Úrsula

Mi primer escape

Mi primer escape

Recuerdo que fue un sábado por la noche, era una fiesta de pueblo, la plaza bolívar del lugar estaba repleta de personas, yo, no sabía bailar, pero me encantaban los actos folklóricos de la zona. Brindaban a mi mente un poco de libertad. Desde siempre la vida ha tenido un sentido muy abstracto para mí... Pero, en fin, me escapé de casa esa noche, días antes había llevado mi mochila de peluche a casa de mi amiga llena de la ropa con la que saldría ese día. Mi padre los fines de semana casi nunca llegaba y mamá salía durante el día, pero las noches para ella, eran de gallinas. ¿Qué cómo es eso? ‘Dormir temprano’. Esperé fueran más de las diez de la noche. Abrí la ventana corrediza de mi cuarto, pero antes, le eché algo de aceite para así evitar el ruido y mamá no se fuera a despertar. Baje por un atajo que habían bautizado como el caminito, apenas un estrecho espacio por donde se podía caminar. Las ganas de disfrutar fueron más fuertes que la del miedo por la soledad del lugar. Al fin y al cabo, solo me faltaba regalarle a mi iris un paisaje desconocido de mi lugar. Mi amiga vivía en el centro del pueblo, aún me faltaban unos quince minutos por llegar. Era una época en la que la tecnología no tenía lugar en Venezuela. Se va la luz y saco del bolsillo de mi pantalón ancho una pequeña linterna. Apresuro el paso, le tenía miedo a la oscuridad, pero más a las leyendas de estos bajos pueblos. Transpirando y con el corazón en la garganta llegué al lugar más codiciado… La plaza Bolívar de Mamporal. Un poco pobre, pero encantadora en épocas de fiestas culturales. Muevo más el paso y llego a la casa de mi amiga Bethany, me cambio el traje y me visto con la ropa que llevaba días allí: un par de sandalias negras de medio tacón, una falda de cuero a las rodillas, un top blanco, uno aretes de gold filled y maquillaje sencillo, me solté mi largo cabello negro lacio y me coloqué una chaquea de cuero negra que me prestó Adalet, a la madre de Beth no le gustaba que uno exhibiera partes del cuerpo, pero,  yo era medio oscura y un poco alocada, no le paraba. Sin embargo para no hacer enojar a la señora me la coloqué. Estando ya en la fiesta un joven, moreno indio, de nariz enpingada, ojos color ámbar, músculos fornidos, piel irisada; me tenía babeada. Pero, él tenía puesta la mirada sobre mi amiga. Mientras yo estaba impregnada de ilusión viendo el acto en la tarima, Bethany se perdió con el joven ese. Dos horas más tarde, habían regresado. Beth — a quien le llamo así por cariño, — llega rozagante y con un brillo en los ojos que las luciérnagas quedaban opacadas delante de ella. Se me acerca y me dice algo al oído, pero no puedo escucharle, la música estaba muy fuerte. Me jala por un brazo y me saca del espacio por instantes.

— ¡Adivina!—Me habla con voz alocada y con una sonrisa de extremo a extremo.

—Que adivine… ¿Qué?—Le pregunté

—Nos besamos.

— ¡Ya! Déjalo hasta ahí. —Le respondí y me di la vuelta para regresar a mi espacio.

3:45 de la madrugada. Bethany lo volvió a hacer, Adalet se acerca hasta la plaza y me pregunta por ella.

— ¿Has visto a Bethany?—Preguntó con voz angustiosa. —Hace mucho rato ya que no está contigo.

—No, vino un momento y se marchó.

Yo, que había visto con quien andaba mi amiga, callé, fui cómplice de su locura. También me puse nerviosa, por Beth y porque debía llegar a tiempo, antes de que mamá despertara y papá llegara de la calle. 4:00 a.m. y Beth aparece.

— ¿Dónde estabas?—Le pregunté antes de irme a casa.

—Luego de que descansemos de esta noche te cuento. —Me respondió con voz soñadora.

Me regresé a casa, todos iban en grupos y yo sola, pero aprovechaba el tumulto de gente para ir más segura. Antes de entrar, fui al patio de la casa, en éste había una rueda de tractor gigante, allí tenía guardada una pijama que usaba con regularidad. Me la coloqué y volví a mi cuarto por la ventana. Esa mañana, nada pasó. Todo continúo como de rutina en casa, salvo que mi padre no había regresado en dos noches y mamá entraba en sus crisis de amargura que pagaba los platos rotos hasta con los indefensos animales de la casa.

Horas más tarde, papá llegó ebrio y con un olor apestoso. Intentó tener relaciones con mamá a la fuerza pero ella, por lógica no lo dejó. Se defendía como tigra. Yo, desde lejos, parada en la puerta de mi habitación los observaba. Cada vez me arrepentía mucho más de haber agarrado este año sabático, —que de sabático no han tenido nada en especial. —Solo mi escape, que por cierto amanecí en ese día con ganas de visitar a mi amiga Bethany. Tomé mis cosas y me fui.

Subí hasta la Plaza Bolívar del pueblo, crecí ahí pero, lo sentía tan perturbador y nada parecido a mí, que no me quedaba más que al menos conocer sus espacios. En casa de mi amiga, hablamos con Adalet, queríamos salir. Ella hacía pequeños esfuerzos por complacernos, así que, ese día nos fuimos al pueblo de San José y caminamos hacia el centro, su Plaza Bolívar era mucho más humilde que la del pueblo donde vivo. Pero su gente era sencilla y agradable. Claro en los años 70 y 80 todo fue más decente y cultural. Allí, en una feria de dulcería criolla, conocí un dulce muy particular de la zona barloventeña: —la cafunga, —un dulce que se elabora con banano, coco, harina, canela, sal y azúcar al gusto. Luego nos fuimos a un lugar llamado las compuertas. Me imaginaba otra cosa, claro la mentalidad guardaba un poco de ingenuidad para las tragedias que en mente me acompañaban. Al llegar me sorprendí, era el rio dentro del pueblo, ni tan lejano, ni tan cerca, llegar constaba de caminar y disfrutar del sol tropical de la zona. Bethany y yo, íbamos por todos lados, brincábamos como liebres y abríamos los brazos como par de alas de gaviotas. Cinco de la tarde y regresé a casa. Al llegar, me consigo a mamá llena de lágrimas, en una discusión con papá, le recordaba los días de adolescencia en que vivieron. Al parecer, mamá… Ni tan pura, ni tan mala, sabía de la vida de calle y exigía ser admirada cual puritana señora. Les di la espalda y nuevamente salí a la calle. En la zona había una cancha de juegos de bolas criollas. Por curiosidad había un torneo ese sábado por la noche. Al poco rato de haber llegado comienza el juego, lo miré solo por mirar, no entendía que emoción podía causar un arrime de bolas; lo único útil era el premio, veinte bolívares al mejor equipo. “Por la plata baila el mono”. Ya entendía de donde sacaban un dicho como ese. Me quedo un rato más, un hombre alto se me para por la espalda.



#2949 en Joven Adulto

En el texto hay: romance drama amor

Editado: 11.12.2022

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