вση νσуαgє, вσηнєυя.

• ¢αρíтυℓσ ιιι.

✾  Cᥲρίtᥙᥣo III: Lᥲ ιᥒoᥴᥱᥒᥴιᥲ dᥱ Mᥲdᥲmᥱ Roყᥲᥣᥱ.

 

❝ Lα ғυerzα мάѕ ғυerтe de тodαѕ eѕ υɴ corαzóɴ ιɴoceɴтe ❞ —Vιcтor нυɢo.
 

• ◦ இ ◦ •

 

Habían pasado diez años aproximadamente desde aquel día, todo volvió a ser normal, bueno casi todo. Las relaciones de los cónyuges de la familia real mejoraron considerablemente y pudieron dedicarse de lleno a velar por sus ciudadanos y sus vástagos, a tal grado que las tensiones de pareja se disiparon y pudieron disfrutar de sus constantes salidas a fiestas y sus hijos. Sin embargo a pesar de que las cosas parecían marchar bien la realidad era que los únicos felices eran los menores, puesto que los mayores estaban demasiado inmersos en sus asuntos como para pensar en ser felices aunque fuera por un momento. Los rumores que se cernían sobre los reyes y los delfines eran la nueva comidilla del pueblo, dichos rumores hablaban de hijos ilegítimos del Rey y el Delfín y las salidas nocturnas de la Reina y la Delfina en compañía con madame de Julliard.
 

Esta clase de rumores y chismes trataban inútilmente de ser desmentidos por los involucrados, apareciendo públicamente como parejas sanamente enamoradas y gustosos de tener hijos en común, mas era en vano, puesto que la gente creía lo que quería creer y nada podría hacerles cambiar de opinión.

 

Por este motivo los únicos genuinamente felices en el palacio de Falange eran el Gran Delfín, Madame Royale y las otras Mesdames, quienes aprovechaban sus ratos libres para jugar ya fuera entre ellos o invitando a sirvientes de su edad a participar.
 

—¡Te atraparé, Thérèse!

 

—¡No lo creo, Louis! —respondió la niña mientras corría a la par de sus tres primas—. ¡No te quedes atrás, Henriette!

 

Los menores jugaban a atraparse en el jardín mientras eran supervisados por sus progenitores, quienes estaban hablando de temas políticos y que resultaban aburridos para cualquier persona de la edad de sus hijos.

 

—Ya he acordado el compromiso de madame Première con el hijo del Barón de Pomadeur, es sólo cosa de que transcurra algo de tiempo para que ella llegue a la edad adecuada y se lleve a cabo el enlace —comunicó el monarca dando un sorbo a su té.
 

—Oh, pero eso significa que debemos comprometer también a Madame Royale, ella tiene que casarse antes según lo establecido por el protocolo —dijo Élisabeth.

 

—Por eso no se preocupe madame, ya tengo una solución para ese inconveniente. Mi intención es pedirle a madame Léa y monsiegneur Émile la mano de Madame Royale para el Gran Delfín.
 

La petición sobresaltó a los padres de la doncella. ¿Comprometer a su hija con su propio primo? Bueno, no es que fuera descabellado considerando que algunos integrantes de la corona habían sido primos y hasta hermanos. Lo que les sorprendió fue que precisamente el Rey escogiera a su hija, habiendo tantas damiselas de cuna noble solteras a las que sus padres querían comprometer con el Gran Delfín.

 

—Su petición me toma por sorpresa, excelencia. Pero no por ello la rechazaré, el monseigneur es perfecto para Madame Royale, ambos serían una pareja encantadora.
 

Émile se había adelantado y Léa no hizo más que observar. Le daba impotencia que su hermano y su esposo acordaran como si nada un compromiso entre su hija y su sobrino, en especial porque aunque ella se opusiera a la idea nadie la escucharía, la última palabra la tenían los hombres, siempre fue así y siempre sería así, lamentablemente.
 

—Creo que mi opinión no tiene cabida aquí. Con permiso, me retiro excelencias, monsiegneur.
 

No pudo seguir en ese sitio más tiempo, fue por ello que pidió permiso y se fue de ahí, indispuesta a continuar escuchando cómo es que condenaban a su pequeño pedazo de cielo y a su adorado sobrino a una farsa de matrimonio como la que tenía que vivir con Émile. No detuvo su andar hasta que ingresó a la biblioteca del palacio, lugar donde en un sillón de terciopelo azul océano yacía un hombre castaño leyendo un libro con lentes puestos. Ese individuo ladeó la cabeza hacia las puertas, alertado por el estruendo al estas ser azotadas por la Delfina.

 

Orbes verdes y amatistas se encontraron en ese momento, sus miradas decían todo, ese fortuito encuentro les era grato. El hombre cerró su libro y se levantó de su asiento, dejando el libro reposar sobre una mesa ratonera y acortando la distancia entre la hermana del soberano y él. Ella por su parte no lo pensó dos veces antes de envolverlo en sus brazos, siendo automáticamente correspondida. Cuando los fuertes, cálidos y reconfortantes brazos de René la estrecharon en ese abrazo Léa pudo darle rienda suelta al llanto que la aquejaba desde que indignada y dolida huyó de la escena.

 

No tenía tiempo para lamentarse después, debía desahogarse ahora todo lo que le hiciera falta para después planear con la cabeza fría alguna estrategia que evitara tanto el compromiso de Thérèse con Louis como el de Henriette. A lo largo de los años fue comprendiendo que era una tonta por pensar que la monarquía no tenía derecho a enamorarse o que el amor llegaría después del matrimonio, esas ideas eran erradas, nadie podía vivir sin amor aunque fuera una figura de carácter público. Tanto ella como el Rey eran humanos también y era obvio que necesitaban amor y apoyo como la gente común, lo mismo aplicaba para su esposo y su cuñada, los cuatro merecían  tener amistades sinceras que los apoyaran incondicionalmente ante la falta de amor en sus matrimonios. Por desgracia era más fácil decirlo que hacerlo, no estaba bien visto que la gente de su rango se mezclara con personas comunes, los cuales eran más sinceros y desinteresados que la nobleza.

 




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