Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 2: LA CALIDEZ DE LOS COLORES

El día siguiente amaneció con olor a pan recién horneado y a tierra caliente. Valentina se despertó antes de que el sol se alzara del todo sobre el horizonte.

Desde su habitación en la casona, que apenas tenía luz y una cama improvisada entre lonas y herramientas, se oía el sonido de las olas golpeando con monotonía el borde del muelle. Un sonido nuevo, que ya empezaba a resultarle necesario.

Tomó su libreta de croquis, se ajustó la cola de caballo y salió. Esta vez sí en sandalias. No estaba dispuesta a pelear otra mañana con los adoquines.

Cruzó la plaza sin rumbo fijo, hasta que sus pasos la llevaron, sin planearlo del todo, frente al mural. El andamio seguía ahí. Y sobre él, el mismo hombre del overol manchado, ahora inclinado hacia la pared, concentrado. Una brocha larga trazaba una silueta de agua entre dos figuras que parecían flotar.

- "¿Te gusta?", preguntó Benjamín de pronto sin mirarla, como si la hubiera escuchado llegar desde una cuadra antes.

- "Es llamativo", respondió Valentina, con ese tono entre neutro y educado que usaba cuando no quería parecer ni condescendiente ni impresionada.

Benjamín bajó del andamio con una agilidad torpe pero efectiva. Estaba sudado, tenía pintura hasta en las pestañas, y los ojos color miel le brillaban como si acabara de contar un secreto a la pared.

- "Soy Benjamín Gastelo", dijo él y tendió la mano, con una sonrisa ladeada que desafiaba el silencio.

- "Valentina Mendoza. Arquitecta", lo dijo como si fuera una credencial que justificaba su presencia.

- "Ya me habían contado de ti. La limeña elegante que viene a revivir a la casa embrujada", comentó Benjamín.

- "¿Embrujada?", cuestionó Valentina, levantando una ceja.

- "Leyendas del pueblo. Que si los Cornejo desaparecieron, que si el abuelo hablaba solo con el mar, tú sabes, cosas que la gente inventa cuando no pasa nada por aquí durante mucho tiempo", respondió Benjamín.

Ella le sostuvo la mirada un segundo más de lo debido.

- "La casa está deteriorada, pero tiene buena estructura. Si la gente ve fantasmas, probablemente es porque se caen las tejas", expresó Valentina, con su clásica lógica.

Benjamín rió, genuinamente. No de ella, sino del contraste. Le gustó eso.

- "¿Tú ves todo así? ¿Planos, columnas, concreto?", preguntó Benjamín.

- "Y tú todo lo ves en colores y formas flotantes, ¿no?", replicó Valentina.

Se hizo un silencio que no era incómodo, pero tampoco del todo cómodo. El tipo de silencio que anuncia que algo se está formando, sin que se sepa bien qué.

- "¿Quieres verlo desde arriba?", preguntó él, señalando el andamio. "La vista es buena. Y no muerde".

Valentina vaciló. Ella no subía andamios, ni dejaba que desconocidos le marcaran el ritmo, pero estaba en Puerto Eten, con sandalias y el cabello revuelto; y algo en el tono sin doblez de Benjamín la desarmaba.

- "Solo un minuto", dijo ella, entregándole la libreta para subir con las manos libres.

Desde arriba, la vista era, en efecto, extraordinaria. El mar se extendía sin obstáculos, y el mural, visto de cerca, tenía texturas que no se notaban desde abajo. Rostros apenas delineados, capas de pintura que ocultaban otras, como si el arte estuviera en lo que no se muestra del todo.

- "¿Y tú por qué viniste?", preguntó Valentina, todavía mirando el mar.

- "Fuga, como todos. Aunque en mi caso fue del ruido. En Lima todo parecía urgente, pero nada importante", comentó Benjamín.

Ella asintió, en eso, eran iguales.

- "Y tú, ¿de qué escapaste?", preguntó él.

- "De mí, tal vez", dijo ella sin pensar. Y luego, más seria, "... Del cansancio, del tengo que...", añadió con cierta melancolía.

Benjamín la observó, pero no la presionó. No preguntó más.

- "Aquí el mar no pregunta nada, solo escucha", afirmó Benjamín.

Fue extraño, pero Valentina no sintió la necesidad de contestar, y eso se sentía bien.

Cuando bajaron, él le devolvió la libreta sin mirarla, como si respetara lo que hubiera dibujado allí. Ella no había trazado ni una línea, pero igual agradeció el gesto.

- "¿Quieres quedarte a ver cómo pintan los niños más tarde? Hoy vienen los del colegio de mi amiga Sofía. Son terremotos, pero se ríen bonito", expresó Benjamín.

Valentina dudó por un momento, quería decir que tenía cosas que hacer, planos que revisar, llamadas que devolver, pero el aire tenía esa pereza deliciosa que transforma el deber en un murmullo lejano.

- "Tal vez pase un rato", dijo Valentina.

Y mientras se alejaba, sin mirar atrás, Benjamín murmuró: "Tal vez ya estás quedándote". Ella solo hizo un gesto de afirmación por cortesía, aunque en el fondo era como una sensación extraña que le invitaba a quedarse.



#4785 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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