Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 5: PUERTAS AZULES

El sonido del viento marino se colaba por las rendijas de las ventanas como una voz antigua. Valentina se detuvo frente a la gran puerta azul de madera carcomida, que abría al interior de la casona de más de cien años. Estaba sola, con los planos enrollados bajo el brazo y una libreta en la mano. Había llegado temprano, antes que los albañiles, para poder sentir el lugar sin ruidos, sin polvo, sin ojos ajenos.

La luz que entraba desde el patio interior dibujaba manchas doradas en las paredes desconchadas. A Valentina no le importaban las grietas ni el óxido en las bisagras: todo eso podía arreglarse. Lo que buscaba era algo más sutil, algo que no se ve. Y ahí, en medio del silencio, lo encontró. Esa casa tenía alma y tenía historia.

Escuchó pasos acercarse por el portón principal. Se giró, esperando a alguno de los obreros. Pero no. Era Benjamín, cargaba una caja de pinturas bajo el brazo y traía una sonrisa medio curiosa, medio divertida.

- "¿Te estoy interrumpiendo?", preguntó él, quedándose en el umbral.

- "Depende", respondió ella, sin levantar la vista de sus notas. "¿Venías a criticar mi diseño o solo a husmear?", preguntó.

Benjamín soltó una risa.

- "Solo quería ver en qué estabas trabajando. Escuché a los vecinos decir que la arquitecta elegante ya había empezado a resucitar la casona encantada", comentó Benjamín.

- Encantada está, sí", dijo Valentina, y luego lo miró por primera vez desde que se despidieron en el muelle. "Pero a mí no me asustan las casas con historia".

Benjamín avanzó unos pasos, más despacio que de costumbre. Tal vez por respeto. Tal vez porque ella, de pie entre ruinas y luz, parecía más en control que nunca.

- "¿Tú crees que los lugares guardan lo que sentimos dentro?", preguntó él, dejando la caja sobre un banco polvoriento.

- "Lo creo absolutamente", contestó ella sin dudar. "A veces siento que estas paredes han visto más amor, dolor y secretos que todas las personas que viven en el pueblo juntas".

Él asintió, y luego la miró como si la viera con otros ojos.

- "Tú no viniste solo a hacer planos, ¿cierto?", inquirió él.

Valentina bajó la mirada, incómoda, preguntándose ¿Cómo lo sabía?

- "Mi hermano vivió aquí de joven", dijo ella. Puerto Eten fue el último lugar antes de morir. Entre sus fotografías estaba la fachada de esta casa, y era su sueño que algún día no se vea en ruinas", respondió ella, dando un suspiro.

Benjamín no dijo nada al principio. Solo asintió con una lentitud que no fingía comprensión, sino respeto. Era la primera vez que ella lo mencionaba. El hermano que había perdido. Un eslabón invisible que ahora conectaba todo: su llegada al muelle, su forma de mirar la casa, su silencio cuando los demás hablaban de proyectos y presupuestos como si fueran pan del día.

Avanzó unos pasos por el corredor y se detuvo ante una puerta a medio caer. La empujó suavemente. Dentro, una habitación estrecha con paredes desconchadas y un mueble cubierto con una sábana raída. El olor a humedad era fuerte, pero no desagradable. Era el tipo de olor que cuenta historias.

- "He reconstruido medio plano solo con lo que dejó en sus diarios. Dibujaba, ¿sabes? Como si pudiera ver más allá de lo que había. (Se giró hacia Benjamín) Y a veces me siento como si caminara sobre su sombra", confesó Valentina.

Benjamín dio un paso al interior del cuarto. El eco de sus pies sobre el suelo de madera fue casi reverencial.

- "¿Cómo se llamaba?", preguntó él, sin levantar la voz.

- "Andrés", respondió ella.

Benjamín repitió el nombre en un murmullo, como si fuera un mantra.

Él se acercó a una de las ventanas y limpió con la manga un pequeño trozo del vidrio. Desde ahí, se podía ver el mar a lo lejos, cruzando los techos del pueblo y el aire tembloroso del mediodía. Se quedó observando, y luego dijo:

- "Yo no conocí a tu hermano. Pero si alguna vez sintió lo que yo estoy sintiendo ahora, entonces pudo descubrir que este lugar es un refugio. Una especie de mapa para volver a sí mismo", comentó Benjamín.

Valentina sintió un nudo en la garganta. No era tristeza. Era una mezcla más compleja: alivio, reconocimiento, una ternura que le nacía desde adentro, como cuando uno encuentra algo que no sabía que había perdido.

- "¿Y tú?", preguntó ella con voz baja, más curiosa que antes. "¿Tú qué buscas aquí?"

Benjamín dejó que pasara un segundo. Luego otro. Y entonces volvió a mirarla.

- "Paz", dijo simplemente. "O quizás, pertenecer a algo que no se puede explicar. Siempre sentí que los lugares me hablaban. Pero aquí, contigo, no tengo que traducir nada", afirmó Benjamín.

Ella bajó la mirada, insegura por primera vez. No porque dudara de él. Sino porque sus propias emociones se le estaban desbordando en lugares que no tenía previstos.

Benjamín no la tocó. Solo se quedó ahí, con ella, mirando las manchas de sol sobre el piso, como si ambos entendieran que algunas cosas solo pueden construirse si antes uno se permite derrumbar.

Y en medio de esas paredes viejas, de los clavos oxidados y los recuerdos que aún flotaban en el aire, algo se edificaba. Una conexión especial y un presente compartido; tal vez el inicio de algo que no necesitaba nombre, pero sí raíces.



#4906 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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