden tampoco podía verla.
—Nada —añadió, al ver que no recibió respuesta—, ¿y a ti?
—Lo único que recuerdo fue un golpe. Luego... el vacío. Si no me equivoco, el viejo extraño tendría que estar por aquí, tal vez manejando esta nave. Aunque no puedo decir dónde...
—¡Ey, viejo! —bramó Fleta, con todas sus fuerzas—. ¡¿En dónde estamos?! ¡Dímelo y te prometo que no te voy a machacar los huesos!
Aiden podía sentir el odio, la frustración y la impotencia en el tono de Fleta. Aullaba con tanta fuerza que temió por un momento que su amiga se lastimara la garganta. Sin embargo, prefirió callar, pues no aportaba nada prudente a su situación como rehenes.
—¡Silencio! —tronó una voz desconocida. Aquella voz se sentía potente y joven, nada carrasposa y profunda, como la de un cantante antiguo—. ¡Si lo tengo que decir una vez más, mocosa, yo...!
Se detuvo. Algo debió forzarlo a frenar su amenaza en seco. ¿Qué había sido? Aiden no pudo percibir, solo con su audición, nada que fuera lo suficientemente brusco como para intimidar al de la voz desconocida.
Hubo unos segundos de un mortal silencio absoluto, hasta que otra voz familiar lo interrumpió.
—Déjalos, Erick —ordenó el viejo que los había secuestrado—. Ya estamos cerca de llegar a la base, puedes sacarles las vendas de los ojos a ambos.
—¡Pero, Pal...!
Otra vez, sin emitir ningún sonido, el tal Erick hizo silencio. Tal parecía que el viejo, aparentemente llamado Pal, lo había callado con algún gesto intimidante.
Erick obedeció, se desabrochó el cinturón de seguridad y se dirigió a la parte de atrás de la camioneta, en donde los rehenes se hallaban. Brusco, le retiró la venda a Aiden primero.
Él, aturdido, parpadeó hasta que consiguió por fin ver a Erick.
Se trataba de un hombre negro de aspecto corpulento con el pelo largo lleno de trenzas africanas. Parecía estar en sus tempranos cuarentas. Su camisa dejaba al descubierto parte de su pecho, en el cual se podía ver un tatuaje un tanto peculiar: una balanza desbalanceada.
<<¡Ese símbolo!>>. Lo reconocía por sus apariciones en los recientes disturbios que el noticiero transmitía. <<¡Nos van a matar! ¡Van a matar a Fleta! ¡Probablemente hayan destruido la tienda del señor Melvin!>>.
Entró en pánico. Nada podía hacer, salvo inflar y desinflar el pecho, respirando agitado.
Erick pareció satisfacerse con ese temor natural, expresado de manera tan inocente. Tanto, que se pasó la lengua por los labios, como si hubiera visto algo que pudiera saciar su hambre.
Después de Aiden, Erick pasó a quitarle la venda a la chica.
Fleta abrió los ojos de tal manera, al ver el tatuaje del secuestrador, que creyó que se le saldrían de sus órbitas.
<<¡Ese tatuaje...! ¡Roldán! ¡Roldán nos secuestró!>>. Su boca temblaba. No comprendía la razón de sus actos. No era la forma en la que actuaba él.
—Ha pasado tiempo, Fleta —le dijo Erick, con una sonrisa siniestra en el rostro—. Te extrañamos. Será lindo que nos volvamos a ver todos.
—Erick... —gruñó ella, mitad asustada mitad iracunda.
El negro soltó una risotada y apoyó, salvaje, las manos en ambos lados entre la cabeza de Fleta, acorralándola.
—Qué bueno que me recuerdes, ladronzuela en pañales.
La muchacha, ignorándolo, dirigió su vista hacia el hombre al volante, el viejo que los había secuestrado.
—Y él es... ¡Pal Enger!
<<¡Claro! ¡No me di cuenta por el sombrero que le cubría el rostro!>>, lamentó ella, impotente. <<¡Si lo hubiera sabido, Aiden no estaría en esta situación! ¡Si hubiera sido más lista...!>>.
—¿Se-se conocen? —preguntó Aiden. No entendía nada de nada. Estaba más perdido de lo que imaginaba. Aunque, en realidad, no esperaba despertar en un auto. Ni siquiera esperaba despertar con vida.