Valentina y Benjamín

CAPÍTULO 8: UN PASEO PARA NO OLVIDAR

El día amaneció sin prisa. El cielo sobre Puerto Eten se había despejado, dejando ver un azul que parecía pintado a brocha gruesa. Valentina se preparaba para otro día de trabajo en la casona, cuando escuchó los tres golpes secos en la puerta principal. No necesitó mirar por la ventana, sabía que era Benjamín.

- "¿Te has puesto algo cómodo?", le dijo Benjamín apenas la vio. "Y con cómodo me refiero a que te olvides de esos tacones que suenan a arquitectura europea".

Valentina entrecerró los ojos.

- "¿Y si te digo que tengo una reunión con el ingeniero de obra?", preguntó Valentina, aunque no fuera cierto, era un hermoso domingo, y no se ejecutarían trabajos.

- "Te digo que va a tener que esperar. Tengo una cita contigo, con el mejor arroz con pato del norte", dijo Benjamín con una sonrisa. "En Ferreñafe. Vamos, arquitecta, abre la mente y el apetito".

El camino a Ferreñafe fue corto pero revelador. A medida que avanzaban, el paisaje cambiaba del aire salado de la costa al olor seco del campo. Valentina bajó la ventanilla para que entrara el viento. Era un aire terroso, lleno de una vida silenciosa que no conocía.

Benjamín manejaba como quien conoce cada curva. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, sus palabras tenían peso. Le contaba que de niño pasaba los veranos en Ferreñafe con su abuela, que aprendió a dibujar con carbón en los muros del corral, y que cada calle de ese pueblo tenía un recuerdo suyo.

- "No es bonito como postales de revista", dijo Benjamín. "Pero aquí todo lo que ves es real. La gente, los sabores, hasta los silencios".

Valentina miró por la ventana. Se sentía extrañamente cómoda. El cemento ordenado de sus planos estaba lejos, pero había algo en ese desorden rural que le daba paz.

Llegaron a una fonda sin letrero. Solo una pared amarilla deslavada y una señora sentada en la puerta con una olla de barro en el regazo.

- "Aquí es", dijo Benjamín, sin dudar.

Apenas ingresaron sintieron aquel aroma especial, era una mezcla de culantro, ajo dorado y tiempo cocido a fuego lento. No había música. Solo el sonido del cucharón contra el metal, y la voz de una niña que recitaba las tablas de multiplicar desde la cocina.

- "Arroz con pato para dos", pidió él. "Y sopa de cholo, si hay".

Valentina alzó una ceja.

- "¿Sopa de cholo?", preguntó ella.

- "La sopa de cholo es un plato que antiguamente se acostumbraba a consumir después de cualquier celebración para recuperar las fuerzas. Tiene como ingredientes principales el pan, la gallina criolla o la pava, el plátano frito y la cebolla", respondió Benjamín.

Ella no preguntó más. Cuando llegó el plato humeante, no supo por dónde empezar. Probó una cucharada y cerró los ojos. Era cálido, denso, y tenía un sabor a tierra y a historia.

- "No está mal, ¿eh?" murmuró ella, limpiándose la comisura con una servilleta de papel reciclado.

- "¿No está mal?", dijo Benjamín soltando una carcajada. "Mujer de ciudad, estás a punto de ver la luz".

Ella le devolvió la risa, y siguió disfrutando de la comida, que de alguna manera le llenó el alma.

Caminaron luego por la plaza. Benjamín saludaba a todos como si hubiera vivido ahí ayer. Le mostró una iglesia de adobe donde, según dijo, se podía escuchar el eco de uno mismo si se gritaba desde el altar.

- "¿Y lo hiciste?", preguntó ella.

- "Una vez. Tenía ocho años y grité QUIERO PINTAR EL MUNDO. El eco me respondió MUNDO… MUNDO… MUNDO y yo creí que me estaba dando permiso", respondió Benjamín.

Valentina sonrió. Lo miró como si de pronto hubiera dejado de ser un hombre y se hubiera convertido en un recuerdo vivo. Un recuerdo que podía tocarse.

- "¿Y tú?", preguntó él. "¿Alguna vez gritaste lo que querías de verdad?"

- "No me lo permitía", dijo ella, bajando la mirada. "Siempre estuve muy ocupada siendo eficiente".

Él no dijo nada. Solo caminó a su lado, hasta que, al cruzar una calle sin señalización, le tomó la mano para ayudarla. El contacto fue breve, pero no accidental. Y él no la soltó enseguida.

El regreso fue más lento. El carro de Benjamín empezó a toser metálicamente justo antes de entrar a la Panamericana, y terminaron detenidos al costado de un sembrío de maíz.

- "No es nada grave", dijo él, revisando bajo el capó. "Este carro necesita más cariño que repuestos".

Valentina se sentó en el asiento del copiloto, cruzando los brazos. Por la ventana veía el sol caer entre los tallos altos.

- "¿Sabes qué es lo raro?", dijo ella de pronto. "Me siento feliz. Y eso me asusta un poco".

Benjamín cerró el capó, se sentó en el borde de la puerta abierta y la miró.

- "A mí también, porque no planeaba esto. Y tú eres de las cosas que no se planean", afirmó él.

Ella lo miró en silencio. El viento soplaba con olor a campo. A lo lejos, un gallo cantaba fuera de horario.

- "Creo que este es uno de esos días que uno no quiere olvidar", susurró ella, con la cabeza recostada en la ventana.

Él no respondió, solo sonrió. Y eso, por ahora, bastaba; una buena compañía a veces no necesita, solo estar ahí.



#3357 en Novela romántica

En el texto hay: romance

Editado: 01.08.2025

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