Estefanía.
Algunas vacaciones son hermosas, divertidas y paradisiacas. Otras son terror puro… como las nuestras.
—¡No trajiste traje de baño! —chilló Verónica.
—¿Para qué? —respondí irritada—. Si hubiese sabido que te ibas a poner así, me hubiese quedado en casa jugando algún videojuego o viendo un animé.
—¿Cómo que para qué? ¡Vinimos a un lago! ¡Joder! —suspiró y me entregó una bosa con algunas telas dentro—. Ten, me tomé la molestia de comprarte uno.
—Gracias, pero traje ropa para usar en el agua, no quiero…
—¡Necias! —exclamó Cristian.
—Acabamos de llegar y ya están causando problemas —siguió Lucas.
—Todos estamos usando un traje de baño, Estefanía, sólo póntelo o quédate así, como gustes, luego no molestes por la hipertermia —concluyó Vero.
Me subí a la camioneta de Cristian y cerré la ventana, desnudándome y poniéndome el ridículo bikini demasiado pequeño para mi gusto. Sólo que más idiota era yo, por hacerle caso a los caprichos de Verónica. Ni siquiera éramos tan amigas, bueno sí, no desde la infancia, pero sí desde que empecé la universidad y fue la chica extrovertida que me adaptó, por lástima tal vez, jamás se lo pregunté y ahora no lo iba a hacer. Me importaba una sola cosa, graduarnos.
Y al fin teníamos la tesis casi lista, a falta de unos últimos retoques según la profesora de metodología, para tener la mente fresca y corregir esos pormenores, nos aconsejó descansar un par de días. Motivando a los chicos a viajar, salimos de los Andes a los llanos y allí acampamos a orillas de un cálido lago. Con una manta de flores y hierbajos que servían de alfombra a mis desnudos pies. Lo mejor de todo, era ese fresco aroma floral, en nada parecido a los perfumes baratos que acostumbraba a comprar. Serían solo dos días, dos de paz y tranquilidad.
Lista bajé de la camioneta y me encaminé a donde estaban mis compañeros de tesis armando una gran carpa rojiza, propiedad de Lucas, un fanático de la naturaleza y el senderismo, incluso había traído su bici profesional.
—Sí que valió la pena esperar —pronunció Cristian impresionado, tanto él como Lucas, no apartaban la vista de mí—. Pensé que mi mayor fortuna era mi Chevy, hasta que te vi.
—¡Pensé que los sabías antes! —exclamé con falso disgusto—. Cuando me pediste ser tu novia, ya veo que todo este tiempo, tu amor estaba destinado a esa fea camioneta.
Ambos reímos y me dio un dulce beso, su fea camioneta o Chevy, como le llamaba él, era una Chevrolet de año, regalo de sus padres y el cargo que ocupaban en sus trabajos, aunque podríamos decir, que la compraron gracias a la corrupción dentro del sistema policial…
—¡Vaya! ¡Qué bien escondida tenías toda esa carne, Estefanía! —dijo Verónica emocionada.
—Tanta carne y yo con hambre —chilló Lucas y todos reímos del chiste que solían pasar en las propagandas televisivas.
—¡Qué horror! —chilló Verónica con su Motorola Razr V3 en la mano—. No tenemos nada de señal acá.
—Mejor, así nos aseguramos de disfrutar este viaje —habló Lucas con una extraña sonrisa.
Dejé mi Samsung SGH-E700 en mi bolso y fui a ayudarles a preparar la carpa, la parrillera que cocinaría nuestra comida por los siguientes dos días y el baño improvisado que serviría para hacer nuestras necesidades.
—Esto fue lo que traje —exclamé agotada, tendiéndoles la cesta de mimbre con frías arepas de pollo mechado.
Ellos me agradecieron, aunque Cristian se lo llevó de mala gana a la parrillera y las empezó a calentar.
—Estará bien por ahora, traje algunos embutidos e ingredientes para perros calientes —dijo él, en disculpa tal vez, por la mueca que ocupaba todo su rostro.
Asentí avergonzada y busqué una camisa para cubrirme, pero Lucas me la arrebató y la tiró dentro de la carpa, tomó mi mano y casi me arrastró hasta donde Cristian y Verónica se encontraban. Le di un puñetazo juguetón a Lu y él se carcajeó en respuesta.
—Pegas como niña —dijo entre risas.
—Lo soy —respondí sacándole la lengua.
—No, ya eres toda una mujer —volvió a hablar con esa extraña mirada que me ponía los pelos de punta, nunca le había visto utilizarla conmigo.
Cristian me acercó un plato con una arepa recalentada a la parrilla, un chorizo y dos salchichas, le agradecí y me senté junto a Vero a comer.
—Esto está delicioso, pero gracias a la caroreña sabrá mejor —señaló Verónica con una botella de sangría en la mano.
La sacó de la cava que trajo ella con bebidas y puse los ojos en blanco, ¡obvio que iban a traer alcohol! Tosí fingiendo una tos y negué al vaso que me sirvió Cristian, no me gustaban las bebidas alcohólicas, no era muy tolerante y la jaqueca al día siguiente era un fastidio.
—Está bien si no quieres beber, pero está diluida con refresco y puedes tomar uno con la cena —especificó Cris.
—Bien, sólo uno —mascullé de mala gana y tomé el vaso.
Comí, bromeé y me divertí con ellos, quiénes casi se bebieron la botella entera, a pesar de que yo me bebí la mitad a duras penas, y siempre botando un poquito a un lado, si lo notaron, no dijeron nada y terminé por relajarme con ellos, disfrutando de esa bella noche plagada de estrellas y constelaciones, con una hermosa luna menguante, que me recordaba la siniestra sonrisa del gato Cheshire.
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Editado: 23.10.2024