Úrsula

Primera semana junto a la familia Sotto            

 

           

Es lunes, ya ha pasado una semana dese que llegué a casa de la familia Sotto, el señor Carlos ahora es todo diferente. Pasó de la arrogancia a un hombre más compasivo y sutil. Me tocaba preparar el desayuno; al final siempre convencí a la señora Blanca de que me permitiría hacerlo.

            El señor Miguel va de salida al restaurancito en el centro del pueblo, yo termino de preparar las cosas y le acompaño —necesitábamos algunas cosas en casa—, Carlos nos pide que le llevemos, hace un par de semanas que ya no echa un vistazo a la calle. Muy a pesar de él tener una casa con todas las comodidades, odiaba el encierro «no era fácil para él, ya que, en días comunes solía ir a dar paseos en lancha». Al llegar al centro le pedí al señor Miguel que nos dejara cerca de la concha acústica, con él no podía llegar hasta el malecón, pero sí a la vista del mar sobre el puentecito que une la concha con la calle que lleva a la iglesia del pueblo. Lo subí y lo coloque vista frene al mar. Sus ojos se llenaron de lágrimas silenciosas, no habló; solo empuñó sus grandes dedos y mordía los nudillos con gran fuerza. Comprendí su ira y su dolor; nada era indiferente para mí. Me alejé un poco para dejarlo desahogarse. «No me resultaba incomodo, por el contrario, me agradaba dar apoyo a las personas en momentos de dolor y angustia». El paisaje era presto, el cielo se notaba despejado y el sol mañanero de la tierra costeña había levantado con el naranja de un ocaso. La cabellera de Carlos se mecía al ritmo del viento, de repente, fue tan distinto, tan calmado, tan afable, que casi era un hombre perfecto. Al cabo de un rato me pide lo baje del puente y lo acerque a la orilla donde se ven más de cerca los pelicanos. Así lo hice. Cinco minutos de silencio y luego comenzamos a platicar.

            —¿Cuántos años tienes Úrsula? —preguntó con voz sublime y baja—. Tienes aspecto de niña.

            —¿Yo? ¡Mi edad! ¿Para qué quiere saberla?

            —Simple curiosidad.

            —Ah, claro, bueno tengo… Pero, ¿realmente importa? ¡Digo, es que no me gusta decirla!

            —¿La consideras una vergüenza? —aquella voz no dejaba de ser adorable a los oídos, me hacían sentir cómoda—. La edad no es algo de lo que debas avergonzarte, pero si no la quieres decir; eso también está bien.

            —No, no es eso, es solo que…

            —Si te resulta incomodo, simplemente obvia lo que pregunté. Así estaremos cómodos… ¿Te parece?

            —Si, así está mejor. Vayamos por su padre, hay que llevar algunas cosas a casa y no lo puedo llevar conmigo, resultaría incomodo para los dos eso. —¡No debí decir eso! ¡Disculpe!

            —No te preocupes, todo está bien. «Al fin de cuentas sé que estoy inútil».

            La vergüenza se apoderó de todo mi rostro, no pude evitarlo, sin embargo Carlos no lo tomó de una forma despreciativa y, eso fue mejor que cualquier otra cosa. Llegamos al restaurancito y allí estaba la vecina Carmen. Al verla mis ojos temblaron, lo pude sentir, mis manos sudaron y dentro del pecho parecía tener una tambora repicando fuerte —Carmen era quien se ocupaba de mi madre en los días de trabajo—. El nervio me invadió.

            —¿Qué ha pasado Carmen?

            —¡Calma Úrsula! Vine a decirte que tú madre está acá en el hospital de higuerote. Ella…

            —Señor Miguel, ¿me deja…?

            —Tranquila muchacha, ve, anda junto a tú madre. Estaré aquí por si necesitas ayuda.

            Camine uno treinta minutos, del centro había que bajar por la avenida y tomar atajos, el transporte hacia el lugar es un poco lento. Conseguir quien te de un aventón, mucho más difícil aun. Al llegar ubique el espacio donde la tenían, sentí un pesar en el alma, verla indefensa, tendida en una cama, agotada y con tanto que le queda por seguir, pero…

            El trabajo es duro, tendré que mandar por la abuela, a mi me tocará trabajar para poder darle a ella lo que sea necesario, la vida se ocupa sola, de los buenos y de los malos. Sin embargo me aterroriza saber que me va a faltar en cualquier instante. Mis lagrimas fuero guardadas. Salí y le pedí a Carmen se quedara esa noche hasta que mañana me ocupe de ir por la abuela. Carme fue condescendiente y me colaboró. Regresé a casa del señor Miguel. La señora Blanca mientras cocinaba iba conversando con Carlos y conmigo. Había muchos temas interesantes junto a ella. A Carlos se le olvidó como se sentía, y a mí se me pasó un poco la preocupación de tener a mi madre hospitalizada.

            —Úrsula. ¿Hace cuanto no agarras un libro?  —me preguntó con mucha cordialidad—. Dejaste uno pendiente por terminar. ¿Cuándo lo acabarás?

            —No sé, quizá en dos días. ¡Quién sabe!

            —Y si tú no sabes… ¿quién va a saber por ti…? Mujer.

            —Tiene razón. Ya me pondré al día.

            —Sí, ponte al día. ¡Ya quiero tener compañía con quien hablar!

            Sus palabras me habían hecho sentir un sentimiento profundo, añoré al mismo tiempo que reproché el modo de proceder de mi madre. Me hubiera gustado amar con intensidad una madre como ella. No era difícil, solo era cuestión de querer. No supe cambiar la mirada, mi espíritu estaba perdido un instante, volando hacia el horizonte, en aquel horizonte perdido y que no supo volver. Un llanto profundo me hizo liberar un pequeño jadeo y un suspiro profundo lleno de anhelos, de aquellos cabos sueltos que no supieron armar en un tiempo de mi vida.

            La señora Blanca se me acercó y me abrazó fuertemente y llena de amor. Miró mi cicatriz y preguntó dulcemente por el detalle, pero no le di importancia, y ella entendió.

            —Úrsula, Úrsula… Te daré una tarea. Mientras permanezcas acá, te adueñaras de la biblioteca, te ayudaremos con los gastos de tu madre y podrás tenerla acá. Así ya no tienes que desgastarte para ir corriendo a casa a cuidar de ella. Acá nos ayudaremos las dos.



#2949 en Joven Adulto

En el texto hay: romance drama amor

Editado: 11.12.2022

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