Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 3: FUE SOLO VALENTINA

A las cuatro en punto, Puerto Eten volvió a sonar como si fuera fiesta patronal. Gritos agudos, risas desordenadas y pasos veloces invadieron la plaza. Eran más de veinte niños, la mayoría con mandiles blancos ya manchados antes de comenzar, liderados por una mujer delgada de cabello rizado que caminaba como si el caos fuera su lenguaje natal.

Benjamín la recibió con los brazos abiertos.

- "Sofía, pensé que esta vez traerías menos", dijo Benjamín, con un toque más a sarcasmo que a sorpresa.

- "¿Y cuándo cumplo eso que te prometo?", le respondió ella, dándole un beso en la mejilla. "Además, tú los consientes. Pintura libre, decías; pues aquí tienes libertad en su forma más salvaje", añadió con gesto gracioso.

Valentina miraba desde la sombra de un poste. No sabía por qué había regresado. O sí lo sabía, pero no pensaba admitirlo.

Benjamín la vio y, con una señal de cabeza, la llamó. Ella dudó, como quien contempla la idea de entrar al mar sin saber si está helado, pero esta vez no se resistió.

- "Arquitecta, le presento a Sofía, profesora, gestora cultural y heroína sin capa", dijo Benjamín con entusiasmo.

- "Valentina Mendoza", dijo la arquitecta, estrechándole la mano.

- "Así que tú eres la que está reviviendo la casona Cornejo. ¿Ya te espantaron los ruidos?", preguntó Sofía.

- "Solo los que hacen los hombres con taladros sin permiso", respondió Valentina, sonriendo apenas.

- "Ah, ya le caíste bien", intervino Benjamín. Tiene ese tono seco que significa que quiere ver qué hay más allá.

Sofía alzó una ceja y asintió.

- "Entonces quédate. Los niños te van a enseñar más de lo que crees", comentó Benjamín.

Y así fue. Durante las siguientes dos horas, Valentina vio cómo pequeños dedos desordenados convertían el muro en un carnaval sin patrón. Donde Benjamín había dejado formas sutiles, los niños ponían soles rojos con ojos o manos flotantes que parecían saludos de otro mundo.

- "¿Puedo pintarte?", le preguntó una niña con una brocha naranja en la mano y los dientes aún sucios de golosina.

Valentina no supo qué decir, pero al ver la seriedad con que la pequeña esperaba la respuesta, se animó a hablar.

- "Solo si lo haces bien", aseveró Valentina.

- "Yo siempre pinto bien", dijo la niña, segura, y le estampó un trazo en el brazo.

Benjamín soltó una carcajada. Valentina lo miró con una mezcla de reproche y resignación, pero en el fondo, sonreía. No por la pintura, sino por la libertad, por la escena.

Al final de la tarde, cuando el sol ya teñía de cobre los bordes del muelle, los niños se fueron como llegaron: en torbellino. Sofía los persiguió con paciencia casi materna, y Benjamín se quedó recogiendo los pinceles.

Valentina no se fue. Se sentó en el borde de la fuente, con la pintura aún fresca en la piel, y observó.

- "¿No tienes una videollamada con inversionistas o algo así?", le preguntó Benjamín, acercándose con un balde.

- "Sí. Hace una hora, pero no contesté", respondió Valentina.

- "Eso suena grave", dijo Benjamín.

- "Suena… necesario", manifestó Valentina.

Benjamín la miró en silencio. Y luego se sentó a su lado, dejando el balde a un lado.

- "¿Y tú cuándo fue la última vez que hiciste algo inútil?", preguntó ella.

- "Depende. ¿Consideras esto inútil?", respondió él.

Benjamín sonrió. Luego sacó una servilleta arrugada del bolsillo y la extendió. Era un pequeño croquis, en tinta negra, de una mujer sentada sobre un andamio, mirando el mar.

- "¿Cuándo dibujaste esto?", preguntó Valentina intrigada.

- "Hoy. Mientras no mirabas", respondió Benjamín.

Ella lo observó un momento, con algo parecido al asombro. El dibujo era impreciso, pero captaba su forma de sentarse, la curva de su cuello, la manera en que sus pies colgaban del andamio como si no le importara caer.

- "¿Te molesta?", inquirió Benjamín.

- "Me desarma", confesó ella.

Él no dijo nada. Tampoco la tocó. Solo dejó la servilleta a su lado y se levantó.

- "Mañana hay feria de pescadores. Venden ceviche en bolsas plásticas y cerveza tibia. Es espantoso, pero el mar huele más fuerte que nunca", dijo Benjamín, sin dejar de mirarla.

- "¿Estás invitándome?", preguntó ella.

- "Estoy avisando. Tú sabrás si vienes", respondió Benjamín. Y se fue sin esperar respuesta.

Valentina se quedó sola, con pintura en el brazo, niños todavía riendo en el eco, y una servilleta que pesaba más de lo que parecía.

Ese día, no volvió a ser arquitecta, ni hija pródiga, ni ejecutiva. Fue solo Valentina, y hacía años que no era solo eso.



#4915 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.