Úrsula

Cita con el Psiquiatra

Bueno, llegó el día más esperado. Me estoy arreglando para acudir a la consulta. Llamo a la clínica y la corroboro. La ansiedad me está consumiendo; no debo dejar que me domine. La clínica de Santa Mónica. Allí estaré a primera hora de la tarde. Me gusta ser puntual, el incumplimiento no está en mi diccionario.

Después de una hora de camino (gracias al transporte público), he llegado. En recepción anuncio mi nombre y subo al tercer piso. Tomo un asiento y espero por mi turno.

¡MADRE SANTA! Mi mente ha quedado en shock al igual que mis ojos. Yo vine por unas crisis de ansiedad que me matan… ¡Lo que tengo que ver hoy!  Ha llegado el psiquiatra. Que hombre… ¡Dios! Mi cabeza no dejaba de hablar sola. Reviso la cartera para buscar su nombre una vez más. Doctor Ráfael Silva. Interesante. Estaba vestido casual, un jeans que le ajustaba los glúteos, una camisa manga larga a cuadro y un perfume que emborrachaba mi olfato. No sé que tratar… Si la ansiedad o la impresión que ha dejado este hombre en mi. Además de vestir y oler a reyes, tenía una altura de más menos un metro setenta y cinco centímetros, y una calvicie que me gustó. Un hombre con gracia, actitud y empoderado.

Ahora mismo las manos me sudaban y el pecho parecía explotar como las tamboras, mi ritmo cardiaco estaba acelerado. Mi frente comenzó a destilar el sudor. Él me observa y yo bajo la mirada. Sentí pena en ese momento. Pero la ansiedad llegaba a mi puerta y todavía debía esperar porque saliera una paciente con la que ya llevaba rato dentro del consultorio.

Ha salido la paciente… lo he escuchado llamarme.

—Úrsula? ¿Es usted?

Miro a los lados y sonrío, asiento un sí con la cabeza. Él abre la puerta y me hace pasar. Los nervios me carcomían, las manos me temblaban. Era mi primera consulta con Psiquiatra. Me invita sentarme, y mientras me acomodo el cabello detrás de la oreja izquierda del otro lado tapo la cicatriz. Él se sienta de piernas cruzadas y manos al frente abrazando sus rodillas; con una mirada intimidante pero penetradora comienza su consulta.

—Bien, Úrsula. ¿Quieres hablar fluidamente y yo ser todo oídos o empezamos por las preguntas tradicionales? —dijo aquellas palabras con tal afabilidad y elocuencia que simplemente suspiré—; podemos hacer de esta consulta una hora de café, si no te importa; y así damos más confianza. Noto que estás algo alterada.

—¿Toma café usted? —que pregunta tan idiota hice, pero no me podía controlar ni centrar en lo que debía contestar por lógica razonable teniendo un hombre tan apuesto frente a mí.

—Sí, pero en pocas ocasiones. ¿Empezamos?

—No sé por dónde iniciar.

—A ver, háblame de tu hogar.

—¿De mi hogar? Pero… Hay cosas que no quiero recordar.

—¿Cómo cuáles? Toma tu tiempo. No es necesario que te ahogues al querer contar. Vamos por paso. Tú hogar primero. Háblame de quienes fueron tus padres y como fue tu infancia.

—Mi infancia y mis padres… pero… ¿para qué de mi infancia? Es necesario si queremos tratar las cosas bien, todo tiene un principio Úrsula—intervino el Doctor mientras hice una pausa—.Pero… ok. Hablaré

—Bueno, de mi infancia hay recuerdos sombríos, el proceso de mi vida fue agudizado por el ritmo del hogar donde crecí. Pero hay algo que no pude ni puedo borrar… Estando un día sola en casa, entró un extraño, al menos lo era para mí. Me insinuaba con su boca cosas que no entendía, yo era muy niña tendría siete años pero lo recuerdo como si fuera ayer.  Odié a mi familia por mucho tiempo. Ese individuo me mostró sus partes y se llegó a subir como una bestia amordazándome la boca con sus manos. Luego continuó un tiempo que parecía interminable, amenazándome con decir y hacer cosas. Solo recuerdo que… me decía que a los adultos había que hacerle caso. Crecí y cada noche vivía llena de pesadillas, parálisis de sueño, miedo a la soledad… y odio… mucho odio. Luego llegué a mi adolescencia sintiendo cierta sensación de miedo y rechazo por sentirme admirada o porque algún joven de mi edad se acercara. Mi olfato guarda un olor a almizcle que no logra zafarse. «Bueno el perfume del doctor me tenia adormecida». Cargué con responsabilidad de mi madre, con las borracheras de mi padre, los vi morir a los dos, y, a pesar de que pude sentir desgarro y dolor por su perdida, mi alma conserva cierto alivio. Quizá nunca estuve en su cuenta. Y nací en medio de un hogar disfuncional. Crecí como persona y como profesional gracias a la familia Sotto. Tengo rato que ya no sé de ellos, específicamente unos meses atrás desde que me mude a la ciudad… —pude mirar la expresión atónita del Doctor y sus ojos algo enrojecidos—. Luego conseguí un cargo como docente en un colegio privado de la zona pueblerina de donde vengo.

—¿De dónde vienes Úrsula? —interrumpió el Doctor Ráfael—, Vengo del eje de barlovento, un pueblo que pertenece al Estado Miranda. Dígame usted, ¿conoce ese pueblo?

—No, continúa hablando.

—Ya no quiero seguir, aquí donde estoy, ya me siento más aliviada, salvo que aun estas crisis de ansiedad… y bueno, momentos más que otros que sin motivo me lleno de angustia.

—Aún no te puedo medicar, necesitamos algunas que otras terapias, primero tratemos de limpiar un poco la mente, eso es necesario. ¿Conoces la terapia neurolingüística?

—No, de estos términos no conozco.

—Bueno iniciaremos varias sesiones de esta y veremos tu evolución.

—¡Mi evolución! Que horrible se escucha eso. ¿A caso no cree usted que yo he evolucionado? Teniendo mil razones para ser un ser humano despreciable, impulsivo, lleno de odio en contra de la vil humanidad, de la peste del hombre como género y no como especie… ¿Cree que necesito evolucionar?

—Necesitas avanzar más de lo que has logrado. Tienes una crisis de ansiedad generalizada que controlar. Quizá sus raíces estén ahí en el pasado y necesitas la cura completa para poder llegar mucho más arriba. No escatimo lo que has obtenido, pero debes ir por más.



#2949 en Joven Adulto

En el texto hay: romance drama amor

Editado: 11.12.2022

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