Úrsula

Carlos Sotto

 

 

            Ahora sí que no aguanté, caminé unos quinientos metros de donde estaba, llegando casi a la curva del hotel campo mar pude ver el vehículo involucrado en el accidente. Me llevé la mayor sorpresa… Era el hijo de mi jefe. No pude contenerme y avancé un poco más rápido. Al acercarme ya no había nadie dentro del vehículo. De lejos Veo al señor Sotto. Él no logra mirarme, pero su cara reflejaba la angustia; caminaba de un lado a otro sin parar con ambas manos sobre su cabeza. Trato de hacer señales con mis manos y se me hizo imposible lograr hacer que él volteara. Esperé a que se montara en su otra camioneta y vi hacia qué dirección agarraban. Pude apenas alcanzar a ver, ya que, venia un auto justo frente a mí pero mi fotosensibilidad no me permitió voltear.

            Regresé al autobús. Llegando a la plaza bolívar de Mamporal me esperaba Adalet, a mi madre la tenían en el hospitalito que se encuentra a dos cuadras de la plaza. Tomé aire y me senté en uno de sus banquitos. Tuve que descansar unos minutos, el tiempo de espera a causa del accidente, el agotamiento por el día laboral, ahora llegar y encontrar esto…

            Me levanté del banco y me paré un segundo en la casa de Juana Isabel, ella vende café durante el día hasta altas horas de la noche, me detengo unos segundos y ella comienza hablar.

            —Cuéntame mujer, ¿cómo va el trabajo? Supe que hubo un accidente en la recta de Higuerote.

            Las conversaciones con Juana eran interminables, sabia de todo un poco, pero no tenía tiempo para quedarme. Solo me despedí y fui al hospitalito.

            —Buenas—, me atendió la señora Elena—. Mi madre, ¿está bien?

            —Si, está más estable, llegó con vómitos y deshidratación severa.

            —Esperaré el alta y me tocará cuidar de ella.

 

            Dos días después, fui al centro de Higuerote, allí me encontré a mi jefe, el señor Sotto.

            —Señor Sotto. ¿Cómo sigue su hijo? Me he enterado que fue él quien tuvo el accidente.

            —Si, precisamente estaba por ir a tú casa. Sé que no eres enfermera, pero eres de confianza. ¿Quieres cubrirme con el cuidado de Carlos cuando lo lleve de regreso a casa mañana?

            —Señor Sotto, no sabría decirle. Pero déjeme pensarlo; mañana me acerco al local. Tambien tuve a mi madre enferma, por ello no he ido a trabajar.

            —Por el trabajo en el local no te preocupes, yo me encargo. Por ahora me importa la atención de mi hijo.

            “Pobre de este señor, tan lleno de carisma y humildad”. ¡No entenderé nunca cómo puede ser padre de un hijo tan vanidoso! Al final de cuentas me decidí, aparecí por la casa de la familia Sotto ubicada en Puerto Encantado. Es una zona moderna y lujosa de la zona costeña, muchísimas casas y residencias. El señor Sotto, vive con su familia en Puerto Bay, una zona con casas blancas al estilo griego o mediterráneo. Me perdí por un rato, pero al fin llegué. Toqué el timbre que está ubicado cercano a la reja.

            Pocos segundos después salió una señora, blanca y ojos azules, como ese azul de mar profundo. Me recordó al último día que compartí con Beth y Adalet. Dado que desconocía por completo la vivienda, esperé sentada por el señor Sotto. Al cabo de unos veinticinco minutos llegaron él y su hijo. No me guardé la expresión y, es que, el joven Carlos estaba en silla de ruedas, había tenido una fractura de cadera a causa del accidente. Fue para mí un total asombro cuando al ayudar al señor Sotto a bajarlo, Carlos agachó la mirada y me dijo unas sutiles palabras —“hoy soy yo quien se siente humillado, perdona mi menos precio”—. Sus palabras me conmovieron a tal punto de soltar un par de lágrimas. ‹‹Era increíble, todo lo que logra cambiar alguien al verse inmerso en la necesidad de la ayuda para poder desplazarse ahora››. Ayudé al señor Sotto a llevar a Carlos a su habitación. Adoré aquella decoración, parecía el cuarto de un príncipe — era lógico—, es el niño mimado del hogar. La señora Sotto era una mujer encantadora, adoraba leer. Dentro de la casa había una biblioteca mucho más hermosa que la del centro de higuerote, ubicada en la casa parroquial. Esta fue mi primera noche fuera de casa.

            Al amanecer, fui a la cocina a ayudar a preparar el desayuno, la señora Sotto me ha llamado la atención…

—Usted vino acá fue para cuidar de mi hijo, suelte esos cubiertos y disfrute de un buen café, la casa hoy brinda.

El señor Carlos tiende a dormir hasta algo tarde. Mientras llegaba la hora de atenderlo me fui a la biblioteca de la casa. Allí comencé a conocer los primeros libros de literatura. Comencé leyendo aquel libro que nos había leído un abuelo una vez en rio chico. “El coronel no tiene quien le escriba”.  La señora blanca al verme sentada leyendo dibuja una sonrisa en su boca.

—Te gusta leer? —Por el momento sentí pena—. Puedes tomar uno y llevártelo, cuando vuelvas lo traes.

No niego que mis ojos se llenaron de emoción, leer es equivalente a vivir una variedad de aventuras y distintas experiencias entre letras. Once de la mañana, se ha despertado Carlos. Le entregaron una campanita de bronce que haría sonar cuando me necesitara. Suelto el libro y le dejo marcada la pagina.

—Buen día, joven Carlos.

—Úrsula, buen día. No te de pena tutearme. Al fin y al cabo estaremos compartiendo hasta que se recupere este cuerpo.

Mis mejillas ruborizaron, lo pude sentir sin necesidad de verme. Me hablo con una voz tan dulce y suave. No pude evitar sentir erizo en mi piel. Mucho menos niego que el tono de arrogancia par3ecia haberse esfumado. Así que lo disfruté.



#2232 en Joven Adulto

En el texto hay: romance drama amor

Editado: 11.12.2022

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