вση νσуαgє, вσηнєυя.

• ¢αρíтυℓσ ιι.

✾  Cᥲρίtᥙᥣo II: Eᥣ dᥱbᥱr ᥣᥣᥲmᥲ.

 

❝ El deвer eѕ lo qυe eѕperαмoѕ qυe нαɢαɴ loѕ deмάѕ, ɴo lo qυe нαceмoѕ ɴoѕoтroѕ мιѕмoѕ ❞ —Oѕcαr Wιlde.
 

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Las estaciones fueron pasando, cuando menos se sintió transcurrieron cinco años desde la fiesta. La Delfina a diferencia de la Reina había quedado encinta dos años después tras su matrimonio con monsiegneur Émile, alianza que no fue consumada hasta ahora. Como era de esperar el parto fue presenciado por todo el cuerpo de la aristocracia y algunos sirvientes de la casa real, entre ellos el cuarteto de sirvientes leales a su esposo y la Reina. Era algo retrógrada, vergonzoso y agotador que todos hubiesen presenciado el momento, pero eso no le importó, estaba llena de dicha por haber logrado dar a luz a su primer descendiente. Fuera o no fuera un nuevo candidato en la línea de sucesión estaba orgullosa de su pequeño retoño por existir en ese mundo.
 

—¡Es una niña, la Delfina ha dado a luz a Madame Royale! —anunció la partera. Jamás olvidaría aquellas palabras.

 

Esas palabras dejaron a muchos indignados porque no fuera un varón, pero no le importó en lo absoluto a ningún miembro de la realeza, mucho menos a ella que era madre de una criatura tan preciosa como su pequeña; si bien no era un Monsieur que pudiera hacerse lugar en la línea de sucesión al trono era lo de menos, ella era feliz y estaba conforme con su única hija, su Madame Royale.

 

Madame Royale recibió el nombre de Marie-Thérèse Emilie Charlotte Lorraine. Era un nombre largo como la mayoría de los nombres de la realeza, y quizá sólo sería conocida por los primeros dos, pero no quitaba que estaba feliz de tener a su pequeña con ella, era la criatura más hermosa del mundo, sería una mujer exitosa y muy bella cuando creciera, estaba completamente segura de ello.

 

Sin embargo Marie-Thérèse no fue la única descendiente de la alianza entre los Duques y los de la familia regia. Su cuñada Élisabeth dio a luz a su primogénito justamente nueve meses después del casamiento y en el caso de ella fue un varón y tres féminas los únicos que había alumbrado hasta el momento, éstas últimas llegando un año después de Marie-Thérèse. Su pequeño sobrino llamado Louis François Máxime Jacques Gérard como era de esperarse tras su nacimiento recibió el título de Gran Delfín para ser diferenciado de su esposo, y es que al ser hijo directo de un Rey su título como Delfín recibía más peso que el de Émile, quien era Delfín sólo por el matrimonio con una Delfina.
 

Por otra parte sus pequeñas sobrinas Marie-Henriette, Marie-Annette y Marie-Christine quienes eran respectivamente Madame Première, Madame Seconde y Madame Troisième también eran hermosos capullos de rosas que seguro terminarían siendo las más hermosas y envidiadas del jardín junto a su Marie-Thérèse. Eran niñas hermosas, su hija y sus sobrinas tenían un encanto y carisma únicos, siempre sacando sonrisas y llenando de alegría los pasillos del palacio con sus risas y constantes juegos.
 

Hablando precisamente de eso, ahora mismo se encontraba observando a Marie-Thérèse jugar en el jardín; se veía tan feliz y despreocupada, sin el temor de perder su peluca de un momento a otro o manchar de barro su costoso vestido y sus zapatos.
 

Era un lindo escenario, la inocencia de los niños siempre resultaba cautivadora y melancólica a la vez. En esos momentos que veía jugar a su pequeña ella deseaba con ahínco ser una niña también y jugar con el barro sin el temor a ensuciarse o dar mala imagen.
 

«Mi Marie-Thérèse, al menos tengo el consuelo de que no fue un niño que le perteneciera a Viranallia. Un niño como Louis-François habría sido hijo de Viranallia, pero ella me pertenece a mí y podré educarla sin que me digan cómo hacerlo».
 

Sonaba triste pero era la verdad, cuando un niño nacía pasaba a ser de la nación como un posible candidato al trono, por lo que los varones de la familia real eran educados con esmero y casi nunca podían estar con sus madres. Por ello las féminas eran muy queridas para los padres, eran las únicas a las que podían educar como tal y las que realmente pertenecían a sus padres y no a la nación. No entendía entonces como algunos se disgustaban entonces por el nacimiento de una niña a la que tenían la oportunidad de mimar y educar amorosamente, pero bueno, gustos eran gustos. La cobriza por su parte estaba conforme con traer una niña al mundo, al menos a esa niña podría cuidarla y mimarla a su antojo y sin que nadie dijera nada al respecto o lo tacharan de incorrecto.

 

Léa siguió embelesada observando la escena infantil hasta que llegó uno de los sirvientes de Émile. Podía reconocer a René donde fuera, algunas veces la pasaba con Marie-Thérèse y en algunas ocasiones entablaba conversaciones con ella. Si bien al principio se detestaban por tener ideas contrarias ahora se llevaban relativamente bien, no podía decir que tuviera una amistad como tal con él, pero al menos ya no deseaban matarse cada vez que concordaban.

 

—Alteza, sus excelencias me han solicitado que le invite a tomar el té a usted y a Madame Royale con ellos —dijo con su típico tono serio.

 

—Gracias, aceptaré la invitación. Madame Royale y yo estaremos ahí con gusto.

 

René hizo una reverencia antes de retirarse y dejó exhalar un suspiro de cansancio. Tendría que alistar a su retoño para la ocasión, por lo que se incorporó de su asiento y la llamó.

 

—¡Thérèse, ven aquí por favor mi cielo!

 

La niña al escuchar a su madre fue andando a pasos torpes hacia ella y se aferró a la falda de su vestido, riendo tiernamente por la diversión que encontraba en su tarde de juegos. La madre negó divertida con la cabeza y alzó en brazos a su hija, yendo hacia el interior con la intención de darle un baño y ponerle un vestido con una peluca a juego para la elegante ocasión.
 




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